EL EROR PERFECTO romance Capítulo 8

Italia...

—¿Qué piensas hacer ahora? Esta noticia puede convertirse en un problema grave en este preciso momento.

—No lo he pensado bien Alan.

—Tenemos que actuar rápido. Debes hacer que Mónica termine de firmar el divorcio. Antes de que todos se enteren que el hijo que está esperando Diana es tuyo.

—Realmente no deseo otra cosa más que eso y casarme con ella.

Alan se echó a reír.

—Al parecer sientes algo más que un revolcón por ella.

Ian miró por la gran ventana de la habitación del hotel en Roma. Suspiró y se giró para enfrentar a su amigo.

—No voy a negarlo. Siempre he tenido sentimientos hacía ella. Las cosas pasaron de una manera muy extraña, pero ahora estoy dispuesto a luchar por ella.

El toque en la puerta hizo que terminaran la conversación. Cuando Ian abrió la puerta se encontró con Mónica. Hermosamente problemática como siempre. Le sonrió.

—¡CIAO TUTTI! —la voz melosa hizo eco en el lugar.

—¡Oh Mónica! —saludó Alan de manera casual—. Estábamos justamente esperando por ti.

Ella miró a Ian de pies a cabeza.

—Ya puedo verlo —se echó a reír—. Mi abogado ya revisó el acuerdo, y de verdad es una oportunidad que no puedo rechazar. No tengo queja alguna.

—Estás de acuerdo entonces con firmar el divorcio —Ian no preguntó, afirmó.

—Sí. Acepto —miró a Ian—, también estoy cansada de todo esto.

—Entonces podemos proceder a la firma —les apuró Alan.

—Por supuesto. A eso vine, a estampar mi firma y con eso terminar con todo esto. Tomaré las riendas ahora de mi vida. Ian ha sido muy caritativo conmigo.

Algo no andaba bien. Pensó Ian. De repente ella aceptaba todo así de manera fácil. Aunque era muy cierto que era un acuerdo que difícilmente no podía rechazar. El mismo no hablaba de manutención si no de bienes que generaban un ingreso cinco veces mayor que una simple cuota mensual para gastos. Lo mejor de ese tratado era que si ella no tenía buena cabeza para los negocios y se iba a la ruina él no tenía nada que ver con eso.

Alan le facilitó su bolígrafo y ella firmó sin ningún problema. Por fin era hombre libre. Después de un año, esta negociación de divorcio había sido muy fácil aunque sabía que con ella nada lo era.

—Deberíamos ir a cenar para celebrar nuestro divorcio —propuso Mónica mirando a Ian.

—Es una gran idea —agregó Alan.

—Yo tengo algo de trabajo —informó Ian un poco dudoso.

—¡Por favor! Siempre tan aburrido, Ian. A veces se te olvida que sabes divertirte —le hizo ojitos— ¡Vamos! ¿Qué de malo hay en tomar una copa para celebrar nuestra separación? Somos adultos, podemos manejarlo.

Ian miró a Alan. No estaba muy convencido de ese plan.

—No veo cual es el problema —se rindió—. Si gustan pueden esperarme en el restaurante. Yo bajaré en un segundo, mientras reviso unas cosas en el computador que es muy importante para la empresa.

—De acuerdo “señor todo negocio”—dijo Mónica.

—Te esperamos para cenar —inquirió Alan—, no tardes que estoy hambriento.

—No. Sólo es un momento nada más y enseguida estaré con ustedes.

Esperó a que ellos se fueran de la habitación. En Europa eran las nueve de la noche pero en América apenas las tres de la tarde. Estaba seguro de que Diana estaba en la empresa. Así que tomó su teléfono y marcó su número. Ella contestó inmediatamente.

—Hola —el sonido de su voz hizo que volviera a respirar.

—Ey, ¿cómo has estado?

—Bien —Ian pudo sentir al escuchar su voz que no era cierto, algo le pasaba.

—¡Estás mintiendo, Diana! —exclamó—. Se te olvida que te conozco muy bien.

—No. De verdad estoy bien.

—¿Tienes algún malestar?

Ella se echó a reír y a él le encantó escuchar el sonido de su risa.

