Toda la sangre se fue del rostro de Gustavo, sin embargo, no se atrevió a mostrar su descontento. Solo sonrió con docilidad y complacencia.
Nataniel y Penélope acababan de irse cuando recibió una llamada del jefe de la policía.
—Alonso, prepárate para dejar tu puesto. Hay una vacante en Colina Búfalo y serás transferido ahí mañana.
Gustavo sentía como si quisiera llorar. Ese lugar estaba en el campo, con densos bosques y no había nadie en varios kilómetros a la redonda. Su única compañía serían los bichos y las serpientes. ¡Lo estaban exiliando!
Mientras la pareja Cruz conducía a casa, un escuadrón de patrullas los escoltaba.
En el asiento del conductor, Penélope miró a su esposo y abrió su boca para hablar. Sin embargo, pareció cambiar de opinión, ya que la cerró con fuerza.
No estaba segura si debía llorar o reírse, entonces, Nataniel dijo.
—Puedo ver que te mueres por preguntarme algo. Hazlo.
Su esposa se mordió su labio por un largo rato antes de espetarle.
—Nataniel, ¿qué sucedió con Gustavo y los demás? ¿Por qué cambiaron su actitud de pronto?
Él pestañeó con lentitud y replicó.
—¿Me creerías si te dijera que solo tuve que hacerle una llamada a mi antiguo jefe para que él lo resolviera todo por mí?
Sospechando sobre su identidad, se burló con delicadeza.
—Este antiguo jefe tuyo siempre te ayuda sin importar los problemas en los que te encuentres. Es un poco extraño lo bien que te trata, ¿no crees?
El la vio y lo pensó por varios segundos antes de decir.
—De acuerdo, dejaré de fingir. En realidad, no hay ningún antiguo jefe, en realidad soy el general de…
Antes de que pudiera explicar su verdadera identidad ella puso los ojos en blanco. Su tono era gruñón y lo interrumpió.
—Deja de alardear y dime la verdad.
La voz de Nataniel era calmada y la tranquilizó.
—No te preocupes, me ocuparé de este asunto.
En Jardín Ribera, frente a la más lujosa casa.
Reyna Sosa estaba acuclillada frente a la casa, con sus manos pegadas a sus mejillas y el ceño fruncido por la preocupación.
A pesar de los mejores esfuerzos de Bartolomé y Leila, la pequeña niña se rehusó a regresar a la casa. Había querido esperar a que regresaran sus padres.
De pronto, vio el auto de sus padres acercándose, con un escuadrón de policías escoltándolos. Sus ojos se abrieron de par en par mientras miraba impactada.
Bartolomé y Leila tenían una expresión de sorpresa y alegría en sus rostros también. Se habían preocupado cuando se enteraron de que habían arrestado a Nataniel. Por suerte, su hija y su yerno habían regresado, con todo y una escolta de policías.
Mientras Nataniel y Penélope descendían del auto, Jaime, el jefe de policía se apresuró hacia ellos. Había una educada sonrisa en su rostro mientras hablaba.
—Señor Cruz, señorita Sosa, están en casa. Si no requieren otra cosa, ya nos vamos.
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