Narra Amanda.
Mí cita con Santiago fue maravillosa, me llevó a cenar a un restaurante muy elegante. Teníamos muchas cosas en común, pero no me sentía atraída por él como me atraía mí jefe. Fue una gran sorpresa saber que eran amigos, me di cuenta que el mundo era demasiado pequeño, o quizás era el destino el que me quería jugar una mala pasada. Intercambiamos números para seguir comunicados, de vez en cuando hablaba con él, quedamos de salir de nuevo después que regresará de un viaje de negocios en el extranjero, no quería aceptar, pero él era demasiado dulce para decirle que no, desde entonces han pasado tres semanas, de las cuáles la tención entre mí jefe y yo era más difícil de soportar, en ocasiones me veía de una manera deseosa, él había cambiado últimamente, tantos con sus hijas como en su vida personal, ya que no veía o escuchaba a los demás empleados decir que él llegaba con una de sus conquistas los fines de semana en su casa de relajación, no sabía a qué se debía ese cambio tan brusco, pero no quería hacerme ilusiones de que era por mí.
Salí de mis pensamientos para terminar de acomodar unos vasos que había lavado, no me gustaba que la señora Betancourt tuviera más trabajo. En ese momento de la noche escuché unos pasos hacía mí dirección.
—Señorita Smith—dijo mí jefe para saludarme ingresando para tomar una botella con agua—. ¿ Cómo estuvo su día?—preguntó poco después.
Sonreí levemente ante su presencia, cada vez me ponía más nerviosa estar con él a solas.
—Estuvo genial—le respondí secándome las manos.
—Me alegro—comentó haciendo una pausa—. No sé si está enterada que me iré de viaje mañana por dos días a una conferencia relacionado a la empresa—pronunció de repente, la verdad era es que ya había oído algo al respecto—. Cuento con usted para cuidar a mí hijas—me dijo.
—Claro que si. No sé preocupe por ellas, estarán bien—le confirme.
Él sonrió y me vio fijamente. Nos quedamos en silencio por un momento, ninguno de los dos quería hablar primero.
—¿A dónde será su viaje?— Pregunte para romper el hielo.
—A Santa Rosa—contestó.
—Es dónde están las ruinas mayas ¿Cierto?—él asintió con la cabeza—. Vaya es un lugar muy antiguo—agregue.
—Hay muchas cosas antiguas en este país que son muy buenas—dijo de una manera sugerente, como para dar a entender que él era una de esas cosas antiguas por su edad. Sonreí tímidamente y después nos quedamos en silencio de nuevo mientras se sentía una vibración eléctrica entre nosotros, y si no me equivocaba, él también parecía un poco nervioso ... o tal vez era mí imaginación—.Supe que saldrá con Santiago cuando vuelva de su viaje—comentó de repente.
Al parecer estaba bien informado.
—Si—confirmé
—Entiendo—dijo algo pensativo—. Creo que él es su tipo —agregó.
La verdad era que no tenía un tipo fijo de hombres, mis novios habían sido... diferentes.
—Posiblemente —pude responder—. Pero creo que todo el mundo tiene un tipo, ¿no es así?—pregunte—. ¿Usted tiene un tipo?—quise saber.
Él simplemente se encogió de hombros.
—No lo sé—respondió—. Supongo que las mujeres con las que he salido últimamente caen en una especie de tipo—añadió.
—¿Cómo con qué?—dije nerviosamente.
—No se, quizás con algo más físico—dijo sin tapujo—. Cómo por ejemplo a lavar los platos—agregó cómo queriendo desviar sus verdaderas intenciones.
Trague saliva fuertemente antes sus doble significado. Él sonrió como si supiera exactamente dónde estaban mis pensamientos.
—Ya terminé de lavarlos, pero gracias de todos modos—pude responder.
—De acuerdo, la llamaré para ver cómo están las niñas—dijo poco después.
En ese momento nuestros ojos se bloquearon una vez más, y mi estómago parecía bailar de la emoción de que él me llamaría durante su viaje. Sonreí tímidamente avergonzada de que me hiciera sentir como una adolescente. No recordaba si alguna vez un hombre me hubiera hecho sentir así.
—Muy bien señor White, buenas noches. Que tenga un buen viaje—dije saliendo esta vez despacio de la cocina.
—Buenas noches señorita Smith—respondió él.
Seguí caminando directo a mí habitación. Últimamente nuestras conversaciones era con un doble sentido, cosa que me hacía desearlo más, y no sabía si él lo hacía con alguna mala intención o si realmente él me deseaba cómo yo lo hacía. Llegué a mí habitación y cerré la puerta detrás de mí. Mí corazón estaba latiendo muy rápido y mí cuerpo estaba deseoso por su culpa. Me asomé por la ventana, dónde se veia últimamente su casa de relajación con las luces apagadas. Muchas veces me masturbaba con imaginarme todo el placer que él me daría dentro de ese lugar. No obstante de algo estaba segura y eso era: que el señor White, tenía muchos placeres para descubrir.
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