Asunto: ¿Preferencias?
"Mi estimada, he caído en la cuenta de algo.
Si la historia va a dedicada a usted, ¿Cuál es su caballero ideal? Me propuse invadir su privacidad buscando en internet a quién o qué tipo de aspectos le gusta frecuentar, pero temo que no me fue de ayuda.
Saludos; Un curioso escritor."
Hijo de perra.
Me ha llamado puta.
O escrito puta.
O no me ha dicho puta, pero mi vena sensible quiere creer que sí insinúa que soy una puta.
¡Yo no soy una puta!
Asunto: Mis preferencias ¿Y las suyas?
"No se preocupe, parece que estos días no soy muy exigente y he caído al igual que otros – no señalo a nadie en específico – en gustos sosos. Y puesto que estamos en lo común y nada extraordinario, lo que en su momento usted ha llamado mi "soso cerebro" me ha dado la idea de que si usted pretende inspirarse en mí, entonces deje que le facilito todo el trabajo: sin tan valiente, inspirado y versátil se siente ¡Escríbase!
Si el señor Paul real quiere darme un romance escrito, permítase crear un Paul literario que le dé a Elizabeth un romance soñado, siendo usted tan increíble y versátil, seguro le queda de maravilla.
Permita que Paul literario se divierta un poco, que si está inspirado en mí su personaje, entonces esa chica, Elizabeth, sacudirá su mundo.
Con muchos cariñitos; Elisabeth, que parece que literariamente se llama Elizabeth."
Leo y presiono enviar antes de bajar de mi auto. No soy una mujer fácil, seguro que he dormido con más de cinco chicos y algunos de ellos ni siquiera fueron novios ¿Pero es que uno no tiene derecho a divertirse como le plazca? No veo que mi vida sexual haya afectado a alguien y yo estoy bien sin culpa.
Tuve sexo. Lo disfruté y ya está. Así es la vida. Tuve necesidades que sacié.
Vale, estoy mintiendo un poco. No siento culpa, pero las últimas 2 veces me sentí vacía al final. Satisfecha por un buen orgasmo, pero vacía del tipo: ¿Y ahora qué?
Descubrí el sexo a la edad de 17 y a diferencia de lo que muchas han sufrido, dolió y toda la cosa, pero al menos me dio un orgasmo antes de darme la tortura y luego siguió haciendo lo suyo cada vez que lo hacíamos hasta dejar el dolor atrás y hacerme disfrutar. Recuerdo que tuve un momento duro cuestionándome, sí estaba un poco mal que estuviera tan sexualmente interesada.
Buscaba desde la palabra «ninfómana» hasta «adicta». Si los chicos hubiesen entrado a mi mente seguro se hubiesen sentido igual de ofendidos como algunas chicas se sienten, porque me gustaba deleitar mi vista cuando pasaba un buen culo a mi lado. Me gustaba señalar cuando uno de ellos era increíblemente atractivo.
Me gustaba besar a mis novios y sí, la cosa duraba o se calentaban, me gustaba avanzar más. Todo eso lo descubrí a los 17 cuando inicié mi vida sexual con quien era mi novio. Te digo que le daría un premio mundial por ser el mejor desvirgador de la historia de la humanidad. De hecho, fue mi relación más larga, un año y medio.
A los 19 entendí que no era rara, solo era una persona que disfrutaba del sexo y apreciaba a los hombres visualmente. Luego de eso tampoco es que el sexo fue constante, nunca he tratado de llevar una cuenta de mis parejas sexuales porque ¿Me hace eso mejor persona o peor? ¿Me define cómo persona?
Sin embargo, sé que si los contara aún me alcanzarían las dos manos o eso espero, y mayormente salí con ellos, como en una corta, rápida y apasionada relación. Desde el mejor desvigador de la humanidad, mi relación más larga ha sido quizás de 6 meses como mucho.
Lo repito: me aburro.
Es por ello que la señorita, la forma en la que soy llamada en mi sección del programa, parece ser un poco lo contrario a mí. Dulce, respetuosa, con un poco de timidez, pero tratando siempre de llevar el control – no es que siempre lo tenga – pero me gusta. La señorita es la parte de mí que no suelo dar a conocer mucho porque admito que no me gusta dejar la parte blanda para que luego idiotas me lastimen.
Abro la maletera de mi auto, saco las bolsas que traje conmigo y camino hasta la casa en donde crecí. Es pequeña, el pasto parece nunca crecer y parece que el perro que papá tiene desde hace un año solo sabe dejar su mierda en la entrada principal, pero está vez evito pisarla y me hago una nota mental de pedirle a Jordan, el jardinero de la urbanización, que se haga cargo mientras le dejo caer una buena cantidad de dinero.
Saco mis llaves, pero la puerta se abre antes de que pueda hacer algo.
Grandes ojos azules aliviados me observan. Hay una mancha en la camisa de Tiffany y el entusiasmo jovial que tenía cuando la contraté ya no está.
Intuyo lo que sucede y le doy una enorme sonrisa. Ella parpadea como si quisiera llorar de alivio y mi estómago se revuelve ¿Qué tan mal rato le está haciendo pasar papá? Hace mucho que una no lloraba.
— ¿Te has quemado?
—No, Eli. Solo fue sopa y ella con todo su llanto de disculpa. Me aturde.
—De acuerdo, tú ganas. Pero voy a buscar a otra.
—No va a funcionar, nunca lo hace.
Porque no lo intentas.
—Creo que hoy olvidaste traer tu buen humor amarrado a la silla.
Eso le trae una sonrisa, mis bromas parecen siempre hacerlo sonreír.
Un accidente de tránsito, que mamá muriera y que él quedará paralítico sin posibilidad alguna de movimiento desde su torso hacia abajo, fue lo que trajo consigo al señor gruñón. Supongo que solía ver esas historias de accidentes de tránsito como un cliché, pero no lo fue cuando le sucedió a mi pequeña familia y entonces papá se convirtió en un ermitaño gruñón intimidador de cuidadores y enfermeras.
— ¿Quieres que busque algo con lo que puedas limpiar tu rostro?
—Quiero que esto acabe.
Finjo que no escucho esa declaración y cuando intento guiar la silla, él aleja mis manos, frunce muchísimo el ceño y se desplaza solo. Trato de no sentirme herida porque sé que él no quiere sentirse inútil.
Camino hasta la cocina con el propósito de despedir a Tiffany. Casi parece una rutina, despedir y contratar a alguien nuevo. Tiffany ha durado menos que la anterior. Espero el día en el que desaparezca esta rutina y todos nos sintamos cómodos.
Una parte frustrada de mí me recuerda que no soy la única hija, que de hecho Edgar, mi hermano mayor, se lava las manos del asunto soltando unos pocos billetes – nada que ayude realmente – mientras que Elise se enfrasca en su carrera de bailarina y solo viene a visitarlo cuando "su agenda se lo permite", no me pesa cuidar a papá, pero me duele que cuando él fue tan gran padre ellos estén resultando tan malos hijos.
Tiffany me ve y ni siquiera he hablado cuando comienza a llorar. Quizá papá no lo exageraba y sí me encargué de contratar a una llorona que más que ayudarlo lo exasperaba.
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