MADRE (Secretos) romance Capítulo 5

Siempre di por sentado que ella tenía una vida sexual activa, pero nunca me había detenido a imaginarme cómo sería, con qué hombres compartía la cama —aunque por lo visto, rara vez lo hacía en lugares tan tradicionales como una cama—, o de qué manera se la cogían. Ahora que había leído lo fácil que era mamá, la promiscuidad de la que hacía gala, lo complaciente que resultaba, y cómo ella misma, más de una vez, se tildaba de puta, era algo que no me podía sacar de la cabeza. Ella nunca fue perfecta, eso lo tenía en claro, de hecho, se había tomado su tiempo para finalmente ocupar su rol de madre al cien por cien, cosa justificada, al menos en parte, por la extrema juventud que tenía cuando yo había nacido. Pero aun así, siempre emanó cierto halo de respeto, típico de todas las madres. Nunca había reparado en cómo actuaba frente a los hombres. Siempre me pareció que lo hacía con normalidad, incluso después de la muerte de Daniel. Jamás había presenciado esa tendencia a, como ella misma decía, abrirse de piernas o arrodillarse ante cualquiera que lo deseara, con una facilidad pasmosa. Además, en ese mismo relato dejaba entrever que el hecho de hacer todo lo posible para que en el barrio donde vivíamos fuera considerada una señora seria y respetable, no había podido ser sostenido por mucho tiempo.

                Mamá no sólo se había entregado a un muchacho apenas unos años mayor que yo, después de unos minutos de conocerlo, sino que se había dejado coger por el otro tipo, ese por quien ni siquiera se sentía atraída. Era algo así como, bueno, ya que estoy acá, con el vestido levantado, y despojada de la tanga, si quiere cogerme, que lo haga. Estaba seguro de que en cualquier lugar que ella frecuentaba, seguramente era tildada por todos como la ligerita, la robamaridos, la regalada.

                Todos los hombres anhelábamos encontrarnos con una hembra de esas características, una mujer hermosa a la que conocíamos de manera casual y que era capaz de hacer las cosas más obscenas por nosotros, sin siquiera sonrojarse. En esa época era apenas un chico de dieciocho años, por lo que resultaba normal no haberme encontrado en esa clase de situaciones. Pero incluso ahora, diez años después, no puedo decir que haya tenido la suerte de cruzarme con una fémina de esa índole. Salvo en los boliches, en donde a veces surgía una conquista rápida, jamás fui abordado en una situación cotidiana por una mujer experimentada, sedienta de verga, como les había pasado a aquellos kioskeros.

                No era —ni lo soy hoy—, mente cerrada, por lo que no hacía juicios morales hacía su actitud, más aun sabiendo que se trataba de una enfermedad que estaba tratando en terapia. Pero no por eso dejaba de ser difícil enterarse de que la mamá de uno es una mujer explosivamente sexual, la clase de hembra que está en las fantasías de todos los chicos de mi edad.

                Y ahora la tenía en mi escuela, dándole clases a un montón de adolescentes con las hormonas alborotadas, y la libido por las nubes, esperando, ansiosos, por expulsar toda la leche que tenían acumulada.

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