Como ya era de costumbre, esa noche me costó pegar el ojo. De todas formas, dormir no era una buena opción, porque cuando lograba hacerlo, horribles pesadillas me atormentaban. Lo peor que tenían esas pesadillas era que resultaban muy realistas, ya que en ellas mamá siempre aparecía siendo sometida sexualmente por mis compañeros de clase. Nada que no hubiera sucedido ya —y que no pudiera volver a suceder—.
Había cierto alivio en las palabras que había pronunciado ella el día anterior. Por fin se iba a ir de esa escuela. El daño ya estaba hecho, pero al menos no tendría que pasar por el penoso momento de estar en la misma clase en la que ella era profesora. Además, yo tampoco pensaba quedarme en esa escuela por mucho tiempo. Había una creencia generalizada de que era muy difícil cambiarse de colegio cuando ya habían empezado las clases, pero en las últimas semanas había hecho mis averiguaciones, y descubrí que no era algo imposible de hacer. Claro, estaba condenado a asistir a una escuela de baja categoría, con alumnos mucho más problemáticos que los de mi curso actual, pues esos eran los establecimientos que normalmente contaban con vacantes. Pero mientras no conocieran a mamá, nada de eso parecía ser importante.
Pensé mucho en Mujerinsaciable. En él me enteraba de muchas cosas, pero había otras tantas que aún desconocía. ¿Qué había sucedido con Lucio? Por lo que entendí, Ricky y los demás le dieron un susto de muerte antes de que pudiera llegar a casa a chantajear a su profesora. Esto, sumado al hecho de que yo había eliminado las pruebas que tenía en su casa en contra de mamá, daba a pensar que el pobre diablo había quedado fuera de juego. Pero no podía descartar el hecho de que aún conservaba su teléfono, el cual no logré destruir. Por lo tanto, era muy probable que aún tuviera esas pruebas con las que había logrado dominar a la profesora Cassini. Si fuese así, el miedo a Ricky y sus secuaces no le duraría para siempre. Muy a mi pesar, tuve que estar de acuerdo con el detestable Enzo. Lo tendrían que tener cortito, recordándole cada tanto que debía dejar de molestar a la profesora. Lo malo era que, si los chicos del fondo continuarían con el rol de guardaespaldas de mamá, seguramente también pretenderían volver a cobrarle el favor.
Otra cosa que me intrigaba mucho era saber cuánto de la historia de Lucio con mamá era conocida por los chicos del fondo. Por lo visto ella solo le había explicado a Ricky que estaba siendo molestada por un desconocido, el cual, la inocente profesora Cassini sospechaba que podría tratarse de un alumno. Pero cuando ellos interceptaron a Lucio, el nerdo del curso algo les habría dicho. De repente recordé una frase que había pronunciado uno de ellos. “Entonces era verdad”, había dicho Enzo Mientras veían a mamá, caminando hacia la cocina, con los zapatos de tacones altos, la minifalda y el portaligas. Pero ¿Qué era eso que resultaba ser verdad? Quizás Lucio se había ido de boca y había contado la manera en que dominaba a su profesora, lo fácil que era, lo mucho que le gustaba la verga... En ese caso, ahora el problema estaría multiplicado por cuatro. Con todos esos chicos teniendo el poder de doblegar a mamá a su antojo, las consecuencias que podía tener eso me resultaban difíciles de predecir. Aunque claro, en todos los escenarios que imaginaba, mamá era sometida sexualmente de manera indeterminada por esos pendejos.
Lo ideal era que renunciara a la docencia en esa escuela lo antes posible. De esa manera le quitaría el poder a Lucio, y ya no necesitaría de los otros.
También pensé en la manera en la que ese trío de degenerados había logrado someterla. Me sentí orgulloso al leer cómo la profesora Delfina se negaba a complacerlos, e inventaba excusas para sacárselos de encima. Pero, así como Lucio había logrado dominarla con su inteligencia, estos tres lo hicieron con insistencia. No se me iba de la cabeza que incluso habían sido algo violentos. Me prometí que algún día me las pagarían. Pero por el momento lo que me preocupaba era que pudiéramos huir de ese lugar con el menor daño posible.
Releí varias veces el texto, tratando de sacar de él algo nuevo.
