Un café para el Duque. (Saga familia Duque Libro 1) romance Capítulo 8

“…Vale la pena pelear por nuestros sueños. Vale la pena equivocarse y levantarse. Vale la pena liberarse y ser el dueño de la verdad siendo uno mismo en cualquier parte…” Manuel Carrasco.

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Minutos después.

María Paz se hallaba acostada en su cama, boca abajo chateando con su mejor amigo, ya no se oía música, ni las voces de los compañeros de Santiago, notó como los motores de los vehículos se iban encendiendo, entonces escuchó tres golpes secos en la madera de la puerta de su habitación.

—Adelante —contestó, y bajó la tapa de su laptop, entonces giró su rostro y se encontró con la mirada de su hermano.

—Nena, voy a salir —comentó.

—Se nota —expresó sonriendo María Paz al ver a Santiago muy bien arreglado y perfumado.

—Joaquín me avisó que van a cenar juntos. —Elevó una ceja Santy.

Las mejillas de la jovencita se enrojecieron, intentó contener los fuertes latidos de su corazón al saber que se había quedado.

—Solo somos amigos —expresó aclarándose la garganta—, yo lo invité a cenar.

—Confío en ti. —Santy la señaló con su dedo índice—, recuerda que estás bajo mi responsabilidad.

—Me sé cuidar bien, lo sabes, además me dio ganas de un cheeseburguer del grill, y Matt no puede venir —comentó—, y como tú tienes una cita importante, el único disponible es Joaquín, además es cerca.

Santy se acercó a ella y besó la frente de su hermana.

—Ve tranquila, que mi amigo prometió cuidarte. —Sonrió.

María Paz suspiró profundo, cuando Santiago, abandonó la habitación dio saltos de alegría.

—Se quedó —expresó con emoción—, primera batalla ganada —mencionó con orgullo, entonces corrió a su amplio guardarropa, para buscar un atuendo indicado para la ocasión.

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Minutos después.

Joaquín se encontraba sentado en un mullido sillón de piel en la amplia sala de aquella mansión, revisaba muy concentrado su iPhone, de pronto el carraspeo de la garganta de la jovencita hizo que él levantara su cabeza.

Ella apareció en medio del salón luciendo una falda drapeada en color rosa, sus hermosos pies calzaban unas sandalias negras de tiras que se sostenían entrelazadas a sus pantorrillas, combinaba su atuendo una blusa de seda blanca, su largo cabello lo llevaba suelto.

—¿Nos vamos? —inquirió María Paz, observándolo con su particular sonrisa, feliz de que él se haya quedado.

Joaquín pasó con dificultad la saliva, contempló la belleza de la chica por un minuto, luego inhaló profundo, entonces tomó su chaqueta y el estuche donde guardaba su laptop.

—Vamos —solicitó él.

—¿Te gustaría caminar? —propuso la jovencita—, es buen ejercicio. —Guiñó un ojo.

—Voy al gym a diario —respondió él esbozando una amplia sonrisa—, pero si querés caminar, vamos pues.

María Paz sonrió, su mirada se iluminó, cogió su bolso y lo cargó en el codo, entonces al salir de la casa se agarró del brazo de Joaquín, él giró su rostro y la observó embelesado, enseguida sacudió su cabeza, y prosiguieron el camino.

En todo el trayecto iban conversando, bromeando, jugando, cuando llegaron al restaurante, la chica solicitó dos hamburguesas, una gaseosa para ella, y una cerveza para él.

—Gracias por quedarte —expresó María Paz—, espero te conformes con esa cerveza, aunque hubiera preferido darte un café. —Carcajeó.

El joven bufó al escucharla.

—Creo que a vos se te quedó en la mente aquello que dicen las mujeres de mí, que te veo muy obsesionada con la tradicional bebida de mi tierra —rebatió él, sonriendo de lado, mirándola a los ojos.

—Te equivocas duquecito, a mí no me gusta el café —mintió.

—Cuando nos conocimos estabas tomando uno —comentó él bebiendo de su cerveza, recargándose en el espaldar de la silla—, vos estás mintiendo.

—Está bien —respondió ella mordiendo un pedazo de su hamburguesa—, me gusta el café, pero no el colombiano. —Sonrió divertida.

—No debiste salir de esa forma —expresó él.

—¿Y quedarme como una idiota a que me ignores? —inquirió—, no gracias. —Lo miró con seriedad—, estoy empezando a creer que tienes razón, y en verdad no eres quién yo imagino.

