DE MONJA A ESPOSA romance Capítulo 64

Isaías, qué mira a su hija sorprendido, queda sin palabras, al descubrir que su mayor temor se ha hecho realidad.

—¿Qué pasa papá? ¿No dirás nada? —Le pregunta Aurora.

—¡Cállate! —Le grita Eloise que se levanta del suelo e intenta arreglar su cabello. — Isaías, vámonos. —Le pide a su esposo, pero este no responde.

Al ver que su marido no le contesta, se pone tras de él sujetando la silla de ruedas y empujándola hacia adelante, pero Isaías frena con sus manos en las ruedas, impidiendo que lo saque de allí.

—¿Isaías, qué haces?

—Planeo hablar con mi hija —Afirma el hombre y mira a Aurora fijamente —¿Quién te dijo que no eres mi hija? ¿Acaso fue Jazmine? —Le pregunta.

—No. Me enteré por mi cuenta. Pero dime papá, ¿es cierto que no soy tu hija? ¿Que soy hija de Octavio Walton?

Isaías baja la cabeza y consciente de que lo único que debe hacer es decir la verdad, mira nuevamente a su hija.

—¡No lo sé!

—¿¡Qué!? ¿Cómo que no lo sabes?

—Es la verdad. Elena me contó de su aventura amorosa con Octavio y yo decidí perdonarla. Unas semanas después nos enteramos de que estaba embarazada y ella misma no sabía si el bebé era mío o de Octavio y yo no quise descubrirlo, ni someterla a semejante humillación. Te amé desde que supe que tu madre estaba embarazada, y para mí siempre serás mi hija y nada lo cambiará.

—Entonces, ¿por qué últimamente te rehusabas a verme?

—Porque Jazmíne quiso usarme para obtener algo de ti. Quería que te obligara a firmar un papel... No sé qué... Y sabía que algo tramaba, así que si estabas lejos de mí, si yo no tenía ningún contacto contigo, yo no sería útil para ella.

—¿Y entonces por qué te casaste con esta mujer? —Señala a Eloise.

—No entiendo eso que tiene que ver.

—Dices que me amaste desde el primer momento, sin embargo, te casaste con esta señora, y permitiste que me hiciera daño, que me lastimara, que hiciera de mi vida un infierno.

—¡Malagradecida! —Le grita Eloise.

—¿De qué hablas Aurora?

—¡Ay, papá, no finjas! No creo que nunca te dieras cuenta de los malos tratos que esa mujer tenía conmigo.

—¿Eso es cierto? —Le pregunta a Isaías a su mujer

—Claro que no, Aurora siempre me odió, por eso inventa todo esto, yo simplemente Me dediqué a criarla como si fuera mi propia hija.

—Pues yo jamás vi que maltratara a Adriana de la misma forma que lo hacía conmigo. —Le reclama Aurora a la mujer.

—¿Y esto pasaba a diario? ¿Yo porque jamás me di cuenta? ¿Y por qué nunca me contaste nada, hija? —Pregunta completamente perdido Isaías.

—Porque desde que se murió mamá siempre estabas triste y te encerrabas en la biblioteca sin decir una sola palabra. Fue así hasta que esta señora por orden de Jazmine me envió al convento.

—¿¡Qué!?

—Eso no es cierto... —Se defiende Eloise.

—¿Ah, no? Y tampoco es cierto, ¿qué Jazmine le pagaba para que me maltratara?

—No... Eso no es cierto...—Se pone muy nerviosa Eloise, e intenta salir de la habitación, pero Aurora se atraviesa en su camino y le impide el paso.

—¿Entonces por qué se quiere ir si no es cierto? No será porque también es cómplice de Jazmine y está involucrada en la muerte de mi madre y sus dos esposos.

—¡No, no, no! Eso no es cierto... Yo no maté a Elena, ni tampoco maté a Octavio... ni-ni a Francisco. Jazmine Lo mató, yo la vi cuando sacaban el cuerpo de su casa... Yo lo vi... Yo lo vi... Pero por causalidad… Yo no tuve nada que ver... —Se justifica Eloise que jamás pensó que sus secretos fueran descubiertos, e incapaz de guardar la compostura coma en medio de los nervios, empieza a contar lo que sabe, mientras los presentes oyen aterrados. En especial Isaías, que desconocía por completo a esa mujer.

—Así que todos estos años sabía del asesinato del padre de Daniel y prefirió callar... —Comenta Ares, y la mujer se acerca a él desesperada.

—Sí, pero yo no lo maté. Fue Jazmine… Su mamá. No es justo que me acusen a mí, cuando la verdadera asesina anda suelta. Yo, simplemente, fui un peón más en su juego de ajedrez.

—Señores, ya escucharon. Procedan por favor. —Pide Ares a un par de agentes de la policía contactados por él, que se encontraban fuera de la habitación, en caso de que algo pasara.

—Señora Eloise Hermsworth queda detenida por cómplice de homicidio doloso en primer grado. Tiene derecho a guardar silencio, a hacer una llamada y a contactar a un abogado, todo lo que diga podrá ser utilizada en su contra. — la mujer mientras escucha cómo le leen sus derechos corre detrás de su esposo y el agente sigue hablando. —Le recomiendo que no ponga resistencia o lo tomaré como un intento de evasión a la autoridad.

—¡Isaías, ayúdame! Yo no hice nada. —Le ruega a su esposo.

—¡No me vuelvas a tocar! No sabes el asco que me produces —Le dice furioso el hombre que la mira con desprecio, y eso, es un puñal al corazón de Eloise, que al ver el odio en la mirada de su esposo camina hacia la policía voluntariamente, muy triste de que el amor de su vida no parezca tener ningún sentimiento grato hacia ella.