En una situación como esa, la idea de que todo volara por los aires no se veía tan mala. En definitiva, el sometimiento de mamá había llegado a un extremo tal, que ya no perdería mucho si ellos la denunciaban de una vez por todas, y pusieran fin a todo nuestro tormento.
Pero me estaba adelantando. Quizás la orgía en la que había participado la profesora Delfina Cassini con sus tres estudiantes no tenía solo consecuencias negativas. Si de verdad podían mantener a raya a Lucio hasta que nosotros desaparezcamos del mapa, y además ella se las arreglaba para no volver a caer en las manos de ellos, quizás ese delicado equilibrio nos ayudaría a dejar todo eso atrás. En ese momento no tenía idea, pero ya en la adultez sé que es increíble lo que puede llegar a hacer un hombre por una mujer con la que está caliente, aunque esta no le entregue nada.
El viernes por la mañana le dije a mamá que también me sentía enfermo, y de esa manera me libré de ir a la escuela. El fin de semana la profesora Cassini estuvo encerrada todo el tiempo, como en las épocas de abstinencia. Aunque ahora no era el caso de que estaba en abstinencia, obviamente. Supuse que tenía miedo de lo que pudiera llegar a hacer si salía a alguna parte. Trató de disimular su estado depresivo haciendo toda clase de actividades en todo momento. Hizo una limpieza general en la casa, como no la veía hacer desde que era pequeño. El domingo cocinó suficientes empanadas como para comer durante una semana, y probó varias recetas de tortas de chocolate.
En ese momento aproveché para decirle que quería cambiarme de escuela.
—Bueno, dejame ver qué podemos hacer —me respondió ella, palpando mi mano con cariño, con una sonrisa melancólica pintada en su rostro.
A partir de ahí entramos a una peculiar etapa de nuestra relación. Estaba claro que ella sospechaba que yo sabía algo sobre su padecimiento, aunque seguramente no tenía idea de hasta qué punto conocía los vaivenes de su vida en los últimos meses. Pero la cuestión es que sabía que yo sabía que algo andaba mal, y que esa escuela era un lugar del que nos teníamos que alejar. Lo que dijo ese mismo domingo, mientras comíamos una chocotorta con té en la sala de estar, terminó pro confirmar mi teoría.
—Tus compañeros… —dijo, deteniéndose, como para pensar bien en cómo iba a formular la pregunta—. Tus compañeros ¿Dicen algo de mí?
Me encogí de hombros, tratando de disimular lo incómoda que me resultaba esa pregunta. Tragué un pedazo de torta casi sin masticarla, y tuve que tomar un largo trago de té para no atragantarme con ella.
—Creo que en general te consideran una buena profesora —dije al fin.
—Sí, pero… —insistió ella—. ¿No me ponen algún apodo? ¿No me critican por algo? Quizás no te lo van a decir a vos por ser mi hijo, pero algo habrás escuchado, al pasar.
—La verdad que no. Las chicas te admiran mucho, y algunas hasta te deben envidiar. Y los chicos, bueno… ya sabés cómo son los chicos —respondí, omitiendo la segunda parte de la frase: “Y ya sé cómo sos vos mamá”.
—¿Y cómo son los chicos?
—Ya sabés má… —respondí, algo fastidiado—. Sos joven, y a veces te vestís de una manera… Pero no, nunca me dijeron nada. Es solo que con las caras se delatan. Vos te habrás dado cuenta ¿No?
—Bueno. Tenés razón. Los chicos son así. A esa edad solo piensan en sexo. Supongo que vos sos igual en ese sentido.
—Sí mamá.
No quería hablar más del tema, porque se me iba a ir la lengua. Estaba claro que mamá quería saber si ya habían corrido rumores de que se había acostado con varios alumnos. Lo cierto es que hasta ahora no había escuchado nada. Pero después de lo del jueves, Ricky y los demás en cualquier momento se irían de boca. Que se fueran a la mierda, pensé yo. ¿Quién les iba a creer que se enfiestaron con su profesora? Era algo demasiado bueno como para que alguien lo considerara cierto.
—Y no sé por qué lo hacen —agregué—. Es obvio que nadie se los va a creer. Una profesora como vos, acostándose con tres chicos menores de edad… No se creen ni ellos ese cuento —dije.