—Realmente no. Un poco de sueño, pero ya sabes que eso normal en el embarazo.

—Entiendo —hizo una pausa —. ¿Cómo te trató el personal?

Ella suspiró.

—Están todos un poco sorprendidos con el hecho de que esté de vuelta aquí.

Ian se frotó las sienes con la mano.

—¿Alguno te ha tratado mal? ¿Andrew?

—No, ninguno lo ha hecho ¿Estás seguro de que yo debería de estar aquí?

—Te vuelvo a preguntar. ¿Pasó algo que deba saber? —no le creía del todo.

Hubo un silencio por unos segundos que Ian creyó que eran interminables.

—No. No ha pasado nada. Simplemente ya no me siento cómoda aquí, eso es todo.

—Te necesito en el proyecto. Nadie lo conoce mejor que tú.

—¿No puedo hacerlo desde casa? —preguntó ella.

—No quieres estar en la empresa, ¿cierto? Eso sería una posibilidad.

—Eso quiero decir que me puedo ir de aquí. ¿Ahora mismo?

—Por lo que puedo percibir. Algo te pasó en la oficina y conociéndote, no me dirás ni una palabra de lo que te ha pasado. Pero no te preocupes; yo lo averiguaré de todas formas y te arrepentirás de haberme ocultado las cosas.

Sonaba a amenaza de índole sexual.

—No te preocupes. De verdad no pasa nada.

—Te repito. Si tuviste algún problema con uno de los empleados deberías decirme en este mismo momento.

—Todo está perfectamente.

—No quiero enterarme por terceras personas que alguien te ha faltado al respeto. Diana —insistía.

—Ellos no saben nada aún. De ti. De mí.

—Dime algo. Necesito que seas totalmente sincera conmigo.

—Te escucho.

—¿Cómo se ha comportado Andrew contigo?

—Eh... normal.

—Creo que no me ocultarías si él te hiciera alguna cosa. ¿Verdad? Por muy pequeña que fuese.

—No. De eso puedes estar seguro.

—Estoy un poco más tranquilo. Te llamé también porque quería decirte que no habrá necesidad de que me quede aquí más tiempo.

—¿Regresas pronto? —preguntó Diana con emoción en su voz.

—¿Me extrañas?

Escuchó un suspiro de pesar.

—Sabes muy bien, que debemos solucionar esta situación lo más rápido posible.

—No respondiste mi pregunta. Pero yo sí te diré algo... ¡Yo también te extraño!

—¿Cómo puedes decir eso? —Diana estaba completamente nerviosa.

—Pues, créelo. Te extraño desde la noche en que te hice mía —como siempre, Ian no se iba por las ramas, decía lo que pensaba y por supuesto, lo que sentía. Él siempre había sido así.

—No puedes decirme cosas como esas —le reprendió, pero él se echó a reír de la frase que le repetía cada vez que tenía oportunidad.

Para él solo era una advertencia, de que no jugara con sus sentimientos.

—Sabes bien que puedo, regresaré a Miami mañana. El negocio que tenía que cerrar aquí ya se hizo, y fue en muy buenos términos. Así que no hay necesidad de que me quede más tiempo.

—Me aleg... —ella no pudo terminar la frase, porque un invitado no deseado irrumpió su oficina.

Ian escuchó una voz muy conocida a lo lejos.

—¿Estás hablando con la basura del padre de tu hijo?

—Debo colgar. Esperaré tu regreso —asustada, le dijo a Ian.

—No te atrevas a colgar la llamada, Diana” —amenazó Ian con los dientes apretados—. Quiero escuchar lo que ese imbécil de Andrew tiene para decir.

—No le cuelgues. Quiero que sepa que estoy aquí, y que esté muy atento mis palabras. Que le quede bien claro que volverás conmigo, lo quiera él o no.

—¡Sobre mi cadáver! —espetó Ian al otro lado de la línea—. Ese idiota quiere que yo lo mate a golpes.

—No vuelvas a decir algo así. No le hagas caso —Diana estaba asustada, le conocía y sabía que su temperamento no era fácil.

—Diana, cuando regrese quiero que me cuentes todo lo que ha sucedido, y debemos de aclarar unas cuantas cosas.

—Está bien, hablamos más tarde.

