MADRE (Secretos) romance Capítulo 4

De repente se empezó a escuchar música a un volumen muy alto. El hombre que ahora atendía el kiosko había encendido el equipo, para amortiguar el escandaloso ruido del placer. Entonces di rienda suelta a mi lujuria. Le rogué a Joel que no dejara de comerme la concha, mientras sentía cómo los músculos de mi cuerpo empezaban a contraerse. El orgasmo estaba a punto de llegar, cosa que me ponía eufórica. 

Mis muslos apretaron como tenazas el rostro del pobre Joel. Extendí mis manos, y las apoyé en las paredes que tenía a cada uno de los lados, para ayudarme a no perder el equilibrio, pues me conocía, y sabía que cuando alcanzaba el clímax, perdía la noción de dónde estaba, y si en ese momento me pasaba eso, podía terminar cayéndome y lastimándome en el acto. 

Y entonces me vine. Sentí que de mi sexo surgía una deliciosa explosión. Mi cuerpo se retorció contra la pared en donde estaba apoyada, y mis muslos se cerraron aún con más fuerza.

Totalmente agitada, y con el cuerpo temblando de punta a punta, liberé al chico, quien se irguió con la cara roja, esta vez no por la vergüenza, sino la presión que había ejercido en ella. De todas formas se veía feliz de haberme hecho acabar. No tenía idea de que, con lo caliente que estaba en ese momento, daba lo mismo quién lo hiciera, el resultado sería ese. 

Vi que tenía una potente erección que me pareció muy tentadora. Se merecía que le devolviera el favor, de eso no tenía dudas. 

Pero entonces el otro hombre nos interrumpió. 

Se metió en el baño, y vio la escena, divertido. 

— Ahora me toca a mí —dijo, pasando al lado de Joel. 

Me agarró de la muñeca, me hizo girar, y me puso de espalda contra la pared. 

— No sé de dónde mierda saliste, putita —me dijo, mientras me levantaba el vestido que yo ya había empezado acomodarme—. Pero no te vas a ir de acá sin que te coja. 

— ¡Dejala! —dijo Joel, intentando defenderme. 

Lo cierto era que me había alarmado la manera brusca en la que había entrado su compañero. Había supuesto que iba a intentar aprovechar la situación, pero la forma en que me había puesto contra la pared me asustó. 

— ¿No ves que ella no se queja? —dijo el tipo. 

Miré a Joel, sin decir nada. No estaba entusiasmada con el troglodita de su amigo, pero ya estaba con el vestido levantado, el trasero al aire, y las piernas separadas, así que dejé que hiciera conmigo lo que quisiera. 

— Pero yo todavía no terminé —se quejó el chico, señalando con los ojos su erección. 

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