EL EROR PERFECTO romance Capítulo 7

¿En qué se había metido ahora? Pensó mientras miraba el techo fijamente a la mañana siguiente. La había despertado un mensaje de texto de Ian dándole los buenos días, y diciéndole que saldrían a Miami después de la hora del almuerzo.

Estaba muy asustada con el hecho de enfrentar a todos en la oficina. En especial a Andrew que no se había tomado muy bien lo de la ruptura, menos el saber que estaba embarazada y que el padre no era él.

La acusó de haberle sido infiel y de abandonarlo. Ante los ojos de los demás, ella era la mala de la historia. Los últimos días que estuvo trabajando en la empresa, no podía dejar de escuchar los susurros y las risitas detrás de ella.

Amanda se había encargado de soltar el chisme, por supuesto a su conveniencia del porqué había terminado con Andrew quien hizo toda una escena cuando supo el verdadero motivo de su partida.

La discusión había ocurrido en la oficina, por eso, ahora, todos sabían que estaba embarazada. Gracias a Dios que el secreto estaba a salvo aún. Nadie sabía quién era el padre. Muy segura estaba que cuando todos supieran quién era se iban a crear más habladurías. Conociendo a Ian, muy poco le importaba lo que pensaran los demás.

Esperó un poco más en la cama. No podía levantarse de golpe porque las náuseas matutinas hacían que se sintiera un poco indispuesta. La mañana para ella fue movida, pues tuvo que hacer las maletas y embalar sólo lo que era estrictamente necesario. Llamó a su casero para informarle que no estaría en la ciudad pero que le dejaba el pago de tres meses por adelantado.

Al final de cuentas, ella debía de tener un lugar, en caso de que las cosas no funcionaran como Ian las habían planeado. Si algo tenía Ian Cooper era que la puntualidad era prioritaria. Llegó justo a la hora. No le dio tiempo de preparar el desayuno. Pero estaba segura que en el avión ella comería algo.

Llegaron al apartamento de Ian casi al final de la tarde y cuando entró los recuerdos de aquella noche invadieron su memoria. Sintió la palma de su mano grande y caliente en su baja espalda. Instándole a que entrara. Ese gesto por parte de él le encantaba porque era galante y posesivo a la vez.

—Entra —cuando Ian pronunció esas palabras la cara se le puso pálida. Ella caminó lentamente.

—Pareciera que vas entrando a la hoguera, Diana —se expresó Ian en tono divertido.

—Esta situación no es para nada divertida.

—Deja que te ayude a llevar tus cosas a la habitación.

—Está bien. ¿En dónde está la habitación qué ocuparé? —miró a los lados, pues sólo conocía la de él.

Ian la miró entrecerrando los ojos.

—Tú ya sabes dónde está la habitación.

Ella abrió mucho los ojos ante el comentario.

—No estarás insinuando que vamos a compartir la habitación, ¿verdad?

—Uhm… —dijo colocándose el dedo índice en la boca, como si estuviera resolviendo un puzzle. —Espero que te quede bien claro. Vamos a compartir todo, Diana mientras el tiempo que estés aquí — dijo un poco molesto— habitación, cama y armarios.

—Realmente te has vuelto loco y no te importa arrastrarme contigo en esto.

—Cálmate, por favor —le pidió, —recuerda que me voy esta noche a Italia y no estaré al menos por dos noches, tal vez semanas. Así que deberías relajarte.

Ella bajó la mirada al suelo.

—No prometeré nada, trataré de hacerlo.

Él la tomó de la barbilla de manera delicada.

—Tienes que descansar esta noche. Mañana debes ir a la oficina.

—¿Por qué?

—¿Por qué? ¿Qué cosa?

—¿Haces esto?

Se miraron a los ojos por fracciones de segundos, pero a ellos les pareció una eternidad.

—Porque eres una de mis mejores empleadas, porque tienes cosas atrasadas, porque sabes cómo se hace el trabajo.

Ella negó con la cabeza.

—¿Por qué me obligas a hacer algo que no quiero?

Él sonrió con pesar.

—Porque debemos hacerle frente a esto, además de ser la más afectada. Nunca debí seducirte.

Ella asintió.

—Pero ese error fue de ambos.

—¿De verdad no estás arrepentida de lo que pasó?

Ella se llevó las manos al vientre.

—Por supuesto que no —sonrió. —Me da miedo que la gente me juzgue y que con eso discrimine a mi hijo.

