MADRE (Secretos) romance Capítulo 28

Estaba en una situación realmente desesperada. Aperverso me tenía tan controlada, que hasta me había obligado a meterme en el baño de varones con él. Sí, así es. Lo que dijo este niño depravado en su relato era totalmente cierto. Pero tocaba poner fin a todo eso. Una cosa era echarse un polvo con uno de estos mocosos (bueno, yo ya me había echado polvos con dos de ellos), pero otra muy distinta era lo que él me proponía, es decir, que yo fuera su esclava sexual.

               Evidentemente no tenía (ni tengo) la lucidez que debería tener para sobrellevar estas situaciones. No lo digo para justificarme, pero sí para que me comprendan. Y es que sumado al trastorno psiquiátrico que padezco, ahora estaba en una situación de mucho estrés, y sobre todo, de mucha incertidumbre. Al fin y al cabo, parecía estar condenada a ver cómo mi vida y la de mi hijo se arruinaban, y la única alternativa a esto parecía ser la de convertirme en el juguete erótico de un adolescente. En principio la decisión parecía incluso fácil. Si le daba el gusto al mocoso y se mantenía callado, qué más daba. Pero con lo del baño me di cuenta de que el chico no sería capaz de contener sus deseos. Esos deseos que excedían lo sexual, ya que también parecía disfrutar sobremanera de la dominación y la humillación. Para colmo, yo había sido lo suficientemente sumisa como para aparecer en clase sin ropa interior. Pero ¿qué seguiría después?

               Y cuando me encontré en casa, dispuesta a permitir nuevamente que ese chico abusara de mi a su antojo, me di cuenta de que ya debía dejar de caer tan bajo. Ya lo sé. Más de algún lector machito me recordará en la caja de comentarios que ya me había “follado” a un alumno en mi propia casa, mientras mi hijo no se encontraba, por lo que sería difícil caer más bajo que eso. Pero la diferencia es que aquello no había sido premeditado, y en todo caso había sido algo voluntario. Lo de ahora era bien distinto.

               Lo que más me generaba rechazo hacia mí misma era la certeza de que, aunque estuviera siendo obligada, en algún momento mi cuerpo me traicionaría, y empezaría a sentirse estimulado por lo que aquel mocoso me hacía.

               Cuando mi hijo me anunció que se iba de casa para pasar la tarde con un compañero se me ocurrió la idea que llevé luego a cabo. Era una idea arriesgada, pero era la única que se me había ocurrido. Hago todas estas aclaraciones para que me comprendan, y no me juzguen. Había un lapso de menos de una hora entre la ida de mi hijo y la llegada de Lucio. Yo soy de convicciones tan frágiles, que necesitaba de alguien que le pusiera los puntos a mi extorsionador, pues sabía que por mi cuenta no podría hacerlo. Alguien que le explicara que lo que estaba haciendo estaba muy mal. Alguien que, si fuera necesario, le diera un susto de muerte para instarlo a dejar de acosarme.

               Lo cierto es que desde el último tiempo para acá mi círculo social es bastante reducido. La mayoría de mis antiguos amantes estaban borrados de mi agenda, como de cualquier red social. Había más de uno que había jurado protegerme ante cualquier problema que tuviera. Era obvio que la promesa omitía el hecho de que luego debería pagarles con sexo. Pero de todas formas esos tipos quedaron en el pasado.

Entre mis nuevos conocidos, en el primero que pensé fue en el profesor Hugo. Pero luego lo dudé. ¿Qué pasaba si me insistía con que lo denuncie en la escuela? Me vería obligada a explicar lo que había sucedido con Ernesto. Eso sería ponerme yo misma una soga al cuello. Además, dudaba de que el profesor hiciera a tiempo para deshacerse de  su obesa esposa y acudir a mi rescate. Así que no me quedaba otra. Tenía que ir por la otra opción, cosa que no me presagiaba nada bueno.

               Desde hacía varias semanas que me había enterado que el padre de uno de mis alumnos estaba en una situación terminal. El director nos había recomendado a todos los docentes de ese chico que lo tratáramos con cuidado. Pero yo opté por continuar tratándolo como siempre, como el chico revoltoso y arrogante que era. Y es que imaginaba que su orgullo no le permitiría aceptar un trato diferente, y hasta corría el riesgo de que, como represalia, se pusiera aún más pesado. Sin embargo me sorprendió notar que su actitud había cambiado drásticamente. Recordé la vez en la que me había dicho, en medio de la clase, que las chicas lindas como yo lo llamaban Ricky. Recordé también la vez que me había rozado disimuladamente el trasero en plena clase. Ahora el chico se había convertido en una sombra de lo que era. Debería sentirme aliviada. No todos los días alguien como él cambiaba de actitud de manera tan radical. Pero mi vanidad me hacía extrañar a aquel pendejo descarado que en más de una ocasión había logrado hacer que mi corazón se acelerara.

               Pero justamente el día en el que tuve mi primer encuentro con Lucio sucedió algo raro. Recibí un mensaje de Ricky, agradeciéndome por el hecho de haber enviado a mi hijo a darle las condolencias por el fallecimiento de su padre. La verdad era que no tenía idea de qué estaba hablando. Pero me pareció descortés e innecesario decirle que no tenía idea de que su progenitor finalmente había muerto. Así que simplemente le dije que yo también lo sentía mucho. Enseguida me mandó otro mensaje, al que me dio pena no responder. Y después me envió otro, y otro, y otro.

               Desde ya que no era buena idea estar chateando hasta la madrugada con un alumno. Pero estaba tan ofuscada por lo que había sucedido con Lucio, que esa noche me dejé llevar. Cualquier cosa que me distrajera era bienvenida. Además, si por esas casualidades de la vida alguien me echaba en cara lo que estaba haciendo, saldría del paso aduciendo que simplemente estaba siendo amable con un alumno que estaba atravesando un momento horrible.

               Apenas habían transcurrido siete días, pero en todos ellos intercambiamos algún mensaje. Y en más de una ocasión la conversación se extendió por más tiempo del aconsejable. Él, cada vez que podía, dejaba caer un piropo, a lo que yo me hacía la tonta, no contestándole, o cambiando el terma hacia cuestiones académicas. Pero la intimidad se había forjado, eso no podía negarlo.

               Le había hecho prometerme que pronto volvería a ser el chico alegre de siempre (por alegre me refería a todos los defectos que mencioné más arriba). Así que cuando por fin llegó el día de dar clases, no pude evitar sentir alegría cuando se burló de Lucio. Era una alegría por partida doble, por un lado, por ver que Ricky estaba recuperando su buen humor, o más bien hacía un esfuerzo para recuperarlo, y por otra parte me gustaba ver a Lucio siendo humillado. Pero para disimular mi regodeo, no me quedó otra que reprenderlo, cosa que hice de manera exagerada, y que provocó la ira de Lucio (ya que torpemente también me la había agarrado con él), con todas las consecuencias que vinieron después.

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