No más palabras romance Capítulo 41

—Lamento decirte que estoy hablando muy en serio. Estoy cansada, pero puedo lidiar con su mala actitud, solo trato que tu buena voluntad no se vea apagada por su hostilidad.

—He lidiado con víboras. Una más, una menos. Da igual. Además, no tienes auto para volver.

—Adivino ¿Paolo no hubiese dejado sola a Elizabeth?

—Paolo hubiese callado con un beso a Elizabeth para simplemente cerrar el tema.

Veo al frente y lo escucho reír, lucho contra mi sonrisa mientras me acomodo sobre la incómoda banca. Intento llamar a Edgar, pero me envía a buzón de mensaje una vez más. Tengo que morderme fuerte la lengua para no dejarle un mensaje insultándolo.

Permanezco en silencio la siguiente hora y Paul no dice ninguna palabra. Es mi acompañante silencioso. Cuando siento un peso sobre mi hombro me sobresalto, pero descubro sus ojos cerrados.

No ha podido luchar contra el sueño.

—No deberías resultar incluso más atractivo mientras duermes— susurro.

Peino con uno de mis dedos índices, una de sus cejas, eso lo hace fruncir el ceño y sonrío una vez más.

Como puedo recargo mi espalda de la pared y él sigue a mi hombro, supongo que lo ha proclamado su almohada personal. No puedo evitar voltear a verlo de nuevo. En serio que tiene unos excelentes labios y sí que sabe besar con ellos.

Su cabello justo ahora consiste en desordenadas ondulaciones que incluso caen sobre el inicio de su frente, no me contengo y toco esas hebras. Son tan suaves como se ven. Alejo mi mano antes de que esto se vuelva raro y veo la hora en mi celular.

5 de la mañana.

Y se supone, soy la hermana mala, pero aquí estoy, luego de pagar una muy alta multa por una conductora ebria que se llevó botes de basura y casi se estrella contra un árbol. Sin contar que su acompañante iba con los pantalones abajo y el amigo afuera del bóxer.

—Vaya mierda...

Alzo la vista hasta esa queja y encuentro a la muy malhumorada Elise siendo guiada por un oficial. Vuelvo mi vista hacia Paul y con delicadeza palmeo su barbilla.

—Paul, necesito mi hombro.

— ¿Ah? — Abre un ojo antes de incorporarse—Lo siento, no puedo creer que me quedé dormido.

—Te dije que fueras a casa.

Me pongo de pie y camino hasta Elise, ella frunce el ceño hacia mí. No espero un abrazo tampoco.

—Tardaste horas Elisabeth ¡Horas! Me dejaste horas con gente horrible encerrada.

—Muchas de esas personas quizás cometieron hasta un error más pequeño que el tuyo.

—De acuerdo, ahora solo debo escucharte sermonearme porque tú eres perfecta.

Todo lo que hago es observar al oficial lascivo.

— ¿Puedo obtener de regreso mi dinero y dejarla encerrada como por mucho tiempo?

— ¡Elisabeth! No es ni siquiera gracioso.

—Quizás porque no bromeaba.

—Simplemente salgamos de aquí. Quiero dormir.

Se va caminando extraño y entonces noto que uno de sus zapatos perdió el tacón. Su pantalón blanco en un desastre sucio y mejor ni hablo del maquillaje regado. Elise siempre ha sido una niña preciosa, pero ahora es todo un desastre.

La veo salir de la delegación, camino hasta Paul, aun sentado, retira la mirada por donde acaba de irse Elise y enarca una de sus cejas hacia mí.

Tendría que agradecerle mucho, no cualquiera acompaña a otro en una delegación por largas horas para esperar que liberen a una mocosa que ni siquiera las gracias te da. Él comienza a conducir y lo observo, no puedo evitarlo.

— ¿Me dirijo directo a tu casa?

—Sí, eso estaría...

—No. A esta hora no van a dejarme entrar a la residencia, pero déjame en casa de Edgar.

—Edgar ni siquiera contestó a tu llamada o a las mías.

—Quiero quedarme con él, no contigo.

Me molesta que esa declaración se sienta como un pinchazo, no entiendo por qué ellos me tienen lo que parece este resentimiento estúpido. Siempre ha existido, solo que antes de que mamá muriera no era tan notorio.

¡Por Dios! Enseñé a Elise a andar en bicicleta y luego a maquillarse, pero ella solo lo olvidó.

—Solo quiero que sepas que si llegamos y él no sale a la puerta, tu culo va a congelarse, porque en mi casa no vas a quedarte.

—No esperaba menos de ti. Edgar nunca me falla.

—Bueno, dile eso al comprobante de pago de multa que confirma quién contesto el teléfono ante tu llamada de convicta.

—Graciosa.

Como no quiero hacer un numerito mucho más grande frente a Paul, me encargo de simplemente decirle la dirección del otro ser con el que comparto vínculo sanguíneo. El trayecto transcurre en silencio, solo se escuchan las constantes notificaciones del teléfono de Elise por cada mensaje que recibe. Eso junto a resoplidos, risas y bufidos.

Quiero creer que a su edad yo no era así. De hecho, hay pruebas de que yo no era así, porque a los 19 años yo estaba estudiando y haciendo un programa al mismo tiempo y no enfocaba toda mi energía en detestar a mis hermanos o ser una perra pretenciosa.

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