— ¿Alguna vez alguien te ha conquistado? — estoy en trance, niego con mi cabeza—Bien, para todo siempre hay una primera vez.
—Palabras vacías. Eso es todo lo que son. Palabras— encuentro mi voz, algo ronca, pero al menos no tiembla.
—Oh, no, pequeña loca encantadora. No solo son palabras, conmigo esto va a ser algo más que palabras. Prepárate.
Estoy a instantes de regalarle mis bragas, pero tengo mi dignidad, por lo que las guardaré para cuando se las regale más adelante ¡Porque mierda!
no soy ingenua y si este hombre habla en serio, entonces mis días están contados.
—Hechos. Esperaré por los hechos.
—Los tendrás— responde sin intimidarse ni un poco.
Hay tanta tensión que no sé cómo no nos estamos ahogando con un aire tan denso entrando a nuestros pulmones. Por largos segundos solo nos observamos fijamente. Y ¡Jesús! Debo tener alguna clase de problema para llegar a un acuerdo conmigo misma, porque ahora deseo que me bese. Sí, finalmente terminé de perder mis tuercas y enloquecí.
Por suerte mi celular vibra en mi bolsillo. Lo tomo sin dejar de verlo, pero luego leo el identificador de llamadas, gimo con dolor, lo que no necesito en este momento.
Rechazo la llamada, pero entonces una vez más está llamando. Falta poco para llegar a la una de la madrugada y no es nada bueno que Elise llame.
La vena molesta de hermana me hace plantearme que puede estar realmente en peligro y no puedo solo ignorarla.
— ¿Qué quieres? — es lo primero que digo al contestar. No estoy para cortesías.
— ¡No seas una pretenciosa! — grita de forma aguda y rara.
—Tienes 15 segundos para justificar tu llamada antes de que cuelgue y te mandé al carajo— le advierto y creo que eso la sorprende. Nunca soy miel y azúcar con ella y Edgar, pero de alguna manera no voy directo a la hostilidad en menos de un minuto. Acabo de romper mi propio record.
—Necesito que vengas a ayudarme.
— ¿Por qué? ¿Qué pasa con tu hermano mayor?
—No contesta.
— ¿Disculpa? Creo que no escuché bien.
Sufre pequeña perra pretenciosa.
—No contesta el teléfono.
—Así que tu primera opción no contesta el teléfono, que mal hermanita.
Creo que me iré a dormir.
— ¡No cuelgues!
—Habla.
—Ven a sacarme, me detuvieron.
— ¿Cómo que te detuvieron?
— ¡No seas una idiota! ¡Me detuvieron! Estoy en una jodida cárcel.
— ¿Cómo que estás en una cárcel? — grito.
—Lo que escuchaste.
— ¿Cómo me llamas desde tu celular en una cárcel?
—Lo escondí.
—Oh, Dios mío. Ni siquiera voy a pensar de qué tamaño está tu vagina para esconder un celular.
—Eres tan asquerosa y sucia.
No, solo estoy asustada por la mocosa engreída y digo estupideces. Pero ella es así de malagradecida.
—Ven y ayúdame.
— ¿Es acaso una orden? Creo que te quedaría bien el uniforme. Seguro luce con ese bello cabello claro.
— ¡Elisabeth! — Y comienza el llanto—Sácame de aquí, mamá nunca me dejaría aquí, ¡Papá nunca lo haría!
—Manipulación. Bonito, buena jugada— masajeo con mis dedos, mi sien izquierda— ¿En qué estación de policía estás?
Me lo dice rápidamente antes de colgar. Quiero golpearla y salvarla al mismo tiempo. Me siento frustrada.
— ¿Qué sucede?
—Eso es bueno de saber— siento que mis mejillas se acalambran por mantener tanto tiempo una sonrisa que no siento.
—En seguida traeremos a su hermana— estira su mano y toca la mía, la retiro sutilmente.
—Gracias, esperaré justo allá con mi acompañante. Un placer conocerlo.
Antes de que pueda decir cualquier otra cosa, me giro y camino hasta el otro extremo donde con el ceño fruncido Paul nos observaba. Este hombre es otra cosa con la que debo lidiar, pero por ahora, mejor no enfocarme ahora en cuánto me enloquece.
Un problema a la vez.
Me siento en una de las bancas y él me imita. Suspiro pasando una mano por mi cabello. Me siento agotada. Son las 4 de la madrugada y deseo tanto acostarme a dormir.
—Puedes irte a casa, Paul, gracias por traerme.
—Si me voy, entonces ¿Quién se encargará de que llegues a salvo a tu casa?
—Quizás el oficial que parecía encantado con mi presencia.
—Sí, eso no me convence ni un poco. Alguien tendría que sacarle los ojos.
— ¿Tú?
—No soy agresivo, pero si tengo que sacrificarme, supongo que lo haría.
Eso me hace sonreír y en respuesta él me devuelve la sonrisa. Retira un mechón oscuro de cabello de mi rostro y contengo un tonto suspiro.
—En serio, quizás esto tarde un poco más, puedes irte a casa. No tienes por qué acompañarme.
— ¿Por qué quieres que me vaya?
— ¿La verdad?
—No soy fanático de las mentiras.
—Muy bien. Mi hermana es una pequeña perra malvada que seguramente saldrá propagando su veneno y tú has sido lo suficiente amable como para merecer que te muerda esa víbora.
— ¿Estás bromeando?
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