Un café para el Duque. (Saga familia Duque Libro 1) romance Capítulo 14

... No sabía que con su partida. Se iba a ir detrás toda mi vida…” Cristian Castro.

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Diana y Rodrigo miraban la televisión en la sala de descanso de su mansión, su hijo Santiago se hallaba en su alcoba, cuando los sollozos de María Paz alertaron al joven, él enseguida ingresó a la habitación de su hermana, y la miró en el piso, con las manos en el rostro llorando sin parar.

—Paz, ¿qué sucede? ¿Qué tienes? —cuestionó el joven inclinándose ante ella.

Los padres de ambos chicos al escucharlos enseguida se dirigieron a la habitación de María Paz. Rodrigo se acercó de inmediato a abrazar a su hija. Diana arrugó el ceño sin saber qué le pasaba.

—Cariño ¿por qué lloras? —investigó su mamá acercándose para tomar la mano de la jovencita.

—Agatha...—Gimoteó—... falleció —comentó ahogada en llanto.

La señora Vidal presionó sus labios, miró a su esposo con los ojos cristalinos, conocían a esa mujer gracias a María Paz, sabían que residía en el geriátrico, debido a que su familia aludía que no podía hacerse cargo de ella.

Rodrigo sintió pesar, estrechó a su hija, acariciando su dorada cabellera.

—Nena, Agatha ya cumplió su ciclo en este mundo —habló con ternura—, es doloroso, es cierto, nos duele a todos, sin embargo debes entender que ella ya descansa en paz.

—Yo la quería mucho —susurró María Paz.

Santiago se abrazó a su mamá y también derramó un par de lágrimas por aquella buena mujer que solía hablarle con ternura cada vez que lo visitaba.

—No me despedí de ella —murmuró con melancolía el joven al no haber podido asistir al cumpleaños de Agatha por cumplir con un partido de futbol.

—Ella siempre vivirá en nuestros corazones —dijo Diana con la voz entrecortada, entonces se dirigió a su hija. —¿En dónde la están velando?

María Paz negó con la cabeza.

—No lo sé —respondió.

—Voy a averiguar —mencionó Diana—, alístense para asistir al funeral —solicitó inhalando profundo.

Rodrigo besó la frente de su hija y enseguida se puso de pie para acompañar a su esposa.

Santy se sentó en la cama de María Paz acongojado. El vibrato de su móvil en el bolsillo de su pantalón lo sobresaltó.

—¡Qué hubo parce! —saludó Joaquín a su amigo.

—Hola —respondió Santy con voz abatida.

—¿Te sucede algo? —cuestionó el joven colombiano al notar la tristeza en la forma de hablar de Santiago.

—Falleció una amiga de la familia —comentó con pesar.

Joaquín avanzó a escuchar los sollozos de María Paz, y su corazón se estrujó en su interior.

—¿Era alguien muy importante para ustedes?

—Sí, era muy querida, casi como una abuela.

—¿Vivía cerca?

—No, la conocimos en un geriátrico, hoy era su cumpleaños y no fui a verla —mencionó suspirando el joven Vidal.

La piel de Joaquín se estremeció al escucharla, se llevó la mano a la frente, cerró sus ojos y la azulada y dulce mirada de aquella mujer se le vino a la memoria. «Agatha» dijo en su mente, entonces comprendió lo afectada que debía estar María Paz.

—Lo que vos o tu familia necesiten, cuenten conmigo —aseveró él. —¿En dónde es el funeral de esa señora? —investigó.

—No lo sé, mi mamá ya está indagando —respondió con pesar—. Me despido, debo cambiarme para acudir al velorio.

—Lo comprendo, mi más sentido pésame —expresó y colgó la llamada.

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María Paz mojó su rostro y se miró al espejo, por más que intentaba contener las lágrimas no podía. Suspiraba y sollozaba recordando que a Agatha y las largas conversaciones que sostenían.

«Tú tienes una misión importante mi niña» rememoró en su mente al recordar que con frecuencia mencionaba eso.

—No puedo creer que no te volveré a ver —monologó sintiendo un vacío en su estómago, enseguida salió del tocador y fue a su guardarropa, tomó unos pantalones de lino negro, una blusa de seda gris, y una chaqueta oscura, se disponía a vestirse cuando su móvil sonó, miró el contacto y un ápice de alegría volvió a su corazón.

—Duquecito —expresó con la voz apagada.

El niño esperó que su padre lo tomara de la mano, necesitaba sentirse acompañado por su progenitor, pero él parecía ser un alma en pena, caminaba por inercia, ignorando todo a su alrededor, entonces Joaquín supo que desde ese día, ya nada sería igual, de inmediato resintió la ausencia de su madre, las lágrimas que pugnaban por aparecer salieron de sus entristecidos ojos.

 

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El joven Duque abrió sus parpados y volvió al presente, su rostro de nuevo estaba empañado de lágrimas, y aquel dolor inmenso en el pecho no se disipaba ni con el alcohol que pasaba ardiendo por su garganta.

—Perdóname mi reina, yo no puedo hacer esto —expresó tomando la botella de whisky y bebiendo un par de tragos más, entonces cogió su móvil, buscó en uno de sus contactos a una amiga que estuviera disponible, y enseguida salió para reunirse con aquella chica.

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La familia Vidal llegó a la lujosa funeraria en dónde velaban el cuerpo sin vida de Agatha.

María Paz observó furiosa como dos de los tres hijos de aquella mujer sollozaban, y recordó las palabras de su vieja amiga.

«Los hipócritas de mis hijos van a derramar lágrimas de cocodrilo, fingiendo dolor, pero yo sé que no esperaran que mi cuerpo se enfríe para repartirse los bienes»

La jovencita presionó los puños con fuerza, caminó tras de sus padres quiénes se acercaron a dar el pésame.  María Paz por educación extendió su mano a aquellas personas que jamás visitaban a Agatha, entonces uno de los nietos de la mujer se levantó y la abrazó llorando.

La chica arrugó la frente, rodó los ojos, porque aunque el padre del jovencito si visitaba a Agatha, el chico que era su compañero en el colegio, iba rara vez y siempre por obligación.

—De nada sirven tus lágrimas: Agatha ya no las puede ver, ni puede sentir tu dolor, cuando estuvo viva debiste visitarla más seguido —susurró al oído del joven y se alejó a tomar asiento con sus padres.

La chica limpiaba con un pañuelo sus lágrimas, le parecía inverosímil de creer que el próximo domingo Agatha ya no iba a estar en el geriátrico. En ese instante pudo conectarse con el dolor de Joaquín, aunque la mujer que ahora descansaba en paz no era su familia, para María Paz se convirtió en una abuela.

«Debió haber sido muy doloroso para ti, duquecito» dijo en su mente.

Miró su reloj y de vez en cuando observaba a la entrada de la funeraria anhelando verlo aparecer, pero él no llegaba.

—¿Esperas a alguien? —cuestionó Diana.

—A nadie —respondió con tristeza.

Cerca de las tres de la mañana la familia Vidal se despidió de los familiares de Agatha para regresar a su residencia. María Paz no supo el motivo por el cual Joaquín no llegó, y aunque era consciente de que él no tenía obligación de estar presente, le dolió que no hubiera estado con ella, sabiendo que necesitaba un abrazo de parte de él para que la ausencia de su amiga fuera más llevadera.

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