Las palabras de María Paz se clavaron como dagas en el corazón de él, luego la mirada llena de decepción de la jovencita terminó por aniquilar todas las esperanzas que tenía de quizás intentar cambiar de vida.

—Yo te lo advertí. —Carraspeó él—, deberíamos hacer de cuenta que jamás nos conocimos —expresó titubeando.

Los labios de María Paz temblaron. Su mirada se cristalizó al escucharlo, soltó un largo suspiro, entonces se quedó en silencio, su pecho ardió, y la garganta se le secó. Ya se había acostumbrado a él, a su presencia, a disfrutar de sus bromas pesadas, de su mirada llena de nostalgia, por lo que en ese momento no supo qué hacer: la razón le decía que huyera, que se le alejara de él, pero el corazón le gritaba que se quedara, que no lo abandonara.

Joaquín inclinó su cabeza, sus manos temblaron, de nuevo aquel hondo vacío que lo martirizaba, lo envolvió, y es que aquella jovencita se había convertido en su luz, ella llenaba su vida de alegría, desde que la conoció bastaba su recuerdo para alborozarle el alma. El silencio de María Paz era una agonía para él, y cuando creyó que todo estaba perdido, y que ya nada lo salvaría, los brazos de ella lo rodearon con fuerza.

El joven cerró sus ojos y sin pensar un segundo la estrechó, como si aferrarse al cuerpo de aquella jovencita dependiera su estabilidad, aspiró el aroma floral que desprendía de su cabellera, y liberó un largo suspiro, mientras sentía la cálida respiración de ella en su cuello.

—Puedes pedirme lo que sea, menos que me aleje de tu lado —expresó ella retirando su rostro del cuello de él para mirarlo a los ojos—, no voy a dejar que te sigas hundiendo, sé que por algo el destino nos hizo conocernos.

El corazón de Joaquín se estremeció, observó en la mirada de aquella jovencita la luz, sonrió al escucharla, pero no debía ilusionarla, a ella no le podía mentir, sin embargo tampoco se atrevía a confesar todo lo que lo atormentaba.

—Nos estamos mojando —comentó—, no deseo que te enfermes. —La tomó de la mano y la llevó bajo la caseta de un local comercial, mientras sostenía los dedos de la jovencita, la miró a los ojos—. Yo no soy quien vos creés, mi vida es un desastre total, yo soy una calamidad, no deseo arrastrarte conmigo, vos tenés mejores cosas que hacer que preocuparte por un tipo que ya no tiene remedio.

María Paz lo observó con infinita ternura, con aquella mirada que desarmaba el corazón de Joaquín, entonces llevó sus fríos dedos a los labios de él.

—No digas más, permíteme conocerte, nadie es perfecto, a veces la vida nos envuelve en tinieblas, pero al final del camino siempre hay una luz —expresó sonriéndole—, si eres malo o bueno, solo yo lo decidiré —mencionó suspirando—. Deseo llevarte a un lugar, quizás no te agrade, porque los miembros de la realeza no se mezclan con la gente humilde. —Bromeó—, pero sé que te va a gustar estar ahí.

Joaquín sonrió y mordió su labio inferior.

—Eres muy buena —mencionó observándola con admiración—, espero no defraudarte.

—No es a mí a quien vas a defraudar, sino a ti mismo —comentó colocando su mano en el pecho de él, pudiendo sentir lo acelerado que latía su corazón, miró los labios del joven, y se vio tentada a besarlo, pero no, no podía hacerlo, necesitaba ganarse su confianza, y demostrarle a él mismo que era un ser humano valioso, que poseía muchas cualidades, pero que no se quería dar cuenta.

Joaquín tomó la mano de ella y besó su dorso, entonces de nuevo aquella electricidad los recorrió. María Paz sacudió su cuerpo ante esa caricia, y él sonrió con ternura, ella a veces poseía la inocencia propia de su edad, pero en otras ocasiones era una mujer fuerte y decidida, era un torbellino de emociones que lo envolvía, y del cual no podía, ni quería escapar, ella se había convertido en parte de su alma, pero ignoraba que él también se había metido en el corazón de ella, y que esa jovencita jamás renunciaba a sus sueños, y como lo prometió cuando era niña, iba a pelear hasta las últimas consecuencias por liberarlo de la oscuridad.

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