My Last Sigh romance Capítulo 32

Hace dos días salí del hospital y ya estoy en casa. Claro, con reposo absoluto; pero tampoco crean que me la paso todo el día acostada en la cama. El baño se ha convertido en mi mejor amigo, más bien el retrete. La mayoría de las cosas que como las vomito y cuanto odio eso, hace que salga sangre de mi nariz por el esfuerzo, no siempre, pero si la mayoría de veces. Los dolores de cabeza no me dejan en paz, mi consuelo es que no son muy fuertes, aún.

Mañana tengo cita con la ginecóloga, mi primera ecografía. Hoy voy a ir con Nora a la casa de Ezequiel, necesito hablar con él.

Me levanto de la cama, son casi la 1:00 p.m. Esa es otra cosa, también me la paso muy cansada. Entro al baño y al salir envuelta en una toalla observo mi armario para ver que me pondré hoy. Elijo un short de jean azul, una blusa de tirantes negra, una chaqueta de jean y unos botines sin tacón negros. Cepillo mi cabello y me maquillo. Tomo lo necesario y bajo las escaleras, ahí ya está Nora esperándome.

—¿Nos vamos? —pregunta y yo asiento.

—Vamos —respondo.

Me despido de mis padres y salimos de la casa. Nos subimos al auto de Nora y ella arranca, en unos minutos estamos frente la casa de Ezequiel.

—Trata de estar lo más calmada posible, ¿Sí? —advierte Nora.

—Trataré, no prometo nada —le digo mientras nos bajamos del auto y tocamos el timbre.

Cuando la puerta se abre vemos a Ezequiel con su traje formal, al verme, su mirada cambia y casi cierra la puerta, pero Nora lo detiene poniendo su pie en el medio de la puerta.

—Nora, ¿qué haces con ésta? —pregunta y me mira con desprecio.

Mi corazón se parte en dos.

—Esta tiene su nombre, Ezequiel —le digo, pero él me ignora y eso me lastima.

—Tienen que hablar, hermano —dice Nora y él niega.

—Me engañó —dice señalándome acusatoriamente y ella suspira.

—Lo sé, lo supe todo el tiempo —Ezequiel pone cara de sorpresa y luego frunce el ceño.

—Y no me dijiste —cierra los ojos con dolor —mi propia hermana tampoco confió en mí —dice dolido, ella intenta acercarse y él la aleja.

—Ella no tiene la culpa, yo hice que no te dijera nada —le cuento y me mira con rabia.

—Debí imaginarlo, tú solo quieres verme sufrir, ponerme en contra de los que quiero —yo niego. —Nunca te haría daño, si me dejaras explicarte... —me interrumpe.

—No podría creerte, ya no sé si lo que dices es verdad o mentira. Si me ocultaste algo tan importante, eres capaz de mentirme —suspiro reteniendo las lágrimas.

—Ezequiel, razona. Yo te amo, solo déjame hablar —le digo, él niega.

—Vete de mi casa, no te quiero ver, a ninguna de las dos —mira a su hermana con resentimiento.

—Ella no tiene la culpa. Deja de actuar como un niño y reacciona —le grito con enojo.

—Vete —repite.

—¿No me vas a escuchar? —le pregunto frunciendo el ceño y él niega con la cabeza.

—Sería ir en contra de mis principios y no lo haría por ti —dice y me lastima de nuevo.

—Si cruzo por esa puerta no me vuelves a ver ni a mí ni a tu hijo, Ezequiel —se encoje de hombros restándole importancia.

—Tú no decides sobre mi hijo —responde.

—Soy su mamá —respondo cortante.

—Y yo el papá, tengo todo el derecho de verlo y tú, no me lo puedes prohibir —dice y tiene razón.

Me choca que la tenga.

—Yo no te lo puedo prohibir, pero un juez sí, cariño. Puedo hacer que no te me acerques en todo el embarazo ni en el momento del parto. Te perderás su primer movimiento, su primera patadita, pero que va, a ti no te importan esos momentos —le digo apuntándolo con un dedo y me mira con rabia.

—No te atrevas a hacer eso, Claire, tú no sabes nada —da un paso hacia mí.

—Escúchame —le pido, pero él niega con la cabeza.

Por las escaleras vemos bajar a una chica somnolienta que trae puesta una camisa de él.

—¿Por eso no quieres escucharme? —pregunto dolida señalando a la chica y él sonríe.

—Te presento a Macarena, te supera a ti en todo y ella no me oculta cosas como lo haces tú —sus palabras son como balas que me hieren.

—Muy bien —me acerco a la puerta y lo miro por última vez.

—¿Qué esperas para terminar de irte? No ves que estoy muy ocupado —cada palabra que sale de su boca me lástima.

—Luego no vengas arrepentido a pedirme perdón, porque no estoy segura que pueda hacerlo — digo y cierro la puerta de un portazo destrozándome por dentro.

Nunca imaginé que Ezequiel me engañaría con otra. No debí esperar más de él.

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