Mamá estaba de mi lado en lo que respectaba al incidente de la escuela. No lo dijo, pero parecía orgullosa del hecho de que me había animado a golpear a quienes de alguna manera habían abusado de ella.
—Encima la sacaron barata. Dos días de suspensión les dieron —dijo—. Bueno, es lógico. Lo de ellos es grave, pero no tanto como lo tuyo —me acarició la mejilla con ternura—. Mañana mismo presento mi renuncia. Ya no quiero saber nada con ese lugar. Gracias por defender mi honor —terminó de decir.
Sentí que un enorme peso se me quitaba de encima, y sospechaba que ella experimentaba algo similar. Por fin el calvario llegaría a su fin.
Durante los siguientes días tuve algo de paz. Mamá me había conseguido vacante en una escuela de mala muerte, que quedaba a una hora de viaje. Si ya de por sí era difícil cambiarse de colegio a esas alturas de la cursada, con mi prontuario de alumno expulsado debía estar más que agradecido de que me recibieran en ese lugar. Según ella, lo importante era que no perdiera el año. El hecho de que fuera bastante lejos de casa me gustaba mucho. Las probabilidades de encontrarme a algún conocido eran muy bajas.
El miércoles me dijo que ya había conseguido un trabajo en el que empezaría la próxima semana. Algo avergonzada, me contó que consistía en hacer de secretaria de un reconocido cirujano. No me cabían dudas de que el reconocido cirujano le habría pedido algún favor sexual para contratar a alguien inexperimentada en ese rubro después de una sola entrevista. Pero comparado con lo que venía sufriendo, si era por mí, que la convirtiera en su puta personal. Si con eso contribuía a que ella se alejara de las aulas repletas de adolescentes pajeros, que así fuera.
Yo también empezaría las clases el lunes. Solo faltaba que nos mudáramos de barrio y listo. Una nueva vida. Yo disfrutaría de una adolescencia normal, y a ella le tocaría lidiar con su hipersexualidad a su manera. Y en todo caso, si volvía a las andadas —como parecía ser el caso—, que lo hiciera con adultos, muy lejos de mi vista, como antes lo hacía. Ojos que no ven, corazones que no sienten.
Ya se podía respirar el aire de libertad en casa. Yo me había reivindicado, al menos en parte, dándole unos buenos golpes a algunos de los que me hicieron pasar tan mal rato. Y a mamá ya se la veía mejor, con una alegría más natural, menos efímera.
Pero como sospecharán algunos, aún falta un poco para que esta historia llegue a su fin.
El jueves me desperté recién a las once de la mañana. Hacía semanas que no dormía tanto, y realmente lo necesitaba. Apenas me espabilé, revisé el celular. Me di cuenta de que tenía muchos mensajes. Mariano me decía que algunos de los chicos pensaban hacer una rateada masiva, Y me preguntaba si yo también iba a faltar a clases. Me di cuenta de que por lo visto aún no se enteraban de que había sido expulsado de la escuela. Pero tampoco quise decírselo en ese momento. No tenía ganas de que me hicieran preguntas, y mucho menos de contestarlas. También me había escrito Ernesto. Ya lo había hecho antes, felicitándome por la paliza que le había dado a esos tres. Ahora también me contaba lo de la rateada, y me preguntaba cómo andaba. A esas alturas ya no guardaba rencor por él. Me daba cuenta de que en ese momento él había sido la víctima, tanto de las circunstancias como de mi madre. Y ni hablar del hecho de que me había defendido cuando me peleé con los del fondo. Lo suyo había sido muy diferente a lo de Lucio y Ricky, que se aprovecharon de la situación y la humillaron. Pero por el momento no quise hablar con él. A la única que le contesté fue a Celeste, quien me había escrito, también preocupada por mi estado de ánimo. Le dije que estaba todo bien, que si quería, más tarde habláramos.
Pero ese día que presagiaba ser bueno, se ensombreció cuando noté la ausencia de mamá. La llamé por teléfono, pero no respondió. Esperé, nervioso, a ver si llegaba. Cada minuto que pasaba sin tener noticias de ella me alejaba un poquito más del optimismo que me dominó en los últimos días. Al final, llegó recién para las dos de la tarde.
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