Ni tan Señora (COMPLETO) romance Capítulo 18

Su amiga tenía razón, le hubiera ido muy mal como si hubiera seguido viviendo en esa casa.

—¡Gracias por estar conmigo! Le dice la castaña.

—Ni que lo digas.

Esa noche las chicas fueron a trabajar como de costumbre, y como siempre el bar se encontraba a reventar. A medida que avanzaba la noche, Zoé se dio cuenta que la mesa que utilizaban los hermanos estaba siendo ocupada por otras personas.

Sin poder evitarlo los busco por otro lado, pero o su visión era muy mala o no habían ido esa noche...y comenzaba a sospechar que la segunda opción era la acertada.

—No están. Le dice Maya a su lado en la barra.

—¿De qué hablas?

—Te he visto, lo estás buscando. Pues te digo, no está. Ni su hermano.

—Que bien por nosotras.

—Supongo que sí. Maya se va con su bandeja dejándola sola con sus pensamientos.

Al culminar su jornada de trabajo, ambas se van a casa a descansar. Agradeciendo que el día siguiente no tenían que trabajar y al menos con las propinas de esa noche cubrían algunas semanas de arriendo.

[...]

Jean dejaba las llaves de su coche sobre la mesa, condujo sus pasos hasta la habitación cual camino comenzó a quitarse la ropa. Necesitaba una ducha, odiaba cuando tenía que resolver asuntos de negocios los domingos.

Llevar una maldita cadena de restaurantes era muy agotador, siempre ocurría un problema. Si no era en uno, era en otro. Y peor cuando le tocaba viajar. Pero esa era su vida, su legado.

El francés se despojó de toda su ropa, dejando todo su cuerpo desnudo. Camino por la habitación yéndose directo al baño. Al meterse en el cuarto de ducha abrió los grifos. El agua fría penetró sus huesos, así se la paso a tibia. El vapor comenzó a sentarle bien, estaba cansado.

Dejo un brazo tendido en la pared, inclinó la cabeza hacia abajo dejando que el agua corriera por su cuerpo. En eso abrió los ojos, el agua caía como una catarata desde sus labios al suelo blanquecino.

Pensó en ella… llevaba dos días sin verla, se preguntó ¿Cómo estaría? Era extraño en él que se hiciera una pregunta como esa cuando se trataba de una mujer. Se lo achacó al hecho de que no había podido meterla en su cama y desde luego que eso lo emputaba.

Abandonó la ducha solo con una toalla enrollada en la cadera, y así mismo se tumbó en la cama. Necesitaba dormir…

Algunos días después…

Era el día cuando Adrien y Jean se reunían en casa de su padre para cenar… Dubois se bajó del coche ajustando su saco, detrás de su coche aparcaba Adrien quien lo saludo con un asentamiento de cabeza.

—¿Dónde has estado? Llevas días perdido hermanito. Le dice el rubio menor.

—He tenido mucho trabajo, ¿Acaso tú no? Le dice subiendo las escaleras.

—Si, pero no para no tener tiempo para ver a mi único hermano.

—¡No seas dramático!

Ambos pasan al interior de la casa, cuando ven caminando a Antonie con su bastón en mano.

—¡Al fin llegan!

—Llegamos a tiempo padre. Responde Adrien.

—Bueno, pasen a cenar ya está todo listo.

—¿No hay invitados sorpresa está noche?

—Desde luego que sí, Adelaine está aquí. ¡Es tu prometida!

—Padre. Jean se detiene. —No me casare con ella.

—¡Lo harás, o te desheredo! Le amenaza seriamente el viejo.

Jean frunce el ceño y aprieta los puños hasta que blanquecieron. Amusga sus ojos azules para enfocar los de su padre del mismo color.

—No me amenaces Antonie Dubois. Te recuerdo que ya no soy un niño, he forjado mi propia empresa sin tu ayuda.

—Sí, tus restaurantes… pero no son nada en comparación a los míos. Te lo advierto Jean, si no te casas te arruinó los negocios. Y vendrás suplicándome.

—¡Papá! Le dice Adrien.

—Calla Adrien, lo mismo va para ti. Si no se casan eso pasará.

—No me casare con Adelaine.

—Si no es con ella, será con otra. Pero te casaras y dejaras esa vida de promiscuo que llevas.

Al francés le cambió la expresión de inmediato, así que podría casarse con otra mujer. Con tal de quitarse a esa rubia de encima y a su padre podía casarse con otra y heredar todo de su padre. El viejo cedería todo a él, y ya no lo amenazaría más.

Sin querer Antonie Dubois le había dado una grandiosa idea a Jean.

Los hombres Dubois se adentraron en la sala del comedor, donde los esperaba Adelaine sonriente.

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