MADRE (Secretos) romance Capítulo 26

Estaba ya muy cerca de la habitación cuando escuché un murmullo. Entonces todas las alarmas de mi interior se activaron. Había algo muy raro en ese murmullo. Era como si alguien hablara a una velocidad impresionante, y pronunciaba muchas palabras a la vez. No me quedó otra que pegarme a la puerta. Escuché un gemido. Era el gemido de la profesora Cassini, el cual estaba lejos de reflejar el hecho de que estaba siendo forzada a mantener relaciones sexuales. Pero a esas alturas eso no me sorprendía. Su enfermedad la hacía no poder evitar de disfrutar cuando cogía, sea cual fuera el contexto en que esto se daba.

Y entonces escuché una voz gruesa.

— Póngase así profe. Si, así —decía esa voz.

 ¿Qué mierda estaba pasando? El que pronunciaba esas palabras no era Lucio.

Mamá gimió de nuevo.

—A ver dejen lugar. Vamos a hacerle un conchaculo —dijo alguien, quien increíblemente no era la misma voz que había oído al principio.

—No, doble penetración no —dijo mamá, e inmediatamente después largó otro gemido—. Esperen su turno.

—Bueno, pero podés masturbarnos mientras él te coge ¿No? —escuché decir a un tercer individuo.

Retrocedí, horrorizado. Había al menos tres hombres con mamá, y me pareció entender de quiénes se trataban. ¿Acaso Lucio había decidido compartirla? ¿Por qué haría eso, teniendo la oportunidad de disfrutarla él solo? Quizás por puro morbo. Pero lo importante era que por fin estaba sucediendo lo que tanto temía. Aquello que quise evitar desde el primer momento en el que me enteré de que mamá sufría de hipersexualidad, por fin se estaba materializando al otro lado de la puerta.

Me quedé un rato detrás de la puerta. Si bien me encontraba embargado por un sentimiento de derrota que hasta el momento no había sentido, no pude despegar el oído de ahí. Creo que la enorme necesidad de saber la verdad, o mejor dicho, de confirmarla, me hacía imposible retirarme. Me rehusaba a irme como un soldado que huye de una batalla que se sabe perdida. Al menos no hasta que tuviera en claro qué estaba sucediendo.

               Ahora que lo recuerdo tantos años después, también me doy cuenta de que la conmoción que sentía, no me hacía percatarme del riesgo que corría quedándome ahí. Y no solo me mantuve al otro lado de la habitación de la profesora Delfina Cassini, sino que me incliné para ver a través de la rendija de la cerradura. No obstante, no pude ver gran cosa. Pero sí pude oír. Y lo que escuché fue mucho más de lo que cualquier adolescente debería escuchar de la boca de su madre. Los gemidos de mamá mientras estaba siendo penetrada eran inconfundibles. El goce que sentía mientras aquellos sujetos —quienes eran al menos tres—, la penetraban, o le hacían quién sabía qué cosa, dejaba en evidencia que no estaba actuando bajo coerción, sino que lo hacía porque le gustaba.

               También se oía claramente ese familiar sonido, tan parecido al de un aplauso, que se producía cuando la penetración era total. Los jadeos de quien la estaba montando eran muy agitados, como si ya estuviera muy agotado. Me di cuenta de que estuve ausente por casi hora y media, por lo que era probable que ya se la estuvieran cogiendo desde hace un buen rato. Pero para mi desgracia eso no necesariamente significaba que estuvieran terminando. Eran chicos tan jóvenes como yo, y por lo que había escuchado decir a mamá, se estaban turnando de a uno. Así que para cuando uno de ellos hubiera terminado, los otros dos ya estarían descansados y calientes, dispuestos a poseerla de nuevo.

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