El precio de tu Amor romance Capítulo 20

Natali se detuvo frente al espejo entre tanto aguantó la respiración por unos segundos, al ver que definitivamente ese vestido era especial. No sabía cómo explicar la sensación de tener algo que había sido escogido por Andrew, ahora mismo el cosquilleo constante junto a la intriga que le daba el saber qué pasaba por la cabeza de ese hombre en este momento, estaban comiéndosela por dentro.

Soltando el aire lentamente, pasó los dedos por sus cabellos y tomó su móvil para escribir un mensaje.

Aunque eran las siete de la noche, Andrew no había dejado un menaje en todo el día, y eso de cierta forma, le preocupaba.

“Hola… no sé si…”

Se detuvo cuando escuchó nuevamente el mismo timbre en su puerta y esta vez sintió un dolor agudo en el estómago. Puso su teléfono encima de su cama, y rápidamente fue al ojo de esa puerta, que ahora pensaba era el mejor invento que había hecho el hombre en todo el mundo.

Su respiración dejó de funcionar cuando denotó a Andrew allí de pie frente a su puerta, con una apariencia devastadora.

«¿Cómo?, ¿Por qué había venido hasta este lugar?, ¿Por qué no prefirió que se encontraran en otro sitio?», se preguntó totalmente aturdida.

Ella reprimió sus ojos y apretó sus manos para intentar drenar los nervios.

—¿Quién? —trató de sonar segura, pero esa vocecilla que salió, había sido una completa mierda.

Rápidamente volvió a mirar por el ojo de la puerta y esta vez Andrew sonreía negando. Se veía increíble, y fue imposible no sonreír con él, a pesar de su condición.

—¿Por qué no abres mejor? —lo escuchó preguntar—. Sabes quién soy desde que miraste por la puerta.

«Era tan tonta», pensó arrugando su frente.

Abrió de golpe pareciendo sorprendida, y luego se giró para comprobar el ocular.

—Aunque no lo creas, no lo había detallado. Tengo muy poco aquí en este apartamento…

Andrew ni siquiera le prestó atención a sus excusas y explicaciones, y solo se concentró en ella. Desde sus sandalias, sus pantorrillas, y sus largas piernas. Aquel vestido que divisó en una tienda, y lo imaginó en ella, le quedaba perfecto. Natali se veía…

—¿Qué? —su pregunta lo hizo parpadear varias veces, tenía esos enormes ojos marrones mirándolo con incógnita, y aunque Nat era una persona bastante dominante, pudo ver como sus piernas se torcían un poco por su nerviosismo.

Pero ahora era claro para Andrew, que Natali podía hacer suspirar a cualquier hombre, y eso sería un jodido dolor de cabeza para él.

Necesitaba disfrutar de esta noche, y sacarla de su vida para siempre.

—Te ves hermosa… —le dijo sin tapujo haciéndola sonrojar, pero por supuesto, ella no se dejaba amedrentar.

Apuntándolo con el dedo asintió.

—También te ves increíble…

La boca de Andrew se curvó, y sin preguntar dio dos pasos que eliminaron la distancia que los separaba.

—¿Qué tanto? —la pregunta fue un susurró y ella tuvo que levantar su cabeza para mirarlo fijo.

—Andrew… gracias por… este vestido, yo…

Los dedos del hombre tomaron su barbilla, pero Nat pudo evidenciar que esa naturalidad con la que la trató hace unos segundos, había desaparecido. Se veía un poco desconcertado y enojado, para variar.

—No me des las gracias, nunca más…

Ella negó para tratar de explicarse.

—No quise decir que… —sus palabras quedaron en el aire cuando él sin un aviso oportuno, unió su boca a la suya en un beso cerrado. Ambas respiraciones chocaron, y un revuelco de sensaciones explotaron en el interior de la chica.

Por unos segundos se quedaron así, y ella abrió los ojos solo para asesinarse de nuevo. Allí estaba él, con sus ojos cerrados, sellando su boca con la suya y transmitiendo, lo que en toda su vida no imaginó sentir en un hecho tan simple como este.

Natali no supo por qué, pero su agarre en los brazos de Andrew se debilitó, y él lo supo enseguida. Dio pase a cerrar sus ojos con naturalidad, todo el aroma del hombre se estaba mezclando en su piel, hasta que sus labios fueron separados por aquella lengua que, en su tacto, había sido como un metal en llamas.

Su beso no fue como la primera vez. Este era profundo, jodidamente lento y devastador. Andrew se adentró en su boca demorando con astucia en cada centímetro dentro de ella, como si solo con ese hecho estuviese probando su misma alma.

El aliento de Nat era errático, y aunque ni siquiera estaba usando alguna fuerza contra ella, le estaba costando mucho conseguir el aire. La caricia de su lengua, sus labios rozándose de una manera exquisita, y esa forma de tomar cada parte como si estuviese saboreándola al cien, era como estar siendo devorada con todo su consentimiento mientras abría las puertas de toda su vida, para que alguien paseara como se le diera la gana.

Eso, eso era lo que estaba haciendo Andrew en este instante.

Ella estaba cometiendo un error muy grande, y lo estaba haciendo de forma consciente cuando no pudo evitar pegar su cuerpo hacia él para drenar el estremecimiento que gritó desde el fondo de todas sus entrañas.

«¿Qué carajos era todo esto?», se preguntó abrumada, mientras en este instante, Andrew profundizó más el beso, respondiendo a su cercanía, pasando un brazo sobre ella, y con la otra mano afianzándola en su rostro.