Ella finalizó la llamada. Ian sabía que Andrew era un tonto, pero no sabía que fuese tan idiota como para meterse con la mujer de otro hombre. Debía volver lo más rápido posible a Miami. Llamó a Henry, su piloto, y le pidió que organizara el vuelo de regreso a primera hora de la mañana. Después de dejar todo listo para el día siguiente, procedió a reunirse en el restaurante del hotel con Mónica y Alan.

Algo no le cuadraba. Mónica estaba completamente diferente a como la había visto unos meses atrás. De hecho, la veía más centrada y más feliz. Esperaba que ese tratamiento estuviera dando ese tipo de resultados.

—Te has tardado mucho —le reprochó ella.

—Cosas de la oficina. Detalles de último momento —su mirada se posó en Alan mientras hablaba.

—Espero que no te moleste. He pedido una botella del mejor champagne de este lugar para celebrar nuestro trato.

—No creo que haya sido necesario, Mónica.

—Vamos Ian, relájate. Fueron muchos años juntos que no se pueden olvidar de la noche a la mañana.

—En eso creo que tienes toda la razón.

Con un brindis comenzaron la noche. Se rieron a recordar viejos tiempos en la universidad.

—Ian... —Mónica llamó su atención—. ¿Te recuerdas de la mosquita muerta de Diana Miller? La novia de Andrew.

Él se tensó en su asiento, al igual que Alan.

—Sí, por supuesto que la recuerdo. Ayudó a que me graduara, también trabaja en la parte de planificación de proyectos de la empresa.

Ella lo miró entrecerrando los ojos.

—Lo sé perfectamente, así como también recuerdo que esa chica te acosaba. Te perseguía todo el tiempo. Era un fastidio.

Ian sabía que no era así. Porque las cosas eran al revés. Era él quien la perseguía por todas partes. Incluso una vez intimidó a un chico que estaba saliendo con ella. Volvió al presente.

—¿Qué pasa con ella? —quiso saber.

Mónica acarició la copa con la punta de sus dedos.

—Pues, lo mismo de siempre, es una caza fortunas. Como no consiguió nada contigo; atrapó al tonto de Andrew.

¿Caza fortunas? ¿Diana? ¡Joder! Si la caza fortunas era ella misma. ¿Se había vuelto loca?, pensó.

—Yo conozco a Diana, y para nada me parece una caza fortunas —intervino Alan.

—Sí que lo es… —Mónica afirmó con mucha propiedad—. Está embarazada, y pretende hacer creer que el hijo es de Andrew.

—¿De dónde diablos has sacado ese disparate? —preguntó Ian molesto.

—Tengo mis contactos, querido —dijo riendo con aire de suficiencia—. ¿Quién sabe qué piltrafa humana será el padre de la criatura? Lo mejor sería que la despidieras. Ella puede darle mala fama a la empresa.

—¡Por Dios, Mónica! —exclamó Alan horrorizado por sus palabras.

—Mónica —Ian pronunció su nombre despacio— Diana trabaja en la empresa desde hace mucho tiempo, además de ser buena en lo que hace. No sé qué sucede realmente en su vida personal, pero puedo asegurarte que las cosas no son así, como tu espía te ha contado —debía de tener cuidado, si era verdad que ella tenía un espía en la empresa.

—Como siempre. La estas defendiendo —se quejó ella.

Ian tomó un sorbo de su copa.

—Porque es una buena chica, Mónica.

—Sí. Seguro —continuó sarcástica—. Ella es tan buena chica, que ni sabrá quién es el padre del hijo que espera.

—Tampoco es que sea problema nuestro —finalizó Alan.

Los dos hombres se miraron. Ian le agradeció a Alan con un gesto la intervención.

—Mientras haga su trabajo bien. No me interesa lo que haga fuera de la empresa —con esas palabras Ian daba por terminado el tema.

—Yo solo cumplo con decirte. Debería importarte su comportamiento puede dar mala imagen a la empresa.

—Y tú, creo que no deberías prestarte a los juegos de la gente chismosa, Mónica.

Ella le hizo un mohín.

—Es mejor que me retire —Ian se levantó de la mesa—. Mañana debo volver a Miami —se despidió y salió del lugar.

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