DE MONJA A ESPOSA romance Capítulo 34

Jazmine, muy impaciente, espera en el consultorio del Doctor Reginald los resultados de sus exámenes. Toda la mañana estuvo siendo sometida a una serie de estudios, y estaba de muy mal humor.

—¿Hasta cuando tendré que esperar, Regie? —Le pregunta a su médico de cabecera, cómplice y amigo de toda la vida.

—Tranquila Jazmine, no tardan. —Le dice el hombre, de avanzada edad, cuando tocan la puerta. —Vez. Deben ser los resultados.

—Por fin...

—¡Adelante!

—Permiso… —Dice y pasa una enfermera con varios documentos en su mano, que entrega al médico y se retira.

Luego de agradecerle a la enfermera, Reginald Reeds, lee con atención cada hoja, mostrando una preocupación notable al ver a Jazmine a los ojos, luego de releer varias veces los resultados y observar con detenimiento las imágenes de los estudios que eran muy claras.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no dices nada? —Le pregunta Jazmine al ver su rostro, deduciendo claramente que los resultados habían mostrado que tenía algo grave. —¿Qué tengo?

—Es… un glioblastoma.

—¿Y en español?

—Tienes un tumor maligno en el cerebro.

—¿Estás seguro?

—Sí. —Asiente muy triste Reginald, y Jazmine incluso en esos momentos, intenta controlar sus emociones.

—Pero, se puede operar, ¿cierto?

—No. Está en fase II, pero compromete varias zonas importantes, operarte sería como matarte.

Jazmine que estaba preparada para recibir una mala noticia, no creyó que fuera tan mala. Se levanta de la silla, y empieza a caminar por el consultorio, de un lado a otro, procesando todo en su mente.

—¿Cuánto tiempo? —Finalmente pregunta, más calmada, con su habitual frialdad.

—¿Qué?

—¿Que cuánto tiempo me queda?

—¡No sé! Todo dependerá de cómo avance y como tu cuerpo se defienda. Quizás 6 meses, un año. Máximo 1 y medio, o 2 si contamos con suerte.

—Durante ese tiempo, ¿Volveré a desmayarme como ocurrió ayer?

—No solo te desmayarás, también olvidarás las cosas, tus pares cerebrales se verán dañados, afectando tu movilidad, tu vista, tu voz, y tu inteligencia. Pueden ocurrir dos cosas, pasar el año y degenerar tu cerebro y sistema nervioso por completo, hasta no poder valerte por sí misma, ni siquiera entender lo que pasa en el mundo; o que mueras en un lapsus corto debido a una posible metástasis, que afecte primero tus otros órganos y todo acabe para ti.

—¿6 meses?

—Es lo que creo, por el estadio en que se encuentra.

—¡Muy bien! —Jazmine toma su bolso, sin otra cosa que hacer allí. —Gracias por la información Regie.

—¿Jazmine?

—¿Eh?

—¿Le dirás a Ares?

—¡No! ¡Claro que no! Este será un secreto entre tú y yo.

El hombre, le muestra una media sonrisa.

—Otro más que agregar a la lista.

—Disculpe, señora, ¿pasa algo malo?

—No. También, cita a Aurora, quiero hablar con ella, esta noche, en mi casa. ¿Ah? Y… ¿Escondiste bien a ya sabes quien?

—Sí. Si señora. Lo hice. Todo está bajo control.

—Muy bien. Entonces Vamos…

Camina la mujer hacia su lujoso auto, esperando que el chofer le abra la puerta, pensando en lo terrible que ha sido su vida. Ni siquiera con la muerte de sus dos esposos encontró la tranquilidad. Sin embargo, no se podía lamentar ahora, su único objetivo era recuperar lo que durante toda su vida se ganó a pulso, y ahora un par de hojas firmadas se lo arrebataban. Moriría y la única forma de hacerlo en paz, era asegurándose de que aquel hijo, que para ella siempre fue, es y será sangre de su sangre, se quedara con todo lo que le pertenecía, y no una bastarda fruto del pecado.

***

Ares, que siente el peso de sus actos sobre su conciencia, al pensar en todo el daño que le ha ocasionado a Aurora, se queda anclado a la silla del restaurante observando la lasaña en el piso, recordando cómo la forzó aquella vez, a que comiera el desayuno que ella misma había preparado y que él hostilmente había tirado, solo para hacerla sentir menos que un animal.

—Señor, no se preocupe, en un par de minutos estará limpio. —Dice un mesero que se agacha y empieza a recoger.

—No, tranquilo, yo lo haré. —Lo detiene Ares, agachándose y recogiendo la comida de su esposa, que no pudo degustar gracias a sus errores del pasado.

No pensaba justificarse más con Aurora, porque sabía algo. Era culpable, y no podría vivir con la conciencia tranquila al saber que le hizo daño a alguien inocente sin resarcirlo. Quería el perdón de Aurora, no solo por él, sino también por ella, porque realmente había hecho que una dulce chica estuviera llena de amargura y odios y no se lo perdonaba. Así como tampoco perdonaría a Vanesa. Mientras recogía los restos de comida, siendo observado por varias personas, que lo reconocieron y tomaron algunas fotos, así como lo hicieron cuando Aurora estaba presente, piensa en la manera de vengarse de Vanesa.

Termina de limpiar, y sale de inmediato del lugar, en dirección a la policía. Recordaba el nombre del esposo de la mujer que lo había engañado, y el último reporte decía que estaba preso. Necesitaba conocer a ese hombre y el tipo de persona que era. Estaba decidido a aliarse con el diablo, si era necesario, para llevar a Vanesa al peor de los infiernos.

Al llegar a la policía, le dan información sobre el delincuente Joseph Grint, conocido en el bajo mundo como Hades. Está privado de su libertad en la prisión central, a donde va sin perder tiempo. Vanesa, que no deja de llamarlo muy preocupada por la reacción de Ares, teme que Ares descubriera uno de sus secretos. Planea irse, pero no tener la certeza de nada, la hace dudar. Lo que ella no sabe es que mientras toma la decisión de irse o no, Ares espera en una de las salas de visita a su esposo. Solo necesitaba mover algunos contactos y ver frente a frente al hombre a quien había estado engañando sin saber.

—Quien eres? —Le pregunta un hombre, alto, algo delgado, cabello largo por encima de los hombros y engomado, de aspecto desencajado y mirada hostil.

—Soy Ares Walton. El amante de tu esposa. —Le dice en tono de burla y los golpes entre los dos hombres no se hacen esperar.

Los policías presentes no intervienen ya que fue un favor especial que le pidió Ares al director de la cárcel. Antes de hablar, ambos necesitaban una paliza, y era el momento y el lugar perfecto.

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