La venganza de un grande romance Capítulo 54

La mejilla de Bruno se estaba hinchando y la sangre emanaba de una de las comisuras de sus labios. Por desgracia, no podía más que rabiar con impotencia.

Al ver que esto sucedió, Nataniel le ordenó a Penélope.

—Quédate aquí, no tardo.

Aunque en realidad, en el momento en el que el BMW se detuvo en la cercanía, los rufianes los notaron. Después de todo, cualquier persona normal no podría costearse un auto tan lujoso.

Sabían que el presidente del Grupo Cruz había llegado.

En ese momento, Nataniel salió de su auto.

Carlos intercambió miradas con sus hombres antes de girarse para ver a Nataniel, la hostilidad se reflejaba en sus rostros.

Bruno se apresuró para saludarlo, había respeto en el tono de su voz.

—¡Señor Cruz, está aquí! Estos hombres no están siendo razonables.

Mientras veía al hombre herido, Nataniel dijo.

—Lo sé. Deberías limpiarte la sangre en tus labios, antes que nada.

Bruno hizo una mueca y se limpió con su manga.

Nataniel se giró para mirar a los feroces rufianes y con una dura voz les preguntó.

—¿Quién los envió a causar problemas?

La réplica de los hombres fue solo una burla.

Carlos se abalanzó hacia él antes de dejar escapar una malvada risa.

—¿Tratas de ser el héroe ante tu bonita jefa? ¡Veamos de lo que eres capaz!

Diciendo eso, levantó su mano para estamparla contra el rostro de Nataniel.

Uno de los rufianes se recuperó por fin de su sorpresa y gritó con ira.

—¿Cómo te atreves a atacar a Carlos? ¡A él muchachos!

De inmediato, los rufianes sacaron sus armas. Cuchillos y fierros destellaron bajo la luz del sol mientras se abalanzaban hacia Nataniel con muecas crueles en sus rostros.

Penélope Bruno y la multitud que se había formado solo podían mirar con ansiedad, preguntándose como podría él salir de esta. Ya que lo superaban en número por mucho.

Nataniel bufó y dio un paso al frente para recibir al primer rufián con un duro golpe en el rostro.

Con un ruidoso «crac» el hombre colapsó en el suelo sin emitir ni un sonido.

Como un feroz tigre, Nataniel se abalanzó hacia la multitud de hombres, sus puñetazos eran brutales y precisos. Cada uno de sus golpes era sucedido por un grito agónico de uno de los rufianes, que entonces colapsaba en el suelo. Ninguno estaba a su altura.

En menos de dos minutos, cada uno de los treinta rufianes estaba en el suelo, gruñendo y sollozando de dolor.

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