EL EROR PERFECTO romance Capítulo 11

Todo el personal de la oficina observó detenidamente cuando llegó con Diana a la empresa. Murmullos, y bajos comentarios se escuchaban a sus espaldas. Ian decidió hacer la reunión en ese mismo momento, para que los empleados dejaran de hacerlo. Le molestaba ver el rostro de ella preocupada.

La reunión solo duró cuarenta y dos minutos, lo indispensable para dejar claro que Diana seguía siendo la coordinadora del proyecto. Lo que hizo que se escuchara en la sala una fuerte cantidad de susurros apenas audibles con comentarios malintencionados, todo el personal quedó en silencio cuando dio la última información que ella estaba bajo su protección.

Ian apenas se había sentado en su escritorio, cuando la puerta se abrió de un solo golpe.

—¿En qué coño estabas pensando?

Sin levantar la mirada al recién llegado.

—¿Por qué cojones entras así a mi oficina?

—La estás protegiendo, Ian.

—Es mi amiga, lo sabes bien. No tengo que darte explicaciones para ayudarla —dijo enarcando una ceja—. Siempre lo haré le guste o no a los demás. Eso te incluye, Andrew.

—¡Es mi prometida! —exclamó frustrado.

Al escuchar aquellas palabras, Ian dejó de hacer lo que estaba haciendo y apretó los puños.

—¿Tu prometida? La que engañaste durante todo este tiempo. La que acusaste de ser una caza fortuna. ¿A esa es la que llamas “prometida”? —enarcó una ceja.

—Ella también me engaño. ¿Recuerdas? Está embarazada de otro —Andrew parecía dolido.

—Ya lo de ustedes había terminado —le recordó.

—No —negó con la cabeza. —Estábamos disgustados, pero todo se iba a solucionar, estaba trabajando en eso cuando ella decidió irse de la empresa —caminó hasta la ventana. —Yo no terminé con ella. Por vengarse de mí ella se fue a los brazos de ese bastardo y la embarazó —Andrew hizo gesto con las manos.

—Lo mismo. Ya no eran nada. Ella estaba libre de hacer lo que quería, y con quien le diera la gana —Ian estaba cada vez más molesto.

—Diana siempre será tu amiga. ¿Cierto? —dijo con sarcasmo— Porque te ayudó a graduarte —enarcó una ceja hacía él—. Es lo que siempre le dices a todo el mundo de tu conexión con ella.

—Así mismo. Tampoco me importa lo que opinen los demás y no le daré la espalda, ahora que más me necesita —le dijo firmemente.

—Sé que ustedes son muy cercanos. Ella confía mucho en ti. ¿Te ha dicho quién es el padre del hijo que espera?

Ian se quedó sin hablar por algunos minutos. Quería decirle que Diana ya no era de él, quería decirle que ahora ellos estaban juntos y sobre todo quería decirle que aunque fue un error... el error más perfecto, él era el padre del hijo que ella estaba esperando, se controló con mucho esfuerzo. Pero lo logró.

—No. —Se pasó la mano por la cabeza al negar en voz alta a su propio hijo. —No tengo la menor idea de quién puede ser —terminó diciendo con los dientes apretados.

—Voy a encontrar a ese bastardo, va a pagarme esta humillación.

—¿Qué ganarás con eso?

—Sacarlo de su vida. Él no se quedará con ella.

—A estas alturas deberías de aceptar lo que sucedió y dejarlos en paz.

—Ella será mi esposa.

—¿Hasta cuándo tendrás esa fijación? ¡Lo de ustedes se terminó, ella ahora es la mujer de otro hombre! —exclamó. —Entra en razón, Andrew. Tendrá un hijo de él, tal vez se casen.

—No. Si puedo impedirlo. Podrá estar embarazada de otro, pero es mía —agitó la mano para luego señalarlo con el dedo. —No estoy dispuesto a renunciar tan fácilmente a ella —con eso salió de la oficina dando un portazo.

¡Maldito bastardo! A partir de ese instante, debía tener más cuidado con Diana. Sabía que Andrew era un hombre inestable emocionalmente. Recordó el moretón que le había visto en el brazo, no era tonto para saber que había sido él. Quería partirle la cara por abusador.

No le gustaba la forma en que sentía que Andrew estaba obsesionado con Diana. Que ganas de gritar al mundo que ella era su mujer. Necesitaba calmarse, fue a prepararse un trago, dio un sorbo y luego tiró todo al suelo de un manotazo. Se escuchó como el vaso se estrellaba contra el suelo y se volvía añicos.

—Señor. ¿Ocurre algo? —la voz de su secretaria le hizo recordar que estaba en la empresa.

—Para nada —contestó sin mirarla. —Diles a los de mantenimiento que suban y limpien este desorden.

—Lo que usted ordene, señor.

La puerta estaba abierta cuando él se giró y vio pasar a Diana seguida de Andrew hasta su oficina.

—¡Qué lo hagan en este preciso momento! —indicó a su secretaría. Salió en busca de Diana antes de llegar a la puerta pudo escuchar.

—¿Dónde y con quién te estás quedando?

—No es de tu incumbencia, Andrew. Hace ya mucho tiempo que se terminó lo nuestro —escuchó como Diana le decía—Deberías pasar por el departamento de mercadeo ahí puedes encontrar a quien molestar.

—No te hagas la listilla conmigo, Diana. No estoy para tus jueguitos.

—Estamos en el trabajo, Andrew deberías compórtate como un hombre.

—¡Me importa una mierda! Soy el bufón de esta empresa —le estaba reclamando. —Todos aquí saben que me engañaste.

—¡Eres un maldito imbécil! ¿Saben ellos con cuantas me has engañado todos estos años? —preguntó furiosa.

—Dime una cosa, Diana... ¿Sientes algo por ese tipo? —preguntó— ¿Salías con él mientras estabas conmigo?

—Idiota...si siento algo. Me ha demostrado que es él es mucho más hombre que tú, y para tu información siempre de estúpida yo te respeté durante el tiempo que duramos juntos, cuando queda claro que no te lo merecías —se escuchaba la furia en su voz.

—Por eso te fuiste corriendo a los brazos de él, luego de que me dejaras; porque es mejor que yo —afirmó.

—¡No! De verdad que a veces eres un imbécil. Le di una oportunidad porque tú me dejaste libre cuando me engañaste con Amanda. Así que puedo estar con quien yo quiera. No tengo nada contigo.

Se escuchó como caían al suelo algunas cosas.

—¿Quién es él, Diana? —gritó— ¡Contéstame! ¡Maldita sea!

—Me estás haciendo daño, Andrew —suplicó— ¡Suél-ta-me! ¡Por favor!

Ian no pudo aguantar más e irrumpió la oficina de Diana. Lo que vio le hizo hervir la sangre y ver todo rojo. Andrew la tenía acorralada en un estante de la oficina. Con una mano la agarraba fuertemente de los cabellos y con la otra del hombro zarandeándola.

—Quita tus sucias manos de encima de ella.

La voz de Ian tenía un toque de peligro. Lo agarró del cuello y lo giró hacía él y le dio un puñetazo en el rostro y otro en el abdomen. Diana no sabía qué hacer. Todo aquello estaba ocurriendo por su culpa.

—¿Cómo te atreves a interferir en una discusión con mi mujer?

—¡Maldito bastardo! Ahora sí te voy a partir la cara —dijo Ian con furia contenida. —¡No es tu mujer! ¡Joder! ¿Cómo te atreves a maltratarla y más aún que está embarazada? ¿Acaso te has vuelto loco?

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