MADRE (Secretos) romance Capítulo 25

Apenas unos segundos después de que Lucio abandonó el salón, el celular de mamá sonó sobre el escritorio. Ella vio la pantalla. Me dio la impresión de que estaba pensando en si debía leer el mensaje o no. Finalmente deslizó el dedo hacia arriba sobre la pantalla del aparato y leyó el texto que le había llegado. Vi como fruncía el ceño. Pero si era un mensaje de Lucio no era conveniente ignorarlo. Eso lo sabía la profesora Cassini tan bien como yo. Sentí cómo la impotencia me embargaba, a la vez que estaba seguro de que a ella la dominaba el mismo sentimiento.  

                Como era de esperar, la actitud reacia de mamá se quebró en cuestión de segundos —En ese momento su rebeldía no podía durar más que eso—, y fue reemplazada por la resignación. No necesitaba leer ningún relato para entender lo que sucedía. Lucio le había prometido a mamá darle un respiro, y no le exigiría sexo de manera frecuente. Lo de la pollera y el hacer que no usara bragas era algo que ya había elucubrado la primera vez que se la había cogido, pero era probable que no tuviera pensado hacer nada más que eso de momento. Pero la profesora fue imprudente al decirle aquellas palabras, y ahora el chico se había molestado tanto, que le estaba exigiendo verla fuera del salón. Pero ¿verla para qué? No creía que fuera para reprenderla simplemente.

                Pero yo le iba a arruinar la jugada. Apenas mamá salió del aula, me puse de pie y salí detrás de ella. La vi doblar un pasillo, y la imité, sigiloso. Si bien casi todos los alumnos estaban en clases, en la escuela había mucho movimiento: empleados de limpieza pasando un enorme escobillón  por el piso, chicos de otros turnos que venían a la clase de educación física, etc. Si a Lucio se le había dado por hacer algo con mamá en ese contexto, se había vuelto loco. A él tampoco le convenía correr tal riesgo, porque de esa manera se le podía terminar el juego. Pero yo le iba a escupir el asado. Aparecería detrás de mamá justo cuando ella se encontrara con él. Ambos se verían en la obligación de hacer de cuenta que no estaba pasando nada, y volverían al aula. Mi objetivo, de momento, era ese: evitar que mi tímido compañero volviera a abusar de mamá.

                Mis sospechas se vieron dolorosamente reforzadas, cuando me di cuenta de que mamá se estaba acercando al baño de hombres. Se detuvo un momento, dubitativa. De manera instintiva, me escondí a la vuelta de los baños, cuando noté que ella hacía un movimiento para dar media vuelta. Estaba claro que pretendía comprobar que no hubiera moros en la costa. Más tarde me arrepentiría de haber sido tan cuidadoso en mi plan. Lo mejor hubiera sido que me viera y listo, daría marcha atrás con lo que fuera que estaba a punto de hacer y su calvario se vería interrumpido, al menos por un rato. Pero en ese momento yo tenía la idea fija de querer verle la cara al imbécil de Lucio cuando se viera forzado a abortar su plan. Además, de esa manera, quizá, mamá no correría el riesgo de padecer la ira de su alumno, pues no era que ella se había inventado una excusa, sino que la mala suerte le había jugado en contra.

                Cuando volví al camino que daba a los baños, ya no había rastros de la pobre profesora que padecía de hipersexualidad. Ahora sí, debía moverme con rapidez. Seguramente los dos estaban hablando. Él intentando convencerla de que hicieran alguna porquería en el baño. Ella dejándose convencer por miedo a que el mocoso detonara la bomba que podía destruir su vida. Pero cuando me vieran…

                No estaban por ningún lado.

                El baño de la escuela era muy grande. Una hilera de mingitorios, y una hilera de cubículos con inodoros separadas por una larga pared. Me pregunté si estarían en otra parte. Pero la verdad es que no había muchos lugares secretos en donde pudieran estar cómodos, como la oficina del profesor Hugo. Además, si bien sabía que Lucio había leído todos los relatos de mamá y conocía ese lugar, dudaba de que fueran allá, porque justamente correrían el riesgo de ser descubiertos por el profesor.

                Pero inmediatamente después de pensar en esto, escuché ruidos en uno de los cubículos más alejados. Se trataba del más amplio de todos, ya que estaba reservado para discapacitados. Me acerqué, haciendo un esfuerzo enorme para que mis pasos no se oyeran. Era increíble. ¿Tan rápido la había convencido de encerrarse ahí? Al igual que en muchas otras ocasiones, me sentí molesto con mamá por ser tan fácil.

                —Te digo que escuché que entró alguien —dijo mamá, confirmándome que la muy tonta se encontraba encerrada en ese pequeño espacio con el degenerado de mi compañero.

                Me di cuenta de que cuando había entrado, con la certeza de encontrarlos, había hecho bastante ruido con mis pies, pues en ese punto ya no veía la necesidad esconderme. Pero ahora volvía a parecer oportuno ocultar mi presencia. Si entraba ahí donde estaban ¿con qué me encontraría? Me vería en la obligación de enfrentar a Lucio de frente, y mamá se vería en la peor humillación de todas. Además, corría el riesgo de que se armara un escándalo de proporciones colosales. ¿Qué pasaría si entraba otro alumno y se daba cuenta de que sucedía algo raro? La notica saldría en todos los canales, incluso en los de otros países. Ya había perdido la oportunidad de interrumpirlos antes de que sucediera algo, ahora sólo me quedaba vigilar a que las cosas no se fueran incluso más a la mierda. En esa bizarra etapa de mi vida, me veía obligado una vez más a hacer algo que me repugnaba: cuidaría de que nadie más descubriera que un alumno estaba haciendo quién sabe qué cosa con la sensual profesora de contabilidad.

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