MADRE (Secretos) romance Capítulo 11

No podía dejar de pensar en cuál era el motivo por el que mamá había aparecido de esa manera para dar la clase. Para mis compañeros probablemente no se trataba más que de un cambio de look, de una joven profesora, que el primer día de clases había exagerado con la sobriedad de su atuendo, y ahora se decidía a mostrarse tal cuál era. Después de todo, si bien el pantalón resultaba muy ajustado, y el color de los labios era un tanto exagerado, no se salía de lo normal. No era la apariencia ideal que debía tener una profesora, eso seguro, pero tampoco implicaba una grave falta.

               No obstante, haber leído el último relato de mamá, me daba una perspectiva mucho más amplia, y me hacía pensar lo peor. Después de todo, ella misma había jurado que pretendía continuar con la abstinencia. Entonces ¿No era poco conveniente provocar a los hombres que la rodeaban? Si el profesor Hugo le había echado el ojo ya en la primera clase, no me quería imaginar lo baboso que se pondría cuando la viera así.

— Qué linda estás profe.

               Respiré hondo. Por suerte, el halago no había salido de los revoltosos de la fila del fondo, ni siquiera de uno de los varones, sino que lo dijo Lorena, una chica con trenzas que parecía negarse a abandonar su niñez. Pero no podía cantar victoria antes de tiempo, Ricky y sus compinches podrían agarrarse de ese comentario para salir con alguna de sus payasadas.

— Gracias —contestó mamá, con una sincera sonrisa de agradecimiento—. Bueno, empecemos. Les había dejado unos asientos contables para resolver en casa. ¿Quién pasa al pizarrón? 

                Me pareció notar que miraba de nuevo hacia el fondo, por encima de mi hombro. Es decir, estaba viendo a Ricky, con una sonrisa sugerente, desafiante, o eso me pareció a mí. Se me pusieron los pelos de punta. Si el hijo de puta sabía lo vulnerable que estaba mamá en ese momento, sería el comienzo del fin.

               La primera media hora pasó sin muchas novedades. Pasamos al pizarrón una decena de alumnos para hacer los asientos contables que había dejado de tarea. Después mamá se puso a explicar un tema nuevo: amortizaciones. A nadie le gustaba esa materia, pero la profesora Cassini se las ingeniaba para mantener la atención de los chicos. Explicaba todo de manera simple y concisa, y usaba palabras que todo el mundo entendía. Además, cada tanto citaba alguna frase conocida de la serie Los Simpson, cosa que me daba mucho cringe, pero que a los demás parecía divertirles.

               Mamá usaba un suéter blanco que, al igual que su pantalón, se ceñía como guante a su esbelto cuerpo. Sus firmes pechos se marcaban de manera obscena debajo de esa prenda. Me preguntaba si Ricky le estaría mirando las tetas, al igual que lo había hecho la semana anterior, cuando ella lo hizo quedarse después de clase. Ciertamente eran tetas llamativas, totalmente erguidas. Pero en ese momento me di cuenta de que había algo más. ¡Sus pezones estaban marcados en el suéter! No era la primera vez que notaba ese detalle en mamá. Ahora me daba cuenta de que era una señal de que siempre andaba caliente.

               Otra cosa incómoda de ver para un hijo era cuando se daba vuelta, mostrando a la comisión sus turgentes nalgas mientras escribía algo en el pizarrón. Además, las costuras de los bolsillos traseros del pantalón eran de hilo dorado, los cuales al contrastar con el color azul de la tela, hacía que quedara en evidencia no sólo su perfecta forma, sino su exacerbada profundidad. En cierto punto comprendía a Ricky —aunque no por eso iba a aceptar que se cogiera a mi mamá, obviamente—, ya que, si yo estuviera en su lugar, o mejor dicho, en el lugar de cualquiera de la comisión, también me sentiría sumamente atraído por la joven y atractiva profesora, que ahora, además, se mostraba sumamente sexy. Yo aún era virgen, y a pesar de que todas las señales apuntaban a que pasaría mucho tiempo hasta que dejara de serlo, no me faltaban las ganas de saber qué era lo que se sentía penetrar en una húmeda vagina, o sentir el goce de que te chupen la verga.

               En ese momento, al igual que me sucedió con sus pezones, me di cuenta por primera vez de un detalle de su parte trasera. Y es que ambas nalgas daban la impresión de estar un poco más separadas de lo que deberían estar. Frustrado, me pregunté si los pajeros del curso también habían notado ese detalle. Había una teoría —incomprobable—, que decía que las mujeres que tenían las nalgas de esa manera, eran grandes asiduas a practicar sexo anal. Traté de quitarme esa idea de la cabeza. Pero me costó mucho hacerlo.

               Luego ocurrió algo, que en ese momento me pareció apenas llamativo, pero que sin embargo atrajo lo suficiente mi atención como para reparar en ello. Mamá nos había puesto a hacer unos ejercicios relacionados con el tema nuevo. No era la gran cosa, con diez minutos bastaría para que los empezáramos a corregir. Ella empezó a caminar por los pasillos, entre las hileras de pupitres, como suelen hacer algunos profesores cuando estamos en examen. El sonido de sus zapatos pisando las baldosas se superponía a los murmullos, típicos en esos momentos, pues muchos aprovechaban para conversar sobre cualquier cosa que no fuera contabilidad.

               No fueron pocos a los que pesqué infraganti, mirando el trasero de mamá cuando les daba la espalda, aunque justo es decir que ni su culo ni sus tetas eran lo único que llamaba la atención en ella. Tenía un rostro de facciones preciosas, y la piel blanca y tersa la hacían parecer incluso varios años más joven de lo que era. Su figura era elegante, no era alta, pero tampoco baja, y sus piernas eran largas y torneadas. Lucio fue uno de los más impúdicos mirones, ya que con sus enormes anteojos cuadrados había quedado unos cuantos segundos, totalmente idiotizado ante el bamboleante movimiento de caderas de la novel profesora. El pobre ni siquiera había atinado a disimular su lascivia. Se sentaba en un extremo, un poco más adelante que yo, por lo que me resultó fácil verlo de perfil. El degenerado tenía una erección. Ya estaba, ahora la profesora Cassini contaba con, al menos, dos admiradores en el curso.

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