La venganza de un grande romance Capítulo 53

Al colgar, Enrique se giró hacia José y dijo de modo engreído.

—El director Hernández me dijo que Nataniel Cruz no tiene a nadie que lo apoye además de Tomás Dávila. Por fortuna, sé de una buena fuente que el padre de Dávila acaba de fallecer. Lo que significa que regresó a su hogar para ocuparse del funeral. Y no regresará aquí pronto.

Los ojos de José se entrecerraron mientras sonreía de oreja a oreja.

—Lo que significa que Nataniel estará solo y sin protección. ¡Perfecto! Señor López, parece que puede ir y enseñarles a esos granujas una lección.

Riendo de forma bulliciosa, Enrique replicó.

—No se preocupe señor Miranda, en definitiva, haré que se arrepientan de haberlo ofendido.

—Asegúrate de que sepan que «yo» soy el que está detrás de su sufrimiento. Quiero que Penélope Sosa venga arrastrándose para rogarme por misericordia.

—¡Entendido!

De esta manera, José le prometió a Enrique que lo recompensaría con treinta millones cuando terminara el trabajo.

Sintiéndose incentivado, Enrique llamó a su mano derecha, Carlos al día siguiente.

Quien escuchó con atención las instrucciones de su jefe y asintió.

—De acuerdo jefe, comprendo, lo haré.

Ese día era aún fin de semana, por lo que la familia Cruz, había decidido hacer senderismo en Mount Blanc, Además de Nataniel, Penélope y Reyna, sus suegros iban con ellos.

La familia estaba divirtiéndose en un parque cercano a la montaña cuando Penélope recibió una llamada de Bruno Hurtado, el líder del equipo de construcción. Su voz gritaba de pánico.

—Presidente Sosa, ¡algo sucedió!

—Bruno, cálmate. Dime, ¿qué sucedió?

—Cuando nuestro equipo de demolición estaba transportando los desperdicios del sitio de construcción, fuimos detenidos por un grupo de personas. Y no solo eso, sino que los demás camiones también fueron detenidos. Cuando los conductores trataron de razonar con ellos, recibieron una golpiza a cambio.

Penélope frunció el ceño.

—¿Quiénes son estas personas y por qué bloquean nuestros camiones? ¿Quién les dio el derecho para detenerlos y golpear a nuestra gente?

—Dicen que viven en esa calle y nos acusaron de destruir su camino con nuestros camiones pesados Además nos culparon por tirar mucha basura y otros desperdicios al pasar. Por eso nos prohíben usarlo. Dicen que, si nos atrevemos a usar su camino otra vez, dañarán nuestros camiones y les darán una golpiza a nuestros hombres.

—¿Sucedió algo en la construcción?

Ella respondió con un amargo tono en su voz.

—Sí, unos rufianes están causando problemas. Detuvieron varios de nuestros camiones y les propinaron una golpiza a algunos conductores. Además, se rehúsan a dejar pasar a nuestros camiones en el futuro. Si no resolvemos este problema pronto, puede que tengamos que posponer el proyecto.

Una expresión calmada apareció en su rostro y se ofreció:

—¡Iré contigo!

Ella asintió.

Dejaron a su hija con sus abuelos y se apresuraron a ir a su auto.

Al acercarse a la carretera que iba al sitio de construcción, vieron un conjunto de camiones estacionados en la intersección. Alrededor de treinta rufianes se encontraban de pie con arrogantes sonrisas en sus rostros. Bruno se encontraba tratando de razonar con su líder, un hombre de cabello rizado.

Carlos le dio a Bruno una fuerte bofetada en el rostro y gritó.

—¿Quién te crees que eres? Ya les dije que ninguno de sus camiones puede pasar por aquí en el futuro. Si lo hacen, destruiré todos los camiones y le daré una golpiza a todo hombre que vea.

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