Pero por Lucio no iba a preocuparme, ya que no sólo no era un macho alfa como muy a mi pesar debía reconocer que era Ricky, sino que era todo lo contrario: torpe, tímido, apocado, y para colmo, ni siquiera era tan inteligente como su apariencia de nerd lo indicaba. Como alumno no era malo, pero tampoco llegaba a sobresalir. Al igual que yo, aprobaba las materias con lo justo y necesario. Y en los deportes ya ni hablemos. Lo único en lo que llegaba a sobresalir era en los dibujos que hacía, aunque tampoco era que descollara. Un chico como ese, apenas se animaría a fantasear con una mujer como mamá, y dedicarle miles de pajas. Jamás se le ocurriría tirarle los galgos, como lo había hecho Ricardo la vez anterior. Incluso sentí pena por él, pues temía que alguien más notara su visible excitación.
De repente pareció darse cuenta de que estaba siendo observado por mí. Le sonreí, él se puso levemente colorado y desvió la mirada. Luego se levantó un poco el cinturón, como para acomodar su patética verga y ocultar en la medida de lo posible su dureza.
Mamá estuvo lejos de notarlo. La vi atravesando el pasillo donde yo estaba sentado. Cuando pasó al lado mío, me guiñó un ojo.
— Profe, le puedo preguntar algo del ejercicio —dijo Ricky a mis espaldas.
Como era de costumbre, cuando me ponía nervioso, me empezaron a arder las orejas.
— Claro Luna —dijo mamá, manteniendo cierto formalismo al llamarlo por el apellido, aunque no dejaba de inquietarme el hecho de que lo recordara.
Presté atención en cada palabra que decían, para ver si el pendejo de Ricardo se propasaba, al menos de manera sutil.
— No, esto va en el haber —decía mamá—. Así está bien.
— ¿Y este asiento lo hice bien? —preguntó Ricky.
— No, recordá que los costos de mercadería vendida se registran en un asiento aparte.
Esa fue toda la conversación que tuvieron ese día, cosa que me generó un enorme alivio.
Y luego ocurrió algo sumamente extraño. Después de hacer varios zigzag mientras caminaba, dejando la estela de un suave perfume en su camino, mamá caminó en línea recta hacia su escritorio, a través del último pasillo a la derecha. Mientras lo hacía, observaba lo que escribían mis compañeros en sus carpetas de hojas cuadriculadas. Cuando llegó al asiento de Lucio, se detuvo. Me pareció notar que el pobre detuvo su respiración durante un instante.
Todos rieron. Era sabido que a Lucio le gustaba pasar el rato dibujando, y solía aislarse en los recreos para hacer todo tipo de dibujos al estilo animé en sus cuadernos. Un profesor alguna vez le dijo que era muy hábil, pero por lo visto esa habilidad solo radicaba en su talento para copiar otros dibujos, quizás debería intentar hacer una obra original algún día, le había dicho.
— ¿Qué dibujaste, depravado? —preguntó Gonzalo, uno de los amigos de Ricky, a los gritos.
— Eso no es de su incumbencia, vuelva a lo suyo —lo cortó en seco mamá, aunque no logró sofocar las risas que se alzaron cuando Gonzalo pronunció esas palabras.
Pero a pesar de las risas, Lucio increíblemente pareció más aliviado que antes, y su rostro empezó a recuperar su color original.
Lo que me pareció raro fue que Ricky no haya sido la voz cantante a la hora de burlarse del débil Lucio. De hecho, pareció que sus amigotes habían hecho unos segundos de silencio, esperando que hiciera su gracia. Pero cuando se dieron cuenta de que no iba a pronunciar palabra, Gonzalo tomó el relevo. Ahora bien, el mutismo de Ricky no era algo que me hiciera sentir aliviado. El hecho de que se comportara de una manera tan diferente a como era siempre, me daba a pensar. ¿Acaso no estaría intentando mostrarse serio y maduro frente a la hermosa profesora Delfina Cassini? Debía tener mucho cuidado con él ya que, si bien tenía la misma edad que yo, contaba con mucha más experiencia gracias a que resultaba muy atractivo para las féminas de la escuela. De él se contaban miles de leyendas, y el propio Ricardo no se sonrojaba al contar a todo quien quisiera escuchar, con quién había cogido en el boliche el fin de semana.
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