—Muy bien, tú ganas. Puede que la ley no te toque, pero por tu comportamiento... Estoy segura de que si existe una persona que puede obligarte a hacer cualquier cosa y no tienes idea de lo que soy capaz de hacer para proteger la integridad y la felicidad de mi hija, aunque tenga que morir en ello. No me retes niño rico, tú no sabes lo que he vivido y de lo que he hecho o de lo que puedo hacer para proteger a mi familia, aunque me lleve a la muerte.
Él no dice nada, simplemente se limita a observarme a los ojos sin mover un solo músculo de su cuerpo, hasta que entra alguien sorprendiéndonos.
—¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí?
Parecía que a él no le importaba esa persona, ni nada más que él mismo, puesto a que se inclina hasta mi rostro para susurrar en mi oído sin interesarle la presencia de aquella persona y más por la posición en la que estábamos.
—Esto no se quedará así.
—He hecho una pregunta, ¿quiénes son ustedes? ¿Y por qué están haciendo cosas indecentes? Estamos en un hospital, ahora fuera de aquí. Esta habitación será ocupada por un paciente, no es para que ustedes par de jóvenes hagan lo que se les plazca. ¡Consigan un hotel!
—Ocúpate de tus asuntos mujer.
—¡Insolente!
Pude ser testigo de cómo él cambia su mirada hacia la mujer, quien, por cierto, parecía tener cerca de sesenta años y al parecer es una enfermera por su uniforme.
—Lo lamento, señora. Ya nos vamos.
Respondo agarrándolo de la mano, comienzo a empujarlo fuera de la habitación para que no le haga nada a la mujer.
—¿Qué no te enseñaron a respetar a tus mayores?
Pregunto enfadada por su tacto a los demás. No soy amante a las injusticias, era obvio que le recriminara por su comportamiento hacia la mujer.
—No me interesa. Vámonos.
—Ya te dije que no iré contigo, debo ir con Mía. Si me necesitas para algo, pues tendrás que aguantarte, porque no iré contigo.
Empiezo a correr para alejarme de él. El personal que estaba por donde yo corría, me gritaban para que deje de correr. Subo por las escaleras para evitar que supiera a qué piso iba por si me perseguía.
Miro hacia atrás preocupada de que me siguiera y apenas dirijo mi mirada al frente, chocó con alguien y ambos caemos al piso.
—Lo siento tanto, disculpe, señor.
—¿Acaso me veo tan viejo como para que me llames, señor?
—Yo... Yo...
Decido callarme al ver que en realidad era un joven muy guapo, de ojos azules verdosos y cabello negro. Su piel parecía como si fuera hecho de porcelana, se notaba que era alguien musculoso y también alguien alto.
—Tú, ¿qué?
—Lo siento.
—¡Ahhh! Ya veo, admirabas mi belleza y por eso te quedaste callada.
—Pero que narcisista.
Me levanto rápidamente para evitar que me ayudará. No debía dejarme engañar, podía ser muy guapo y sexy, y todo lo que quiera. Pero era muy obvio que es una persona narcisista.
—Perdóneme, bella dama, no quería ofenderla.
—No lo ha hecho.
—Me alegra saberlo, me llamo Luigi Rizzo. Es un placer conocerla.
—Zoe.
—¿Solamente Zoe?
—Solamente Zoe.
—Ya veo.
—Perdón por haber tropezado con usted, si me disculpa, debo... Debo... Debo irme. ¡Adiós!
¡Mierda! ¡El cretino ha aparecido!
Vuelvo a emprender mi carrera cuando lo vi acercarse a nosotros.
Esta vez si consigo huir de él, ya que he conseguido volver a la habitación de Mía sin problemas.
Cuando entré, observo que Mía ya estaba allí. Me acerco con cuidado y me alegro de saber que ella estaba bien, aunque me dolía verla conectada a esos cables.
Caminaba mientras bostezaba y otra vez tropiezo con alguien, parece que esto se volverá constante en mi vida.
—Lo... ¡No puede ser! ¿Ahora qué quieres?
—Mi paciencia contigo se está acabando.
—Querrás decir la mía.
—Te lo diré una última vez, ven conmigo.
No pude resistirlo más y termino explotando y mi mal humor no ayuda para nada.
—¡¿Pero qué demonios quieres de mí?!
El muy imbécil no dice una palabra, solamente se me queda viendo como si fuera un bicho raro y no un ser humano.
—Muy bien, tú ganas. Te sigo.
Por un momento creí que había sonreído, pero estaba más que segura de que eran solamente imaginaciones mías.
Él se voltea y comienza a caminar. Lo sigo para ver qué es lo que tanto quiere de mí, ya que no ha dejado de perseguirme.
Ninguno dice una palabra, nada más nos limitamos a caminar en silencio, sin interactuar entre nosotros.
Nos acercamos al ascensor, este oprime el botón y esperamos a que llegue. Luego nos subimos y me doy cuenta de que oprime el botón al piso donde se hospedaba su abuelo. Lo miro por unos segundos sorprendida, no me esperaba que fuera su abuelo quien estuviera requiriendo de mi presencia.
—¿Por qué no dijiste que era tu abuelo quien me necesitaba? Nos hubiéramos ahorrado todo el estúpido drama.
Sigue sin decir nada, simplemente me ignora y decide caminar.
—Al fin llegas.
—Lamento la tardanza abuelo.
—Buenos días, señor.
—Buenos días, muchacha.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Adoptando a la hija del CEO