MADRE (Secretos) romance Capítulo 30

Él sonrió con ironía, quizás porque le parecía ridículo que dijera eso después de que le había devuelto el beso con pasión. Sentí el dedo de Gonzalo meterse adentro de mi cuerpo. Como era de esperar, se introdujo con facilidad.

—Vamos al cuarto —susurré, derrotada.

—Qué —dijo Ricky.

—Vayamos al cuarto —repetí.

Me quité la pollera y la dejé en el piso.

—Dios mío. No puedo creer lo buena que está profe —dijo Enzo, dándome una nalgada.

Ahora solo tenía el top, las medias con portaligas y la tanga. Caminando sobre mis tacones altos verdaderamente habré parecido una puta de lujo. Enzo me dio otra nalgada. Ricky acarició mi trasero con ternura.

—Lo que yo no puedo creer es que sea tan puta —dijo Gonzalo, hablando como si yo no estuviera presente.

Hice oídos sordos a ese comentario. Di por sentado que me esperaban muchas frases de ese tipo, y conociendo a los hombres como los conozco, si me mostraba indignada, solo serviría para que las repitieran una y otra vez. Después de todo, este no era un mero acto de sexo entre iguales, sino uno de dominación de tres machos a una hembra sometida. No tenía ni voz ni voto en lo que estaba a punto de suceder.

Llegamos al cuarto. Me senté en la orilla de la cama, convencida de que les iba a tener que practicar sexo oral a los tres. Por suerte tenía mucha experiencia. Si lo hacía de manera astuta los haría acabar enseguida. De lo contrario, iba a terminar con la mandíbula adolorida.

Los pendejos abusadores se desnudaron en un santiamén. Las vergas de Ricky y Gonzalo eran algo grandes, pero dentro de los parámetros normales. La de Enzo en cambio, sí que era gruesa. Ni loca empezaría a chupársela a él. Lo dejaría para lo último, para que cuando llegara su turno estuviera tan caliente después de verme en acción con sus compinches, que apenas duraría un par de minutos. No podría lidiar con eso en mi boca durante más que ese lapso de tiempo.

               Pero para mi sorpresa se pusieron a cuchichear entre ellos un rato.

               —Quitate el top —ordenó Ricky.

               Obedecí enseguida, tirando la prenda al piso.

               —Pero qué hermosas tetas —dijo Enzo, a quien parecía gustarle describir todo lo que veía.

               —Acostate boca arriba —me dijo Ricky.

               Por lo visto no íbamos a empezar con petes. Bueno, por suerte sus cortas experiencias sexuales los hacían ser menos predecibles que los hombres más grandes. No recordaba cuándo había sido la última vez que un hombre no quería empezar con una buena mamada.

               Los chicos se subieron a la cama. Ricky me acarició el cabello y me dio otro apasionado beso. Parecía que el pendejo sentía algo por mí, que iba más allá de una atracción sexual. Me pregunté que si esa impresión era cierta, por qué me compartía con los otros dos. Su mano acariciaba mi teta con suavidad, y con una habilidad que me sorprendieron. Pero en mi otro pecho no sentía suavidad en absoluto. Dos dientes se cerraron en mi pezón.

               —Despacio —le dije a Enzo que estaba prendido de mi teta derecha, como si fuera un bebé recién nacido hambriento—. Podés apretarla, pero con los labios. No uses los dientes.

               Gonzalo corrió otra vez la tanga a un costado. Mi sexo quedo al descubierto. Arrimó su cara y empezó a comerme la concha.

               Fueron largos minutos en donde sentí los labios y las lenguas de mis tres alumnos recorrer cada parte de mi cuerpo. Aunque claro, sus intensas lamidas se concentraban en mi sexo y mis senos. No tardé mucho en encenderme. De mi boca brotó un involuntario gemido. Las lenguas babeantes parecían estar en todas partes. Mi piel se llenó de la saliva de esos adolescentes abusones. Ricky volvió a agarrarme del mentón y hacer que lo mirara. Me dio un tierno beso en los labios.

               —¿Te gusta? —me preguntó.

               No dije nada. Es decir, no asentí, pero tampoco lo negué. Además, sería difícil hacer esto último, teniendo en cuenta que ahora Gonzalo se ensañaba con el clítoris y mi cuerpo era presa de espasmos de placer, que luego se traducían en gemidos.

