MADRE (Secretos) romance Capítulo 27

Salí de mi casa. En la calle había bastantes vecinos dando vueltas, cosa que me indignó aún más. La profesora Cassini había recibido a varios adolescentes a plena luz del día. Bueno, suponía que quien los hubiera visto entrar habría asumido que se trataban de amigos míos. Eso me hizo sonreír. Con amigos como esos, ¿quién necesitaba enemigos?

               La idea de que estuvieran toda la tarde entrando por todos los orificios de mamá, no me agradaba nada. Así que decidí enviarle un mensaje, diciéndole que finalmente volvería temprano a casa. Que por favor me hiciera la cena. Le di un margen de una hora para que tuviera tiempo suficiente de terminar con lo que estaba haciendo, se bañara, y limpiara lo que tuviera que limpiar.

               Me quedé un rato en una plaza que estaba a un par de kilómetros de casa, haciendo tiempo. Medité sobre el futuro. Mamá se estaba convirtiendo en la puta de sus alumnos. A partir de ahora, sería difícil que se los saque de encima. Ellos querrían más y más. Por otra parte, las posibilidades de que corriera la bolilla de que mamá tuvo una orgía con varios alumnos, eran altas. Me mantenía firme en la creencia de que era ilusorio pensar que tres personas diferentes se guardarían un secreto como ese. A alguno se le iría la boca tarde o temprano. La idea de pavonearse con lo que había sucedido era demasiado tentadora. Una anécdota como esa necesitaba ser contada. La única esperanza a la que podía aferrarme era el hecho de que aquella historia entre los alumnos y su docente era tan inconcebible, que muchos optarían por no creerla.

También pensé en Lucio. Probablemente ya estaría en su casa, y se estaría enterando de que yo había ido a buscar algo a su cuarto. Eso no me preocupaba tanto. De los problemas que ahora tenía encima, era el menor. Si venía a recriminarme algo, simplemente le contestaría que no había hecho otra cosa que proteger a mi madre. Si era necesario le daría una paliza. Aunque por otra parte,  si su mamá notaba turbación cuando le contara de mi visita, sería otro cabo suelto.

               Ahora lo único que me quedaba era encarar a mamá y decirle la verdad. Contarle que ya sabía de sus problemas de hipersexualidad, pero sobre todo, que ya sabía que se había acostado con al menos cinco de sus alumnos. La cosa ya no daba para más. Debía renunciar a su trabajo en esa escuela, y desaparecer antes de que todo explotara en nuestras caras. En realidad, lo ideal era que no diera clases en ninguna escuela, nunca más, ya que era un verdadero peligro que estuviera cerca de tantos adolescentes con la libido tan a flor de piel. También me pareció necesario que yo me cambiara de escuela. Quizás incluso nos convenía mudarnos. Empezar de cero.

               Pero resultaba muy fácil pensar en hacer algo como eso. Llevarlo a cabo, en cambio, resultaría increíblemente embarazoso. Tal vez, solo tal vez, debería dejar que solucione sus problemas por su cuenta. Al fin y al cabo, ella era la adulta. Quizás debería hacer de cuenta que no sabía nada. Ojos que no ven, corazón que no siente, me dije. Nunca había pensado en esa posibilidad. Pero en un momento de tanta desesperanza, cualquier alternativa parecía plausible.

               Vi el celular. Mamá me había contestado hacía varios minutos. “Claro Luquitas. Pero no me siento bien ¿sabés? Creo que estoy engripada. Voy a hacerte unos huevos revueltos y me voy a la cama ¿Sí?”. No pude evitar preguntarme si mientras escribía ese mensaje estaba con alguna de las pijas de mis compañeros metida en alguno de sus orificios. Lo más probable era que así fuera. La idea me dio escalofríos. Pero por otra parte, tampoco pude evitar sentir pena por ella. No me olvidaba de que lo suyo era una enfermedad. No podía odiarla por todo lo que hacía. Ella y mi abuela eran lo único que tenía. Nunca la abandonaría.

               Fui caminando hasta casa, a paso lento, para hacer todo el tiempo que podía. Cuando llegué, no vi a mamá. Noté que en la cocina había pasado el trapo. No tenía que ser muy inteligente para suponer qué era lo que había caído al piso que se vio obligada a limpiar con agua, lavandina y desodorante líquido. Así que otra vez se había entregado en la cocina…

               Fui arriba. Escuché el agua de la ducha caer. Todavía se estaba bañando. Seguramente necesitó de más tiempo de lo normal para sacarse todo lo que había quedado impregnado en sui piel.

               —Lucas —dijo al salir.

               Solo vestía una bata. Tenía el pelo mojado. No pude evitar reconocer el motivo por el que le resultaba tan fácil despertar la lujuria de los hombres. Había algo que iba más allá de su belleza física. Algo que hacía que, quien la mirara, percibiera ese insaciable apetito sexual que tenía. Era su mirada quizás. Una mirada que te atravesaba como una bala.

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