«Debía detenerse». Su cabeza repetía infinidad de veces, pero nada de ella respondía a la orden.

Y para vergüenza de su misma existencia, fue el mismo Andrew el que se retiró. Y parecía frustrado cuando lo hizo.

Ahora su mirada en ella, esta vez no se parecía a ninguna otra.

—¿Pasa algo? —por supuesto ella seguía haciendo preguntas estúpidas. ¿Por qué en su presencia su coeficiente llegaba al punto más bajo?

Lo vio asentir y pasar unos tragos por su garganta.

—Pasa todo… —fue su única respuesta, y asomando su mano, dijo—: Vamos…

Nat desvió la mirada a su mano. «¿Iba a tomarla de la mano? ¡Que estaba pasando por Dios del cielo!, este hombre la mataría».

—Yo… debo buscar mi móvil y… bolsa… —no tenía una bolsa para llevar, no una adecuada para este vestido.

Sin embargo, cuando vio negar a Andrew supo que se había salvado.

—No necesitas nada de esto, solo toma tus llaves, y nos vamos.

Ella dio un paso hacia la izquierda y luego recordó que sus llaves estaban a la derecha. Ninguno dio larga al beso ni a explicaciones, ambos como unos completos imbéciles, estaban tratando de pasar el momento.

Tomó sus llaves cerró su pequeño apartamento que Andrew no detalló para nada, y sí, sintió esa mano arropar la suya completamente, para dirigirla al estacionamiento donde estaba un auto que no había visto jamás con él.

¬—¿Tienes otro auto? —preguntó, aunque se estaba volviendo mierda con esa mano posesiva tomándola como si ella… fuese alguien muy importante para él.

Andrew desvió su mirada un poco cínica y asintió.

—Tengo varios…

—¿Todos son negros…? —volvió a preguntar cuando él abrió su puerta. Quedaría sentada como en el piso en ese auto, era muy bajo, y ni siquiera sabía de qué marca era. Para ella eso nunca fue importante de aprender.

—Todos… —en el momento en que lo dijo, vio como su mirada reparó en su vestido y sonrió.

—Claro, te gusta este color —señaló su vestido divertida, y luego se subió al auto.

Vio caminar a Andrew por detrás del auto entre tanto abrió y cerró la mano que había sido tomada por él.

Andrew se asqueó un poco mirándola fijamente.

—No es un lugar para nadar, Natali, incluso está prohibido.

Ella sonrió, aunque no sabía por qué estaba tan enojado, y la idea de la frase ya le parecía una sola excusa. Algo lo había puesto amargado, quizás estaba arrepentido de haberla traído aquí.

A pesar del nudo de su garganta se las arregló.

—Solo veo el lado divertido de las cosas… es todo… te diré que yo sí entraría, solo para ver de esas extrañezas que la gente dice que hay dentro…

—Eso es porque tú estás loca.

—No lo creo así —Nat se agarró de las barandas y quitó la mirada de Andrew—. Me gustan los misterios, y descubrir cosas es una de mis pasiones.

—Mejor vayamos a cenar.

Aunque los ojos se le llenaron de lágrimas, ella se giró hacia él negando.

—No iremos a algo que no deseas hacer —intentó forjar una buena cara—. Puedes irte, y dejarme aquí, me gustará quedarme en este muelle. Pasaré una gran velada… sola.

—Nat —Andrew se rascó los ojos un poco avergonzado. A veces es mal genio ni siquiera lo podía controlar él mismo—. No… no pienses de esa forma —se acercó mucho a su lugar y tomó su brazo—. Recordé algunas cosas que, jodieron mi ánimo, esto no es por ti…

—De acuerdo, lo entiendo…

Su demasiada confianza lo frustró más.

—¿Acaso no te has sentido frustrada por alguien que no puedes tener? —lo que salió de su boca, nunca imaginó escucharlo desde el mismísimo Andrew, ahora era claro que hablaba de la mujer por la que su padre la contrató, sin embargo, no era impresión lo que Nat sentía ahora.

Ni siquiera podía ponerle un nombre a lo que sentía su estómago.

Ese hombre nunca se olvidaría de ella. Parecía obsesionado por no sacarla de su vida, pasara lo que pasara.

Negó lento, y por un momento sintió un poco de compasión para con él.

—No… Nunca me enamoré de nadie, Andrew…

Andrew apartó la mirada de sus ojos y la llevó a su boca para curvar un poco cínico su gesto.

—Entonces… has tenido solo aventuras, ¿No es así?

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó ella muy nerviosa, para ver como él terminaba de eliminar el espacio de sus rostros.

—¿Por qué quieres que sea específico?, sabes a lo que me refiero, estoy hablando de hombres en tu vida, Nat…

Esta vez ella lo observó con detenimiento, y toda la alegría de su rostro desapareció.

—No hay, ni ha habido hombres en mi vida, Andrew. No tengo aventuras, y lamento que no te guste ser específico, pero si es esta la respuesta que quieres, lamento desanimarte. No me he acostado con ningún hombre en toda mi vida… Así que no, no puedo entender lo que estás sintiendo…

Aunque su respuesta fue totalmente cierta, no quería apresurarse al llegar a una conclusión.

El hecho de que Andrew había despertado algo dentro de ella, y que a la vez él mismo pensara en otra persona, le dolía un poco, y era imposible negarlo…

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