MADRE (Secretos) romance Capítulo 19

No obstante, de todos los alumnos de mi curso, era el que se comportaba de manera más madura. Siempre con las palabras justas, y sabiendo callar cuando era necesario hacerlo. Lo opuesto al pobre de Lucio, pero también, en cierto sentido, opuesto a Ricky, que sólo sabía llamar la atención con su prepotencia y sus fanfarronadas.

— Bueno, está muy bien que un chico de tu edad piense de esa manera. Pero quizás cuando seas más grande cambies de parecer. Perder el control puede ser muy divertido —dije, esperando la reacción de él, quien más allá de verse algo divertido, se mostró impasible.

               Estaba claro que mi hipersexualidad estaba haciendo de las suyas, ya que en otras circunstancias jamás se me hubiera pasado por la cabeza soltarle tales palabras a un chico de su edad.

— Y de qué manera pierde usted el control, profe —quiso saber.

               Cada vez me gustaba más ese muchacho. Usaba mis propias palabras para sacarme información que si intentara obtener de una manera más directa, terminaría quedando como un impertinente. Sin embargo, no podía decirle que perdía el control entregándome a montones de tipos que quisieran cogerme, que perdía el control ante una babeante verga arrimándose a mi rostro, o a una erección oculta en los pantalones de un desconocido.

— Eso no se lo puedo decir a un alumno —dije, enigmática.

— Ya veo, pero algo me dice que no es el alcohol su vicio —dijo él, con una certeza que me hizo estremecer.

— No, no es alcohol —respondí, poniéndome de pie— ¿Me harías un favor?

— El que quieras —contestó, tuteándome por primera vez, mientras me observaba con una mirada que parecía ver en mi interior, y así descubría mis secretos más lujuriosos.

                Cada cosa que decía Ernesto era interpretada por mí como un intento de seducirme. Con cada mirada parecía querer desnudarme. Era probable que fuese cierto, pero era difícil saberlo con certeza, quizás simplemente era mi trastorno compulsivo jugándome una mala pasada. Sentía cómo mis pezones se endurecían, y me pareció que su mirada se desviaba a ellos. Mi entrepierna era un volcán. Mi cuerpo estaba tenso.

               Si pudiera hablarle a la Delfina de ese momento, le diría: No seas estúpida. Es apenas un nene. Es amigo de tu hijo. Hay miles de hombres que con gusto te darían sus vergas cuantas veces quisieras. ¡Dejá de meterte en problemas!

               Pero lo cierto es que en ese momento no tenía a nadie a quien llamar. Estaba sola, con ese chico inteligente y bello, que incluso con esa impasividad que siempre mostraba, no podía disimular la atracción que sentía por su profesora.

               Habían pasado aproximadamente diez minutos desde que entró. Quedarían otros cuarenta hasta que llegaran los otros chicos…

— Vení —dije.

               Me puse de pie, y caminé hacia la cocina. Me aseguré de que cada paso que diera fuera sensual. Que él, desde atrás, viera cómo se movían mis caderas, que viera el ágil andar de mis piernas, el terso culo moviéndose dentro de la pollera, la diminuta tanga que llevaba puesta y que se marcaba en la fina tela…

               Estaba pensando en qué tontería le pediría que hiciera. Debía ser algo que lo obligue a ponerse cerca de mí, y no mantener esa distancia que nos imponía la sala de estar. A lo mejor le diría que bajara algo de la parte más alta de la alacena, tampoco estaría mal buscar la excusa para inclinarme en una pose sensual. Pero de repente empecé a dudar, y a ponerme nerviosa. Todo eso funcionaría con la mayoría de los hombres, ya que solían ser muy básicos, pero este chico era diferente. No sólo se caracterizaba por su seriedad y su imperturbabilidad, sino que se me antojaba indescifrable.

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