Xander Cohen
—Como siempre los escoltas estarán encubierto y vigilando desde lejos para no incomodarle, —anuncia Carlos cuando se estaciona frente al centro comercial a lo que asiento y ayudo a mi princesa a bajar del Jeep.
—No vemos en dos o tres horas, —comento a lo que él hace un ademán con las manos, tomó la de mi pequeña luna para comenzar mi a caminar hacia el centro, espero no morir en el intento de comprarle ropa.
Estando dentro camino a una tienda donde vende ropa para niñas ¿cómo lo sé? pues en las vitrinas solo vislumbro vestimentas para chicas. Entro al lugar y de una vez se me acerca una de las trabajadoras.
—¿En qué le podemos ayudar? —Cuestiona con una voz coqueta a lo que trato de evitar poner los ojos en blanco y verme descortés.
—Quiero para mi princesa, zapatos, vestidos, ropa interior, zapatillas, abrigos, bufandas, gorros, blusas, conjuntos, trajes de baños y cualquier otra cosa que ella pida, —anuncio mirando a mi pequeña la cual mira todo los vestidos de princesa, ya veo que esto será algo fácil.
—Que linda es su hija, —suelta y enseguida frunzo el ceño.
—No es mi hija, —respondo casi en un gruñido pasando por su lado antes de que diga otra idiotez. —¿Ya me pude buscar lo que le pedí? O ¿Tengo que irme a otra tienda? —cuestiono con voz seria y llamando la atención de otras mujeres que andan con sus hijas y también de algunas trabajadoras de la tienda.
—No señor, enseguida traigo lo que pidió, —anuncia saliendo despavorida, tomó asiento y siento a mi pequeña a mi lado.
A los minutos llega con lo que pedí y le medimos cada ropa a Camila la cual siempre daba su opinión. Decía cual le gustaba y cual no, era increíble ver la forma en que ella sola elegía lo que quería a pesar de que la mujer quería ponerle vestimentas que no eran de su agrado.
(...)
Después de una hora salgo de la tienda con mi manos llena de bolsas, pero desde que cruzo la puerta mis guardias de seguridad se encargan de tomarlas y llevarla al auto mientras sigo mi recorrido con Camila por el centro comercial. Pasamos por una tienda de juegos y le compro algunas muñecas, también quería una tiara pero le dije que en casa ya hay una para ella.
—Es el vestido de la bella dulmiente, —señala cuando pasamos por otra tienda donde venden solo vestidos.
—Vamos, —le digo para tomarla en brazo, porque de seguro está cansada de tanto caminar. Entramos a la tienda y pasa lo mismo que la anterior una de las trabajadoras se acerca y me coquetea—Señorita solo quiero ese vestido, —señalo antes de que diga algo que saque de mi casilla.
—Tiene buen gusto, —suelta a lo que no respondo.
—Y también quiero esos dos, —señalo otro par porque Camila no deja de mirar esos vestidos, creo que su closet reventará con todo lo que le he comprado.
—¿Algo más? —Cuestiona de forma insinuante después de haber buscado los vestidos.
—No, —respondo seco y caminando con ella detrás de mi hacia la caja donde Camila intenta bajar de mis brazos, la miro y la coloco en el suelo —¿Qué pasa pequeña? —Pregunto esta no me mira y se cruza de brazo «¿Y ahora qué diablos hice?» pienso mientras observo su ceño fruncido, pago el vestido y tomó la bolsas que me entregan.
Tomó la mano de Camila y salgo de esa tienda, está aún no me dirige la palabra, me acerco hasta un banco y me siento en este.
Dejo salir un suspiro y miro a Camila.
—¿Qué pasa pequeña?—Pregunto.
—Nada, —contesta.
—No seas pinocha, —le digo tocando su nariz a lo que está la arruga.
—¿Ya no sele tu plincesa?—cuestiona con un puchero en su boca a lo que frunzo el ceño «¿De dónde se le ocurren estas ideas a esta niña?» me pregunto.
—Duele, —se queja Camila tocando su estómago.
—Te lo advertí, —susurro mientras coloco paños tibios en su frente, resulta que los helados que se comió le dieron dolores estomacales y para completar pesco un resfriado.
—Fue la flesas, —lloriquea.
Así y ahora también dice que fue culpa del helado de fresa, ya que se comió varios de esos.
—No… te dije que no comieras dulces y no me has hecho caso, —regaño y quito el paño de su frente para cubrirla con unas mantas que trajo mi nana.
Hace unas horas traje al doctor y solo me dio algunos jarabes porque los resfriados son normales en los niños humanos. Los lobos no, nos enfermamos y menos los cachorros, somos inmunes a esas cosas de humano.
Los humanos son débiles por eso siempre cuidare a mi luna. Aunque sé que esta no será una humana común porque por su sangre corre la de cazadora.
Observo a mi luna y ya está dormida, por estos días dormirá en mi habitación hasta que la de ella este lista y de aquí a eso espero que ya no tenga ese resfriado, me recuesto a su lado y la abrazo para brindarle calor y para sentir su olor.
—Quiero que mi luna me conozca, —pide Bruno por el enlace.
—Mañana… y es nuestra luna, no tuya, —le regaño a lo que este gruñe y cierra el enlace.
Solo espero que mi luna no, nos tenga miedo, con ese pensamiento me sumerjo a las penumbras.
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