Esa mañana Zoé hacia limpieza en el apartamento, Maya había salido a gastarse sus propinas en comida. Y ella… bueno ella aún seguía con la suya entera y pensando cómo regresarla a ese tipo.
Prendió la pequeña vieja radio, si iba a limpiar a profundidad lo haría con música. La joven ya iba a mitad de camino cuando tocan la puerta de su apartamento. La música estaba alta, Zoé llegó hasta la vieja puerta abriéndola Completamente. Asumiendo que era Maya, solo tenían un juego de llaves.
Pero al abrirla lo primero que vieron sus ojos fue un par de ojos esmeralda que la detallaba de pies a cabeza. Zoé juro que se había puesto colorada ante la presencia de Jean… ¡Mierda! ¿Qué estaba haciendo en su casa? ¿Cómo supo donde vivía?
—Hola hermosa.
—¡Tú! Ella pestañeo repetidas veces por la sorpresa de verlo en su puerta.
—¿Puedo pasar?
—¡No! Frunce el ceño. —¿Qué haces aquí? ¿Cómo supo donde vivía?
—No fue difícil encontrarte. Para mí nada lo es.
—¿Me seguiste? Le acusó.
Jean Pierre guardo silencio unos minutos, si le confesaba la verdad la chica se asustaría.
—¿Me dejarías pasar? Arquea una de sus perfectas cejas.
—¿Qué pasa si te cierro la puerta en la cara? Ella se cruza de brazos.
Al rubio le pareció un tanto cómica la situación, ella aparentaba ser inocente pero le gustaba jugar. Así que pensó en darle un poco de diversión si era lo que quería.
En un rápido movimiento Jean irrumpe en la casa de Zoé, yéndose directo a la pequeña sala que hacía de cocina y comedor. Él pensó que como vivía en un lugar como ese. Además todo estaba desordenado.
—¡Oye! ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Voy a llamar a la policía!
—¿Hablas Francés? Pregunta dándole la espalda.
—¿Y eso a ti que te importa?
Jean se da la vuelta volviéndola a escudriñar de cuerpo entero, aquella ropa de pijama no le hacía justicia a ese cuerpo tan hermoso.
—La policía no hará nada hermosa… éste se mete las manos en los pantalones. —¿Estás sola?
—No tengo por qué responder nada, váyase de mi casa ahora mismo. Le exigió.
—¿Y si digo que no? Éste sonríe.
—Esto no es un juego, quiero que se vaya. Señala la puerta.
—¿Cómo te llamas? Le pide con voz baja y un tanto… ¿Dulce?
Justo en ese momento el corazón de Zoé dio un brinco, ¿Que le pasaba? Solo había sido un pálpito extraño y fugaz. Estaba incomoda, y empezaba a sudar.
—No me interesa que lo sepas, como la vez.
—¿De verdad?
Jean comienza a dar unos pasos hacia ella ataviado con ese traje tan fino y elegante lo que causó que Zoé retrocediera y sintiera pánico. Éste amusgo los ojos al verla palidecer, era una buena señal.
Zoé traga saliva cuando pilla a Jean acercarse a ella, por instinto retrocede pero no va muy lejos ya que choca con la puerta. Jean queda a solo unos centímetros de ella, mientras que la castaña tiene el corazón en la boca.
Dubois posiciona una mano a un costado del rostro de Zoé, dejando la otra en su bolsillo, lo que la lleva a pestañear rápidamente. Jean acerca su rostro al de Zoé, quien había palidecido mucho más. Parecía un fantasma.
—Yo deseo saber tu nombre, ¿Porque no quieres decírmelo? Susurra a muy poco espacio de sus labios.
—Porque… porque no… yo. ¡No te conozco! Suelta.
—Eso es lo que he intentado cambiar.
Los ojos de Jean solo se enfocan en los labios de Zoé, ella solo tragaba saliva y tratando de que sus malditas piernas no le fallaran en ese momento.
—No quiero conocerte. Responde casi audible.
—Toda tú me dices qué mientes.
Terminó la frase, para acortar el espacio entre sus bocas. Jean probó los labios de Zoé de una manera dulce, llevando una de sus manos hasta el cabello de la castaña. Y con el brazo libre envolvió el cuerpo de ésta.
Zoé desconocía que un beso podría llegar a ser tan delicioso… la verdad estaba asombrada por aquel beso robado. Jean besaba de maravilla, y mientras él la envolvía con su cuerpo al mismo tiempo invadía su boca con la lengua.
Ella seguía estática, con ambas manos sobre la puerta. Tan rígida como una tabla, si fue por mero instinto que cerró los ojos cuando Jean la beso porque del resto los tuviera como platos. Aunque su primera reacción debió ser empujarlo, resulto que fue lo que menos hizo.
—¡Maya! Susurra Zoé medio incorporándose.
—¡¿Quien?! Éste frunce el ceño.
—¡Mi amiga! Ya ha regresado, ¡Mierda!
—Córrela. Le exige el rubio aún sobre ella.
—Las dos vivimos aquí, no la voy a echar a la calle.
—¡Joder! Jean se pasa la mano por el cabello.
Se baja de la cama y acomoda sus pantalones. Avergonzada, Zoé acomoda su ropa. Y sale de la habitación seguida de un muy frustrado Jean.
—¡Maya! Le dice Zoé con sorpresa y nerviosismo abriendo la puerta.
—¿Y tú qué te traes? ¿Porque no me abrías?
Le dice pasando con las bolsas marrones en las manos. Pero en cuanto entro en el apartamento, la morena se detuvo en seco abriendo los ojos como platos.
—¡Oh! Ya entiendo porque no me abrías. Ésta le sonríe a Jean.
—No es lo que crees. Le responde su amiga con las mejillas rojas.
—Amiga… no seas tonta, si quieren dejo esto y puedo volver más tarde.
—¡Eso estaría bien! Sonríe Jean asintiendo.
—¡No! De ninguna manera… tú ya te vas. Señala a Jean.
—¿Porque? Tu amiga dice…
—Ella está loca, ahora. Señala la puerta.
El chico camina resignado a que no iba a obtener nada más ese día de ella… pero se detiene en la puerta.
—¡No hemos terminado, Zoé!
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