—Eso no es asunto de nadie. Lo que sucedió entre nosotros fue una bendita casualidad —puso la mano sobre su vientre. —Sabes que para nada me importa lo que los demás piensen.

—Ya lo sé, lo haré —colocó su otra mano en el vientre encima de la de él—, por nosotros.

—Sí. Esa es la actitud. ¡Por nosotros tres! —repitió con alegría Ian—. Ve a descansar. Estaré en mi despacho y antes de salir me despediré de ti.

—Como gustes.

Cuando Diana entró a la habitación y vio la cama. Sintió como regresaba a aquella noche, que siendo sincera, a ella le gustaría que se repitiera, pero sabía que no tenía ninguna posibilidad con Ian. Sólo estaba en su casa porque el sentido de hacer las cosas bien y la responsabilidad eran parte de la formación de su carácter.

Lo primero que hizo fue darse una ducha para luego ir a la cocina por algo para comer. No estaba de ánimos de deshacer la maleta. Así que se fue por la vía fácil, una camiseta de Ian que le quedaba a la rodilla.

Ella pensaba que iba a estar quince días sola en su casa. Quince días en que iba a estar completamente a merced de aquel nido de serpientes. Esperaba que a Andrew ya se le hubiese pasado el berrinche, pues no quería enfrentarlo sola. Ni a él ni a su madre.

Estaba dando un mordisco a un sándwich cuando apareció Ian en la puerta. Vestía informal, pues, el viaje duraba unas cuantas horas. Diana sonrió a ella le encantaba verlo de esa forma, le recordaba mucho a sus tiempos en la universidad.

—Al menos veo que no se te ha quitado el apetito.

—Ahora como por dos.

—Entiendo —caminó hasta ella—, ya debo irme.

—Nos vemos entonces —su terquedad no quería reconocer que lo iba a extrañar.

—No quiero que le hagas caso a los comentarios insanos de la oficina.

—Eso es imposible. Tú ya sabes como son.

—Diana... si a mis oídos llegan noticias de que los empleados te han molestado y que te han hecho comentarios impropios, les diré a todos que el hijo que llevas es mío. No te dejaré sola en esto.

—No quiero que hablen mal de ti.

—Diana, fue mi culpa —la sorprendió tomando su cintura—, no pude contenerme. Era demasiado el deseo de tenerte y hacerte mía. Aún no estoy satisfecho —rozó sus labios con el de ella.

—¡Oh! ¡Gracias por el recibimiento!

En ese momento salió Daren Thomas de su oficina.

—¡Qué bueno verte, hija! —la saludó con un sincero afecto.

—¡Es bueno verte a ti de nuevo también!

—Gracias. Ya todos saben que estás de regreso. El día de mañana nos reuniremos para ver qué es lo que tenemos pendiente.

—Oh, estoy de acuerdo. Lo haremos entonces —al parecer, no era como se lo había imaginado.

—Tú oficina sigue siendo la misma.

—Muchísimas gracias, Daren.

Iba caminando por el pasillo para ir a su oficina, cuando escuchó una voz familiar diciéndole a una de las empleadas:

—Es una descarada. Qué cara dura tiene de presentarse aquí como si nada.

—¿Tienes algo que decirme, Amanda?

Ella se puso más blanca que un papel.

—No para nada, bienvenida —le dio una sonrisa completamente fingida.

—Eso es exactamente lo que pensé que había escuchado.

Y siguió de largo a su antigua oficina. Estaba por cerrar la puerta cuando alguien abrió con fuerza la puerta, y la cerró de golpe.

—¿Así qué estás aquí de nuevo? —preguntó Andrew.

—Sí. Cómo puedes ver. Estoy de regreso a cumplir con mis responsabilidades.

—¿Dime el padre de tu hijo no te trata bien que decidiste volver?

—Esa pregunta está fuera de lugar, creo que eso no es de tu incumbencia.

Se acercó a ella y la tomó del brazo.

—Todo lo que tiene que ver contigo es mi problema.

—¡Estás loco! Ese derecho lo perdiste hace tiempo. Así que suéltame.

—Esta humillación no se quedará así.

—No me amenaces. La única que tiene derecho a estar molesta soy yo, después de todo lo que me hiciste.

—En realidad, debería de hacerlo para presionarte más, y ver si sale a dar la cara el mequetrefe del padre de tu hijo.

—Déjame en paz, Andrew. Todo lo que dices son estupideces, entiende de una vez por todas que no quiero saber de ti.

—Eso los veremos, Diana... tú vas a volver a mí —dijo señalando con el dedo.

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