               —¿Te gusta? —insistió Ricky, apretándome el mentón con violencia. Yo asentí con la cabeza—. Entonces decilo —ordenó.

               —Me gusta —dije, justo cuando otro gemido se escapaba de mis labios, haciendo que la frase sonara ronroneante—. Me gusta mucho —reconocí después.

               El pezón que no dejaba de ser succionado por Enzo se había puesto duro y puntiagudo, y la teta se había hinchado. El chico parecía tan orgulloso del resultado de su arduo trabajo, que ahora lo hacía con mayor intensidad, aunque por suerte sí tuvo el suficiente cuidado como para no morderme.

               Los tres estaban parados al pie de la cama. Las tres vergas erectas como mástiles. Ahora sí, me resultó muy tentadora la idea de llevármelas a la boca. Además, seguramente estaban tan calientes después de todo lo que habían hecho, que no durarían tanto tiempo, por lo que no tendría que hacer mucho trabajo para saborear la tibia y espesa leche de esos pendejos atrevidos.

               Me erguí, quedando sentada en donde me había colocado apenas entramos al cuarto. Ellos parecieron entender lo que quería. Se acercaron tanto, que las tres vergas quedaron a apenas unos centímetros de mi cara. Todas habían largado mucho presemen. Todas tenían las venas marcadas en su tronco. La de Enzo era muy gruesa, y nacía desde un abundante vello negro. Las bolas peludas también eran de un tamaño poco ordinario.

               —Miren como le gusta mi verga grande a la profe —dijo el chico, orgulloso, al darse cuenta de que había quedado hipnotizada ante tal instrumento.

               Las tres pijas se hincaron en mi rostro, impacientes. Agarré la gruesa verga de Enzo y la masajeé. Pero fue la de Ricky la que me llevé a la boca, ayudándome con la mano izquierda. Sin embargo, enseguida la sacó, en una actitud extrañamente solidaria, para que Gonzalo pudiera metérmela.

               —A ver quién aguanta más —dijo Gonzalo, con una actitud infantil que solo sirvió para recordarme que eran casi unos niños.

               Durante algunos minutos, sus falos entraron y salieron incontables veces de adentro de mí. El sabor del presemen era cada vez más intenso, evidenciando que salía con mayor abundancia y que pronto estallarían los orgasmos. El primero en descargar su eyaculación fue Enzo. Soltó dos intensos chorros de leche espesa en mi cara. Mientras sentía cómo el semen se deslizaba lentamente por mi piel, las otras dos vergas seguían entrando y saliendo de mi boca, que ahora se encontraba ridículamente babeante. Ricky y Gonzalo decidieron acabar al mismo tiempo. Agitaron sus vergas frente a mi cara, hasta que soltaron un gemido animal que fue seguido de los orgasmos.

               Mi cara quedó hecha un enchastre, aunque a ellos no parecía importarles. Antes de que se les ocurriera la idea de hacerme tragar todo eso, me fui al baño a limpiarme. Me gustaba el sabor del semen, pero normalmente lo escupía. A pesar de que tenía el pelo recogido, este se había manchado un poco. Ver este pequeño detalle de decadencia me deprimió increíblemente. Estaba consciente del lío en el que me estaba metiendo. Pero ya estaba hecho.

               Volví al cuarto. Lo que siguió fue algo que apenas es digno de contar. Los pendejos se turnaron para cogerme en la cama. Cada vez que lo hacían, eyaculaban sobre mí, y el siguiente me poseía así como estaba.

               En un momento pude escuchar, casi de casualidad, que me había llegado un mensaje. Estaba boca abajo, y Enzo por fin me metía su prodigiosa verga en mi sexo (ni loca le daba el culo). Se reusó a dejar de penetrarme, solo se limitó a disminuir la intensidad de sus movimientos, por lo que, con mucho esfuerzo, le respondí el mensaje a mi pobre niño.

               Por suerte no tuve que insistir en que se fueran. En ese par de horas que estuvieron, hicieron todo lo que quisieron con su profesora.

               —No vemos el jueves profe —dijo Enzo, con una sonrisa estúpida antes de que se fuera.

               —Esto nunca ocurrió —les dije, mientras salían de mi habitación.

               Estaba agotada y adolorida. Me metí en la ducha. No pude evitar largarme a llorar. 

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