MADRE (Secretos) romance Capítulo 17

Me di cuenta de que yo también estaba expuesto. Había visto pasar, al final del pasillo, a varios profesores y preceptoras. Algunos parecieron reparar en mí, pero no me dieron importancia. Sin embargo, si volvían a pasar y yo continuaba en ese mismo lugar, se preguntarían qué estaba haciendo ahí, y lo más probable era que dedujeran que estaba a punto de hacer una travesura con otros alumnos. Eso indefectiblemente concluiría en que el docente exigiría saber qué era lo que estaba sucediendo detrás de esa puerta, cosa que no podía permitir que ocurriera.

                Así que volví sobre mis propios pasos, hasta llegar de nuevo al campo de educación física, donde un grupo de alumnos ya se preparaba para empezar la clase. Al profesor Hugo no le quedaba mucho tiempo. Veinte minutos a lo sumo. Pero sabía que en veinte minutos se podían cumplir todo tipo de fantasías.

                Me quedé por ahí, simulando que yo mismo esperaba a participar de la clase Si alguien se metía por el pasillo, lo seguiría, y le preguntaría cualquier cosa, para que aquellos tres pervertidos se dieran cuenta de que tenían que suspender su fantasía pornográfica. Era increíble lo que uno hacía por una madre.

Cuando se hizo la hora, di vuelta hasta llegar al otro lado del patio. Supuse que mamá ya no necesitaba que yo cuide de que nadie fuera para ese pasillo. Ellos habrían de saber que ya era hora de acabar —nunca mejor usada esa palabra— con esa fiestita. De todas formas, me di cuenta de que para la mayoría de los alumnos, aquel pasillo extenso parecía estar prohibido. Aunque más que prohibido, pareciera que era un sector para nada atractivo. Al meterme por ese lugar, pude notar que a la derecha no había más que algunos cuartos de máquinas y de luces, a los cuales seguramente sólo entraba el hombre de mantenimiento. Y luego, en el fondo, ya completamente oculto de la vista de quienes estaban en el patio, la ya afamada oficina del profesor Hugo. Además, todos habrían de creer que ese cuarto no era más que un depósito. Nadie osaría llamarlo oficina. Y mucho menos, nadie sospecharía que el profesor se tiraba a la docente más bella de la escuela en ese cuchitril. ¿Quién podía ser tan fantasioso como para sospechar que en ese mismo momento, Hugo estaba practicando un trío? Era verdad ese dicho que decía que “a veces la realidad supera a la fantasía”.  

                La única duda que tenía era por dónde saldría mamá, ya que sería por demás sospechoso que salieran los tres juntos. Supuse que la oficina tenía una puerta trasera. O quizás en aquellas salas de máquinas había otra salida.

                Después de unos minutos, el profesor Hugo apareció en el patio con una enorme bolsa llena de pelotas. Tenía una inconfundible cara de satisfacción. A su lado había un hombre joven. Vestía un blazer marrón y pantalón de jean. Usaba anteojos, y tenía una barba prolijamente recortada.

— Un gusto verlo, profesor Sandoval —dijo Hugo, despidiéndose de él, estrechando su mano.

                No necesitaba escucharlo de su boca para saber que el otro tipo que se había cogido a mamá, también era profesor. Su aspecto lo dejaba en evidencia. Aunque la verdad era que no lo había visto nunca. Parecía tener una gran intimidad con el profesor de educación física. Probablemente era un suplente al que había conocido en otra escuela. Era bastante joven, y estaba seguro de que todas sus alumnas tenían fantasías con él.

                Seguí con la vista al profesor Sandoval. En efecto, entraba a un salón donde cursaba tercer año. Después de todo, parecía ser un suplente. Quizás la fama de mamá se mantuviera en secreto durante algún tiempo. Hugo la querría para él, y sólo la disfrutaría con alguien de afuera. Aunque la verdad era que estaba haciendo demasiadas suposiciones, y en realidad no tenía idea lo que tenía en la cabeza ese tipo.

                De momento sentía cierto alivio al saber que mi mayor temor no se había materializado.

                Quince minutos después, la profesora Cassini me envió un mensaje. “Ya estoy saliendo”, decía.

                Le dije que la estaba esperando en el patio. Cuando la vi venir, noté que mamá disimulaba mejor que el profesor Hugo el hecho de que acababa de disfrutar del sexo. Pero sin embargo sus pezones estaban duros, y se marcaban obscenamente en la blusa. El profesor la saludó con una sonrisa cómplice. Cuando se dio cuenta de que yo era el hijo, también me saludó, aunque por un momento pareció desencajado. Quizás le había sorprendido el hecho de que haya hecho sus chanchadas cuando su propio hijo andaba por ahí.

— ¿Vamos? —dijo mamá.

                Sentí olor a jabón en su piel. Era evidente que se había lavado hacía unos minutos apenas.

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