MADRE (Secretos) romance Capítulo 29

¿Les contaste a ellos? —le pregunté a Ricky, asombrada. Había pensado que estaba claro que mi pedido de auxilio solo iba dirigido a él. Era algo demasiado personal como para andar contándolo a todo el mundo.

               —Bueno profe. Yo le dije que no sabía si iba a poder llegar a tiempo —mintió, pues él solo había mencionado que tenía que terminar con unas cosas antes de venir—.  Me tenía que sacar de encima a estos dos. Pero como me insistieron en que les explique por qué tenía que salir rajando, les tuve que contar, y se ofrecieron a acompañarme.  

               —Quédese tranquila que no vamos a dejar que la moleste nunca más —dijo Enzo, que era un muchacho enorme y con sobrepeso—. Eso sí. No basta con el susto que le dimos recién eh. Vamos a tener que tenerlo cortito de aquí hasta que termine el año, vio profe —aclaró después, y mientras lo hacía parecía que se la hacía agua la boca, como si el hecho de tener la oportunidad de que el favor se extendiera por tiempo indefinido lo excitara.  

               Mientras hablaban, intercambiaban miradas entre ellos, para luego volver a mirarme a mí. Lo hacían sin poder disimular la lujuria que sentían, o quizás sin querer ocultarla siquiera. Y no era para menos. En ese momento lucía de una manera exageradamente provocadora. Ni siquiera para salir a bailar me vestiría así.

               Me crucé de brazos, aunque eso no servía para cubrirme mucho que digamos. Estaba completamente expuesta ante esos tres adolescentes que evidentemente disfrutaban de mirar el paisaje que les ofrecía.

               —Perdón, me voy a poner algo más cómodo —dije, resuelta a cortar con esa situación incómoda—. Realmente no imaginé que vendrían los tres. Qué vergüenza, recibir a mis alumnos así.

               —Pero si a nosotros no nos importa que te vistas así —dijo Ricky, ya comenzando a tutearme, como si tuviéramos muchas confianza.

               —Más bien al contrario —apoyó Gonzalo.

               —Eso, profe, quédese así nomás.

               Sus palabras tenían un doble sentido, no muy oculto que digamos. Decidí que lo mejor era pedirles amablemente que se fueran. Pero también debía asegurarme de que se mantuvieran de mi lado. Así que opté por hacerles una promesa que ninguna profesora debería hacer.

               —Bueno. Yo les agradezco mucho lo que hicieron —dije—. Creo que lo mejor va a ser que todo esto quede entre nosotros. Está mal que les diga esto, pero la situación es bastante peculiar, así que lo voy a hacer… —expliqué, casi tartamudeando, como si fuera una niña asustadiza—. Si tienen problemas con mi materia, les prometo que los voy a ayudar. Un seis se puede convertir fácilmente en un siete. Bueno, incluso un cuatro o un cinco pueden convertirse en un aprobado. ¿Me entienden? —aseguré.

               —Gracias, que copada sos profe —dijo Ricky.

               Me acerqué a la puerta, dispuesta a abrirla para que se fueran.

               —Bueno, de verdad, muchas gracias por todo —reiteré—. Esta situación fue muy extraña. Qué lástima que haya sido un alumno el que me estaba molestando. Pero bueno, seguro después de hoy va a dejar de hacerlo. Espero que sepan ser reservados. Y bueno, si repiten de año no va a ser por contabilidad, eso se los aseguro —prometí.

               —¿Pero no querés saber los detalles? —preguntó Ricky.

               —Eso. Además, yo tengo mucha sed. ¿Me convidaría un poco de agua? —pidió Enzo.

               —Bueno, ya les traigo un poco de agua —dije.

               Fui caminando rápidamente hasta la cocina. No pude evitar recordar el encuentro que había tenido con Ernesto. ¿No había empezado todo así? Los escuché murmurar entre ellos. Algunas palabras llegaban con mucha claridad. Incluso hasta parecía que querían que las oyera.

               —Qué perra que está —decía Gonzalo.

               —Entonces era verdad —me pareció oír decir a Enzo.

               —Sí —dijo Ricky.

               Agarré el jarrón de agua de la heladera. Me di cuenta de que me temblaba la mano. Saqué tres vasos y los llené. Me veía obligada a usar una bandeja para ir al encuentro de esos tres chicos libidinosos. Parecería una mezcla de camarera y prostituta. Por algún motivo no me parecía buena idea que me vieran en una actitud tan servicial. Tenía que despacharlos enseguida. De lo contrario, mi peculiar padecimiento me jugaría otra mala pasada.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: MADRE (Secretos)