My Last Sigh romance Capítulo 6

Lo miro sonrojada ante el recuerdo y este me mira divertido.

—Ahora dime, ¿cómo terminé aquí? —le pregunto y se rasca la nuca sonriendo.

Dios, que hermosa sonrisa.

—Pues, estabas muy borracha, no te podías sostener por ti sola y de un momento a otro te desmayaste. No me quedó de otra que traerte a mi casa, porque no sabía con quién habías ido a la discoteca y se puede decir que no te conozco; además, no tenías tu identificación o algo que me ayudara a saber quién eras —explica y es cierto.

Mi hermana, como la mayor y responsable, se quedó con todas las identificaciones.

—Lo siento, es la primera vez que me emborracho así —digo avergonzada y él me sonríe con ternura.

—No te preocupes —sonrío y después hago una mueca.

Necesito una pastilla urgente, no aguanto la cabeza.

—Gracias por no dejarme ahí sola —se encoje de hombros.

—No tienes nada que agradecer, una chica linda no se conoce todos los días, supongo que debía protegerte —me mira a los ojos y yo me sonrojo —Tienes unos ojos hermosos, Claire.

Al escuchar mi nombre salir de su boca siento un cosquilleo en mi vientre.

—Gracias, Ezequiel, ¿me harías otro favor...? —pregunto y me levanto de la silla, él asiente — Necesito una pastilla, ropa para cambiarme...

No pude terminar la oración porque él sale rápidamente de la habitación dejándome con la palabra en la boca. A los pocos minutos vuelve con una bolsa, un té, pastillas y un teléfono.

—Ya había pensado en eso, preciosa —sonrío, pero que hombre más atento.

Le doy las gracias y sale de la habitación. Yo me tomo dos pastillas y el té, supongo que ayudará a que el dolor de cabeza cese.

Marco el número de Marina. Al tercer tono atiende.

—Bueno —escucho su voz y suspiro.

—Marina, soy Claire —digo y escucho de fondo un "apareció" del que parece ser mi hermano mayor.

— ¿Dónde estás metida? Nos diste un susto horrible, regresa inmediatamente jovencita —escucho la voz de mi hermana y ruedo los ojos, al parecer estaba en altavoz.

—Allá les cuento todo, llamaba para avisarles que estoy viva, en un rato estaré en casa —digo y no le doy tiempo a protestar porque cuelgo.

Suspiro y siento unas ganas de vomitar horribles, corro al baño y vomito todo lo comido ayer, más el alcohol ingerido. Al terminar me siento muy cansada y un líquido corre por mi nariz, es sangre. Siempre que hago mucho esfuerzo pasa lo mismo.

Me levanto del piso y escucho que tocan la puerta.

—Claire, ¿te encuentras bien? —es la voz de Ezequiel, seguro que mis arcadas se escucharon por toda la casa.

Que vergüenza.

—Sí, no te preocupes —respondo, mientras sigo a limpiando la sangre que sale por mi nariz.

—Perfecto, cuando termines bajas a la sala, preparé desayuno —dice y escucho pasos alejarse, sonrío.

Lo repito, este hombre es muy atento y yo que lo traté de secuestrador. Analizó mi reflejo en el espejo y casi me da un infarto; tengo el rímel corrido, los ojos rojos, estoy despeinada, el labial también lo tengo corrido, casi inexistente. Me lavo la cara desapareciendo cualquier rastro de maquillaje y me meto en la ducha. El agua hace que el dolor de cabeza cese, casi me quedo dormida.

Al salir, me pongo lo que Ezequiel me trajo. Me sonrojo al ver que la ropa interior es nueva y me queda a la perfección; luego me pongo el short de jean, una blusa mangas largas violeta y unos converse blancos. Peino mi cabello y lo dejo caer por debajo de mis hombros para que se seque.

Salgo del baño y me dirijo a la sala, prácticamente sigo el olor a comida y encuentro a Ezequiel con un delantal, tomando un cucharón de micrófono y bailando de acuerdo a la música, la escena me causa gracia y suelto una carcajada. Se percata de mi presencia y se sonroja.

—Siéntate, por favor —dice sonrojado y yo niego con una sonrisa.

—Creo que ya he molestado mucho, Ezequiel, me están esperando en mi casa y si no llego se van a poner histéricos —veo pasar por su rostro desilusión, pero inmediatamente lo disimula con una sonrisa.

—Está bien, Claire, pero me debes un desayuno —sonrío y niego con la cabeza—. Si dices que no, te dejo aquí hasta que termines el desayuno.

—Sería secuestro —me cruzo de brazos.

—Yo sería el secuestrador más feliz del mundo —dice con una encantadora sonrisa, me sonrojo.

—Acepto, te debo un desayuno —él amplía su sonrisa y me arrebata el celular de mis manos.

—Ese es mi número, preciosa —yo anoto el mío en el celular que me prestó.

—Y ese es el mío, Eze —le guiño un ojo y él me sonríe.

Me acompaña a la puerta y yo tomo un taxi.

Esta ha sido la experiencia más extraña e interesada en mis años de existencia.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: My Last Sigh