—Por favor dile a mi hija que la amo —Le pide Eloísa a Aurora en un tono bajo mientras pasa a su lado y se va con los agentes.

—Hija, perdóname... —Le pide Isaías y se echa a llorar.

—Tranquilo papá. —Responde de manera serena Aurora. —Vamos, es hora de llevarte a casa. —Le dice y efectivamente lo lleva a su casa y lo deja al cuidado de Esther.

—Hija, Antes de que te vayas... ¿Podemos hablar? —Le pregunta a Isaías, pero Aurora se niega.

—Luego. Ahora descansa. Debo irme. Hay cosas que aún tengo que hacer.

Sale junto a su esposo de la casa de su padre luego de despedirse de él y la serenidad y el silencio que maneja preocupa a Ares, quien la toma de la mano, deteniéndose andar.

—Aurora, ¿te sientes bien? —Hace esa simple pregunta, qué basta para que su esposa, se eche a llorar, soltando el nudo en la garganta que tenia. Siendo ella la que por primera vez se lanza a sus brazos, tomándolo como su soporte. Por unos minutos, la deja que llore con desespero, que se desahogue. —Cariño... ¿Qué pasa? —Le pregunta dulcemente a su esposa que sigue aferrada a él.

—Acabo de enviar a mi madrastra a la cárcel, ni siquiera sé, como se lo diré a Adriana. Mi papá... No sé qué pensar. Si creerle o no. —Suelta a Ares, y se gira furiosa con ella misma. —No entiendo por qué soy tan débil. Quiero justicia, pero mira cómo reaccionó...

Ares, qué la abraza por detrás, sorprende a Aurora qué siente una especie de electricidad, qué se cuela por todo su cuerpo, al sentir cómo le da un par de tiernos besos en el cuello.

—No eres débil. Eres la mujer más fuerte que conozco. Otra, en tu lugar, estuviera victimizándose o habría buscado vengarse. Pero tú, en cambio, buscas justicia sin necesidad de lastimar a las personas como te lastimaron a ti. No eres débil, eres buena y noble, y eso te hace mejor que todos nosotros. Es normal que llores. Si la carga mental y emocional es dura para mí, no imagino lo que debe ser para ti. Sin embargo, cuando sientas que no puedes más, que debes llorar, que debes soltar todo lo que tienes adentro, aquí estaré para ti. Aférrate nuevamente a mí, no te dejaré, no te soltaré. Iré de tu mano o detrás de ti. Lo que quieras que haga, haré.

—¡Gracias! —Suspira llena de alivio Aurora, porque ahora más qué nunca, está segura de que no está librando esta batalla sola.

* * *

Joseph, qué espera ansioso frente a la puerta de la habitación de Vanesa, observa a varios agentes llegar e interceptar el lugar.

—¿De qué?

—De que no me conforme con ser justa, y quiera acabar yo misma con tu madre.

Ares, que se levanta, se pone sobre ella, y retira algunos de sus cabellos en su rostro.

—Debes confiar más en ti. Yo confío en ti. —La mira a los ojos con tanto amorcito que incluso Aurora, no puede resistirse. Lo toma del cuello de la camisa y lo besa. Un beso tierno, con tintes apasionados que empieza a aumentar de intensidad a medida que sus lenguas se abren paso para disfrutarse mutuamente.

—Pensé que querías bañarte. —Vuelve a decir Ares, luego de apartarse a regañadientes de los dulces labios de su esposa que por iniciativa de ella pudo besar.

—Si quiero... —Responde Aurora...

—¿Bañarte?

—También... —Ríen los dos, por el juego de palabras, y Aurora, luego de unos segundos, recupera la cordura y se arrepiente por un momento de haber besado a su esposo. Pues no es algo que ella esté acostumbrada a hacer.

—Tal vez deberías bañarte tu primero. —Le sugiere y se levanta rápidamente de la cama, y camina lo más rápido que puede hacía el minibar.

—Ey! ¿A dónde vas?

—A tomar un poco de agua...

—¿Segura? ¿Nada más?

—Sí...

—Ni te creo. Estás huyendo...

—¿Huyendo? ¿De qué?

—De lo que sientes... —La arrincona contra la pared, y la besa con anhelo, con ansias, con desespero.

—Ares... No... —Le pide la mujer entre besos, que está completamente excitada al sentir todo su cuerpo rozar el de ella. Lo que hace reaccionar a Ares.

—Lo siento. —Habla con la respiración entrecortada. —No debí... Perdóname, no volverá a pasar. —Se aparta haciendo uso de toda su fuerza de voluntad y se gira, caminando directo a la salida. Mientras Aurora se debate entre sus deseos y su moral. Consiente de que quiere que su esposo no se vaya, pero temerosa de que si se permite sentir por hoy, mañana se arrepienta y el sentimiento de culpa la invada, por ir en contra de sus principios, que no la dejan ser decidida y perdonar tan fácilmente.

Segura de que lo mejor era dejarlo ir, se queda inmóvil, sin hacer nada, hasta que su esposo se gira antes de salir, para decirle una última cosa.

—Avísame cuando estés lista para ir a ver a Jazmine. —Habla y ella se centra en esos labios carnosos, color carmesí, de sabor agridulce, que desearía seguir besando.

—Ares... —Involuntariamente, grita su nombre, dejándose llevar por el calor de su cuerpo, que es incontrolable.

—Sí? —Pregunta el hombre, que observa como la chica da largas zancadas hacia él, y se cuelga de su cuello, dándole un beso, deseoso e incitador... la clara petición de que está vez, no tendría que alejarse, todo lo contrario... Debía quedarse...

—¿Y el baño?

—Tomemoslo juntos... —Sugiere la tímida Aurora, que de tímida ya no tenía mucho.

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