Un café para el Duque. (Saga familia Duque Libro 1) romance Capítulo 11

"… Ya ves, mi edad es tan difícil de llevar. Mezcla de pasión e ingenuidad, difícil controlar"... Alejandro Sanz.

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María Paz presionó sus labios, enrojeció al notar la mirada inquisidora de Joaquín sobre ellos, entonces apenas Matt se alejó ella volvió hacía el joven Duque. 

—¿Puedo pasar? —averiguó María Paz. Un ataque de tos le sobrevino al él, entonces ella aprovechó para ingresar al apartamento. La jovencita contempló Manhattan desde los amplios ventanales de aquel lujoso lugar, y enseguida colocó las bolsas que traía sobre el desayunador de la isla de la cocina que tenía una preciosa vista a una terraza. —¿Cómo te sientes? —averiguó ella mirándolo a los ojos. 

—Como todo el que tiene gripe —respondió cerrando la puerta del apartamento, enseguida volvió al sillón y se cubrió con la manta. 

María Paz se acercó a él, y tocó su frente. 

—Tienes fiebre —comentó. —¿Te revisó un médico?

Joaquín se recostó en el sillón, y se llevó las manos a la cabeza. 

—Le pedí a George, el conserje que fuera a la droguería —informó. 

—Eres un irresponsable —recriminó María Paz—, automedicarse no es correcto —advirtió observándolo con ternura. —¿En dónde queda el tocador? —investigó. 

Joaquín señaló el lugar con la mano y ella enseguida se dirigió al baño por una toalla, de inmediato regresó a la cocina y empapó la prenda con agua, entonces volvió al lado del joven y se la colocó en la frente. 

—No creo que a tu novio le agrade la idea de que estés aquí cuidándome —comentó él perdiéndose en la mirada de ella. —¿A qué viniste? —investigó—, te pedí que te alejaras. 

María Paz liberó un suspiró, lo observó con ternura, su corazón palpitó con fuerza. 

—Te dije que no me ibas a ahuyentar además estás solo, sin familia en este país, y te enfermaste por mi culpa. 

—Por lástima —susurró él. 

—No —respondió ella—, te equivocas. 

—Por una obra de caridad —replicó él. 

María Paz negó con la cabeza, bufó, y lo miró a los ojos. 

—Porque te quiero —rebatió ella con firmeza, sosteniéndole la vista.

Joaquín cerró sus párpados, intentando poner en claro sus ideas, no comprendía como una muchacha como ella podía albergar sentimientos de cariño a un hombre como él, se consideraba no digno de esa dicha, sin embargo, no podía negar que le encantaba tenerla a su lado. 

—No deberías estar aquí. —Carraspeó él—, ni hacer esperar a tu novio. 

María Paz presionó sus labios, su mirada se iluminó, al comprender que la presencia de Matt le perturbaba a él. 

—Voy a llamar al médico de mi familia para que revise —comentó sin hablar del tema anterior—. Te traje caldo de pollo. ¿Puedes comer?

Joaquín negó con la cabeza a ambas cosas. 

—No es necesario, ya con los medicamentos que estoy tomando se me va a pasar. 

—No pedí tu opinión —respondió ella, enseguida sacó de su bolso su móvil, y caminando hacia los amplios ventanales llamó al médico, mientras Joaquín la contemplaba. Luego la chica se dirigió a la cocina buscó en la alacena y plato y una cuchara, enseguida sirvió la sopa y la colocó en una bandeja. —¿Puedes alimentarte solo, o deseas que te dé comer en la boca? —Averiguó mordiendo su labio inferior, observando al joven con ternura. 

La inocencia y ternura de María Paz derrumbaron las barreras que él se había impuesto, su corazón palpitó con fuerza descomunal, miró los labios de ella y el deseo de probarlos se hizo doloroso, pero no podía, ni debía pensar en eso, sabía que bastaría un beso de ella para condenarlo al infierno como él llamaba al hecho de dejar ser libre y verse preso de las garras del amor.  Inhaló profundo y se incorporó para alimentarse. 

Luego de una media hora el médico que llamó María Paz llegó, y se encerró con el joven en la habitación de él, entre tanto la jovencita recorría el apartamento y observaba la ciudad con atención.  Después de varios minutos el galeno salió con la receta en sus manos. 

—Debe tomar estos medicamentos —informó—, en unos días se encontrará bien. 

—No tienes nada de que agradecer. —Sonrió y deslizó su cálida mano en la mejilla de Joaquín, estremeciéndose ambos ante aquel contacto—. En quince días tengo una fiesta, a la que deseo me acompañes. —Miró a los ojos al joven, suplicando. 

—¿Por qué no vas con tu novio? —inquirió con seriedad. 

María Paz sonrió. 

—Parece que estás celoso —comentó. 

—No tengo motivos. —Encogió sus hombros. 

—Creo que si —aseveró ella elevando una de sus cejas, luego se acercó demasiado a él, percibiendo el frenético palpitar de su corazón—. Sí tú me lo pides, yo dejo a mi novio —susurró al oído de Joaquín. 

El joven Duque se quedó estático, el calor del aliento de María Paz erizó cada parte de su piel, deseó tomarla de la cintura estrecharla hacía él, y volver a sentir su calor, pero desistió de la idea. 

—Ese joven me parece el indicado para ti —comentó arrastrando las palabras—, te mereces alguien de bien. 

Las frases de Joaquín dolieron. María Paz entristeció, sin embargo, no iba a darse por vencida, sabía que la guerra apenas empezaba. 

—Te daré quince días para pensar si en verdad deseas que me aleje de tu vida —mencionó la chica, sacó de su bolso una libreta y anotó una dirección—. Si crees que hay una esperanza te espero en este lugar, si no llegas yo comprenderé el mensaje, y de mí no volverás a saber. 

Joaquín tomó con las manos temblorosas aquel papel, se reflejó en la verdosa mirada de la jovencita, parpadeó, mientras intentaba hablar, pero cuando él iba a hacerlo fue sorprendido por los cálidos labios de ella, quién le robó un inocente beso, y salió corriendo del apartamento. 

Cuando la chica llegó al ascensor, se llevó los dedos a los labios, y suspiró profundo. 

—No pensaba quedarme con las ganas —susurró—, estaré deseando porque llegues —murmuró sintiendo como todo su ser temblaba. 

Joaquín, inhaló profundo, acarició sus labios, sin poder creer los alcances de aquella chiquilla traviesa, sonrió degustando su boca, grabando en su memoria el dulce sabor de su beso.

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