MADRE (Secretos) romance Capítulo 3

No hace mucho tiempo que descubrí que soy hipersexual. Lo que algunos llaman ninfómana.

Siempre fui una mujer muy sexual. Y nunca en mi vida había estado tanto tiempo sin tener relaciones. Pero la fidelidad a un fallecido no podía durar para siempre. Ya bastante luto le había guardado a Daniel. 

La cosa fue tan paulatina, que no alcancé a darme cuenta de que mi personalidad fogosa, lentamente, se iba transformando en una insaciable. Iba a bares, y me dejaba seducir por cualquier hombre que me pareciera mínimamente atractivo. Algunos se sorprendían de lo fácil que resultaba que me abriera de piernas, o me pusiera de rodillas. Pero hasta el momento, más allá de que estaba experimentando una promiscuidad que nunca había vivido, digamos que aún entraba en la esfera de la normalidad. Simplemente era una mujer joven, que vivía a pleno su soltería. Si bien siempre había sido lujuriosa, solía estar con un hombre a la vez, saliendo con ellos durante meses o años, dependiendo hasta dónde llegaba la relación. Ya contando con treinta años, no había tenido demasiados compañeros de cama, pero ahora entraba en una etapa en la que me permitiría saltar de verga en verga, sin remordimientos de consciencia.

Pero de repente me di cuenta de que esta creciente promiscuidad no era una cuestión meramente física. Ante cualquier palabra amable de algún hombre, yo lo interpretaba como una insinuación sexual. Parecía necesitar la aprobación de todo el que conocía. Necesitaba que me dijeran que era hermosa, que era especial. Y la única manera de estar segura de eso era entregándome por completo a ellos. 

Tenía una lista de admiradores que no dudarían en encontrarse conmigo, pero yo necesitaba una verga urgentemente, y no tenía paciencia como para que empezaran a dar vueltas y hacerme esperar durante horas. Así que antes de darme por vencida, opté por hacer un último intento. 

— ¿Me harías un favor? —le pregunté al chico. Se había puesto a hablar con su compañero, aunque algo fastidiado, ya que evidentemente prefería seguir charlando conmigo. Ambos me miraban de reojo. 

— El que quieras —respondió el chico. 

— ¿Me prestarías el baño? —dije, acercándome a él. Y después, arrimando más el rostro, para hablarle en un susurro, agregué—: Es que me muero de ganas de hacer pis. 

El chico rió, avergonzado. Me encantaba que se pusiera rojo cada vez que le decía algo. 

— Obvio —respondió, y después me indicó—. Mirá, es allá, al final de aquel pasillo. La anteúltima puerta a la derecha. 

Su compañero, sin sacarme la vista de encima, lo codeó. 

— Andá a acompañarla, Joel. A ver si se pierde la señorita. 

El chico, que ahora tenía nombre, lo miró sorprendido. Habría pensado que era absurdo pensar que yo podría llegar a perderme. Pero ante la fulminante mirada de su amigo, pareció entender, al fin, lo que debía hacer. 

— Claro, vení, yo te acompaño. 

Disfrutaba tanto de magrear mi culo, que se tardó bastante en hacer lo que le había pedido. Mi bombacha apareció en sus manos. Como no sabía dónde meterla, se la guardó en el bolsillo. 

— Ahora sí podés besarme —le dije. 

El tonto estuvo a punto de ponerse de pie, pero yo lo detuve, apoyando mi mano en su cabeza. 

— Besame —le ordené. 

Joel levantó el vestido, hasta dejarlo a la altura de la cintura. Besó mis muslos, con dulzura. A pesar de que era torpe y muy tímido, no parecía un completo inexperto. Siguió besando y lamiendo, yendo lentamente hacia mi sexo palpitante. Pronto se encontró con la humedad de mi intimidad. Pareció sorprendido de descubrirme empapada. Lamió los labios vaginales, impregnando su lengua de mi esencia, y después se concentró en el clítoris, ese hermoso botón del placer. 

Cuando la lengua se frotaba intensamente en él, puse mis manos a los costados de su cabeza, e hice presión en dirección opuesta, para inmovilizarlo, y que se diera cuenta que ahí era donde debía quedarse, masajeándome en ese punto tierno y sensible, que me hacía retorcerme ahí parada, contra la pared de ese diminuto baño. Noté que el compañero de Joel estaba atendiendo a alguien. Hice lo posible por contener los gemidos, pero me fue imposible hacerlo. Y el chico tampoco podía contenerse, parecía que se había encontrado con la ambrosía de los dioses en mi entrepierna, y le resultaba imposible dejar de saborear ese manjar que era mi sexo sazonado con mis flujos. 

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: MADRE (Secretos)