¿Les contaste a ellos? —le pregunté a Ricky, asombrada. Había pensado que estaba claro que mi pedido de auxilio solo iba dirigido a él. Era algo demasiado personal como para andar contándolo a todo el mundo.
—Bueno profe. Yo le dije que no sabía si iba a poder llegar a tiempo —mintió, pues él solo había mencionado que tenía que terminar con unas cosas antes de venir—. Me tenía que sacar de encima a estos dos. Pero como me insistieron en que les explique por qué tenía que salir rajando, les tuve que contar, y se ofrecieron a acompañarme.
—Quédese tranquila que no vamos a dejar que la moleste nunca más —dijo Enzo, que era un muchacho enorme y con sobrepeso—. Eso sí. No basta con el susto que le dimos recién eh. Vamos a tener que tenerlo cortito de aquí hasta que termine el año, vio profe —aclaró después, y mientras lo hacía parecía que se la hacía agua la boca, como si el hecho de tener la oportunidad de que el favor se extendiera por tiempo indefinido lo excitara.
Mientras hablaban, intercambiaban miradas entre ellos, para luego volver a mirarme a mí. Lo hacían sin poder disimular la lujuria que sentían, o quizás sin querer ocultarla siquiera. Y no era para menos. En ese momento lucía de una manera exageradamente provocadora. Ni siquiera para salir a bailar me vestiría así.
Me crucé de brazos, aunque eso no servía para cubrirme mucho que digamos. Estaba completamente expuesta ante esos tres adolescentes que evidentemente disfrutaban de mirar el paisaje que les ofrecía.
—Perdón, me voy a poner algo más cómodo —dije, resuelta a cortar con esa situación incómoda—. Realmente no imaginé que vendrían los tres. Qué vergüenza, recibir a mis alumnos así.
—Pero si a nosotros no nos importa que te vistas así —dijo Ricky, ya comenzando a tutearme, como si tuviéramos muchas confianza.
—Más bien al contrario —apoyó Gonzalo.
—Eso, profe, quédese así nomás.
Sus palabras tenían un doble sentido, no muy oculto que digamos. Decidí que lo mejor era pedirles amablemente que se fueran. Pero también debía asegurarme de que se mantuvieran de mi lado. Así que opté por hacerles una promesa que ninguna profesora debería hacer.
—Bueno. Yo les agradezco mucho lo que hicieron —dije—. Creo que lo mejor va a ser que todo esto quede entre nosotros. Está mal que les diga esto, pero la situación es bastante peculiar, así que lo voy a hacer… —expliqué, casi tartamudeando, como si fuera una niña asustadiza—. Si tienen problemas con mi materia, les prometo que los voy a ayudar. Un seis se puede convertir fácilmente en un siete. Bueno, incluso un cuatro o un cinco pueden convertirse en un aprobado. ¿Me entienden? —aseguré.
—Gracias, que copada sos profe —dijo Ricky.
Me acerqué a la puerta, dispuesta a abrirla para que se fueran.
—Bueno, de verdad, muchas gracias por todo —reiteré—. Esta situación fue muy extraña. Qué lástima que haya sido un alumno el que me estaba molestando. Pero bueno, seguro después de hoy va a dejar de hacerlo. Espero que sepan ser reservados. Y bueno, si repiten de año no va a ser por contabilidad, eso se los aseguro —prometí.
—¿Pero no querés saber los detalles? —preguntó Ricky.
—Eso. Además, yo tengo mucha sed. ¿Me convidaría un poco de agua? —pidió Enzo.
—Bueno, ya les traigo un poco de agua —dije.
Fui caminando rápidamente hasta la cocina. No pude evitar recordar el encuentro que había tenido con Ernesto. ¿No había empezado todo así? Los escuché murmurar entre ellos. Algunas palabras llegaban con mucha claridad. Incluso hasta parecía que querían que las oyera.
—Qué perra que está —decía Gonzalo.
—Entonces era verdad —me pareció oír decir a Enzo.
