Esa noche, Samuel, Mario y Míriam visitaron a José Miranda, y llevaban muchos regalos costosos.
Vestido con una túnica, el hombre estaba en ese momento en su sala de estar junto a Enrique López, tramando su venganza contra Nataniel Y Penélope.
Al ver a Samuel y a su familia, sus ojos se entrecerraron y dijo con indiferencia.
—Sosa.
Samuel les hizo un gesto a Mario y a Míriam para que presentaran sus regalos. Mientras forzaba una sonrisa en su rostro, dijo.
—Señor Miranda, escuché que ese hombre loco lo lastimó. Por lo que le traje algunos suplementos, espero que se mejore pronto.
Al oír que lo habían atacado, el rostro de José se ensombreció. Nadie se había atrevido nunca romperle una botella en «su» cabeza.
—¡Nunca perdonaré a esa p*rra!
Enrique se movió un poco y su camiseta con estampado de flores se movió por un momento, revelando los tatuajes que cubrían su pecho, sonrió de oreja a oreja mientras le aseguraba a José.
—Señor Miranda, ¡déjemelo a mí! Le prometo, ¡se arrepentirán del día en el que se atrevieron a ofenderlo!
Samuel miró al fornido hombre que se encontraba ante él impactado. Su voz era débil al preguntar.
—Eres el dueño del bajo mundo de Ciudad Fortaleza, ¿Enrique López?
Enrique respondió de forma presumida.
—Ese soy yo.
Se volteó para mirar a José mientras decía.
—Señor Miranda, Nataniel Cruz es un hombre muerto si tiene al señor López ayudándolo.
Ignorando al hombre que estaba hablando, José miró a Enrique.
—Señor López, quiero que Nataniel se arrepienta del día en el que nació. Quiero su compañía destruida y su vida arruinada. Y quiero que me traiga a su esposa. ¿Puede hacerlo?
Enrique sonrió, revelando brutalidad en su expresión.
—Eso es fácil.
Como si quisiera probar la declaración que acababa de hacer, llamó de inmediato al director del banco de Ciudad Fortaleza, Leonel Hernández, para que pudiera juzgar a Nataniel Cruz. Después de eso, planearía su siguiente movimiento.
A veces, había deudas que no podían ser recolectadas por el banco. Cuando esto sucedía, el banco tenía la costumbre de contratar hombres como Enrique para recolectar esas deudas. Por ende, al ser el director del banco, Leonel tenía conexiones con el bajo mundo. Era así como se habían conocido.
—Lo entiendo, escuché que usted y un montón de viejos decrépitos invirtieron no hace mucho en la corporación Cruz. No quiere que me meta con Cruz porque tiene miedo de que afecte sus ganancias, ¿o no?
Leonel se rio con amargura.
—Como un amigo, le digo que perderá su vida si insiste en hacer esto. Si no quiere creerme, es su problema.
Entrecerrando sus ojos, Enrique preguntó.
—Entonces dígame. Además de Tomás Dávila, ¿tiene Nataniel a alguien para respaldarlo?
—No —respondió con honestidad. Técnicamente, «estaba» diciendo la verdad. Nataniel Cruz era el Ares del Norte, un general por derecho propio. ¿Por qué necesitaría que alguien lo respaldara?
Sin embargo, la identidad de Nataniel como un general era secreto del más alto nivel y Leonel no ese atrevería a revelarlo. No quería ser arrestado por haber desvelado sin autorización secretos del estado.
La réplica de Leonel hizo que Enrique se sintiera aliviado. A este punto se sintió seguro de que él estaba tratando de asustarlo, no había duda de que estaba preocupado por su inversión.
—Se que es lo que debo de hacer, no necesita preocuparse por mí.
Al darse cuenta de que estaba determinado a vengarse en nombre de José Miranda, Leonel sacudió su cabeza y suspiró.
—No digas que no te advertí, ¡estás cavando tu propia tumba!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La venganza de un grande