MADRE (Secretos) romance Capítulo 23

—¿Tenés preservativos? —me preguntó la profe, interrumpiendo mi examen oral. 

Como dije, en realidad no imaginé que todo se me diera como yo quería que se me diera, así que no llegué a comprar forros.

—Bueno, que ya estamos haciendo cosas ricas sin usar preservativos —le dije.

—Entonces ¿No me pensás coger? —preguntó la profe, y casi parecía desilusionada.

—Hay muchas maneras de coger, profe. Eso sí lo aprendí de las películas porno. Y bueno, ahora es su turno de chupar —dije.

Me bajé el pantalón y me tiré a la cama, mirando el techo. La profe miró mi computadora con mucha atención.

—No se gaste profe. Aunque borre los archivos de la compu, yo tengo copias bien guardadas —le avisé.

Ella me miró, como cuando mamá me mira porque hice algo mal, pero no me pude retar, porque si se entera papá, a ella también la reprenden.

—Pero, después de esto. Vas a borrar todo ¿No? —preguntó.

—¿Quiere que le diga la verdad o que le mienta? —dije, un poco fastidiado porque tenía la verga al aire y la profe todavía no se había dignado a mamar.

—La verdad —dijo ella.

—Creo que voy a querer comérmela otras veces profe. Así que voy a guardar todas las pruebas en su contra.

Fue al baño a limpiarse. Pensé que se iba a querer ir. Yo estaba satisfecho, pero todavía quería seguir jugando con ella. Además, verla así, media desnuda, me puso de nuevo bien caliente. Pero la profe, en lugar de ponerse el corpiño y la blusa, se sacó la pollera. Ahora sí, estaba como dios la trajo al mundo. Se tiró a la cama, boca arriba, al lado mío.

—Yo te hice acabar. Ahora más vale que me hagas acabar vos —me dijo.

Se abrió de piernas la profe. Era la primera vez que veía esa parte del cuerpo de tan cerca. Una conchita empapada. Me puse entre sus piernas. Si quería que le coma la concha, o el coño, o la penocha, se la iba a comer. Tenía olor fuerte el sexo de la profe. Pero no olor feo, aunque tampoco rico. Pero en fin, que era el olor del sexo, así que no podía estar tan mal. Lamí la vulva un buen rato. Pero la profe, más profe que nunca, me indicó en donde debía lamer. También me dijo que cada tanto apretara con los labios el clítoris. La profe empezó a gozar. Ahora sí, no podría decir que yo la estaba obligando a nada. Es más, era ella la que me había exigido que le comiera la concha. No era tan sabroso como su orto, pero el hecho de escucharla gemir, y de sentir cómo su cuerpo se movía mientras mi lengua hacía su trabajo, me volvía loco.

Me hizo cansar las mandíbulas la profe. Pero al fin acabó. Nunca había visto a una hembra acabar así, ni siquiera en las películas porno. Parecía que estaba poseída, y en ese momento no le molestó que mis vecinos pudieran llegar a escuchar cómo gozaba la muy puta. Así como se vendía en sus relatos era de insaciable la profe. Quedó muy agitada. Pero yo ya estaba caliente de nuevo. Verla acabar me había puesto muy al palo. Así que simplemente le metí la verga en la boca. Como le había dicho a la profe, había muchas maneras de coger. Estuve metiéndosela un buen rato, hasta que largué a mis hijos en sus tetas.

Quedamos así, un buen rato, todo sucios, aunque a ninguno nos molestaba. Me encantaba el olor que había en mi cuarto. Olor a sexo. Olor a mujer. Olor a la profesora.

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