—Sí —dijo Ricky.
Agarré el jarrón de agua de la heladera. Me di cuenta de que me temblaba la mano. Saqué tres vasos y los llené. Me veía obligada a usar una bandeja para ir al encuentro de esos tres chicos libidinosos. Parecería una mezcla de camarera y prostituta. Por algún motivo no me parecía buena idea que me vieran en una actitud tan servicial. Tenía que despacharlos enseguida. De lo contrario, mi peculiar padecimiento me jugaría otra mala pasada.
No se estaba dirigiendo a mí, sino que les estaba explicando a sus compañeros lo falsa que resultaba mi afirmación. De todas formas, insistí.
—No. En serio. Chicos, se tienen que ir —dije—. Mi novio va a llegar. Te pedí ayuda a vos porque él no iba a poder llegar a tiempo. Tenía mucho miedo. No sabía qué me iba a pasar…
Ricky acarició mi mejilla con la cara externa de sus dedos, para luego deslizarlos hasta la barbilla. Sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas, debido a la impotencia. No solo tenía a tres adolescentes decididos a satisfacer sus deseos más lujuriosos, sino que yo misma sentía cómo empezaba a ceder ante la situación.
Las manos empezaron a acechar mis piernas. Agarré con fuerza a dos de ellas, que ni siquiera estaba segura de a quién pertenecían. Pero las otras cuatro ya estaban metiéndose adentro de la pollera. Frotaban mis muslos con brusquedad.
—Chicos, por favor —dije, con la voz quebrada.
Sentí la calidez de una lágrima que se deslizaba por mi mejilla. Ricky interrumpió su caída con el dedo pulgar. Luego se llevó ese mismo dedo a la boca, para saborear la lágrima que había capturado. Las manos seguían hurgando en mi entrepierna. Se enredaban entre ellas, pero no dejaban de disfrutar de mi carne. Ricky llevó el mismo dedo que había chupado hasta mis labios. Resistí por apenas unos segundos. Luego empujó con violencia, por lo que me vi obligada a separarlos y recibir el dedo gordo de mi alumno. Sabía salado.
—Eso es profe —dijo Enzo—. Quédese así nomás. Quietita, y déjenos tomar nuestro premio —dijo después, dejando en claro que para ellos yo no era más que un objeto.
Desvié la mirada a un costado, mientras sentía cómo mi ceñida pollera ahora se iba levantando, como si no fuera ya lo suficientemente corta como para que me manosearan. Alguien empezó a frotar mi vulva por encima de la pequeña tela que la cubría. Ricky me agarró del mentón y me obligó a mirarlo. Estaba frotando su lengua en el labio superior. Realmente era un chico muy atractivo. Quizá su rostro de mentón grande era su punto débil. Pero era alto, tenía un lindo cabello largo, cosa bastante inusual en los hombres. Y a pesar de contar con apenas dieciocho años, tenía un físico de hombros anchos y abdominales marcadas.
Arrimó sus labios y me comió la boca. Besaba muy bien, casi como un adulto. Imaginé que era algo que de verdad tenía muchas ganas de hacer. Y fue acertado hacerlo cuando la cosa apenas comenzaba, porque dentro de algunos minutos dudaba de que quisiera besarme de esa manera, ya que no me cabían dudas de que querrían meterme en la boca sus babeantes falos.
—¿De verdad van a aprovecharse de mí después de que me salvaron? —dije. Tenía en claro que era una pregunta inútil. Ya tenía la falda hasta la cintura. Veía las terribles erecciones que tenían los tres. Enzo me había empezado a magrear el trasero con fruición y Gonzalo estaba corriendo mi tanga a un costado, y ahora se disponía a enterrar un dedo en mi sexo. Pero aun así, sentí la necesidad de oponer resistencia, aunque solo fuera a través de algunas débiles palabras—. No son mejores que Lucio. Y vos sos un hipócrita. Fingiendo ser un pobre niño afligido —terminé de decir, dirigiéndome a Ricky.
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