—Vendrán otros proyectos, estoy seguro de que será así. El problema de mi vida tiene nombre, una bella sonrisa y unas piernas largas que me matan.
—Una mujer—afirmo sonriendo.
—Exacto ¿No te pasa que estás loco y quieres besar el suelo que pisa Elisabeth?
—Posiblemente.
—Bueno, también me pasa, no con Elisabeth, y no te lo tomes a mal cariño, solo que no me refiero a ti.
—No me siento ofendida. No me interesa que beses mi suelo, solo me importa Paul.
—Bueno, eso dolió un poco—finge sobar su pecho—. En fin, solo quise pasar a hablar de ello con mi muñeca in...Elisabeth. No sabía que estarías ocupada.
Es un poco raro que él me agrade y que de hecho no me sienta inquieto, extraño o elocuente sobre la idea de dejarlo a solo con mi novia, teniendo en cuenta que tienen cierto tipo de historia. Supongo que es la cosa de la confianza y el ver que no parece tener ninguna otra intención.
—No te preocupes, iré a casa—volteo a ver a Elisabeth— ¿Te veo antes de viajar, musa?
—Seguro.
----
Asunto: Lo siento.
" Paul, seguramente este correo te tomará por sorpresa, posiblemente te enojará o te hará preguntarte "¿Por qué ahora?"
Desde hace mucho tiempo he estado pensando en ti, muchas veces me he preguntado qué pasaba por mi cabeza cuando solo fui una de esas personas que calló y no hizo nada por ti. Me duele ver hacia atrás y darme cuenta que nunca desmentí lo que otros decían, lo que mi hermano decía.
Me duele la idea de pensar que te hice una herida tan grande que te acorraló hasta lo que pensaste que era tu única opción.
Lloré mucho cuando supe que lo hiciste la primera vez, pero puedo intuir que piensas: no hiciste nada. Lo sé, y eso siempre va a pesarme.
Me siento estúpida porque sabía que aun sufrías, veía que el acoso empeoraba aún después de que un auto te lastimara, y yo solo me quedaba a observar con la absurda idea de que cuando te cansaras tú te defenderías, era mi pobre excusa y sé que no tiene sentido, me siento muy avergonzada.
Por muchos años he querido conversar contigo, pero tenía miedo de volverte a ver, de buscarte porque sé que no tengo ningún derecho sobre ello. Soy posiblemente de las últimas personas que quisieras ver en tu vida.
Quizá esto es injusto, pero me gustaría tener la oportunidad de que conversáramos, me alegra saber que tus heridas están cerradas y curadas, pero creo que necesito hablar contigo para poder cerrar las mías.
No espero que te compadezcas cuando nunca te ayudé a levantarte del lodo y todo lo que hice fue hundirte más. Quisiera decirte tantas cosas, pero este no es el medio.
Piénsalo, por favor.
Espero tu respuesta.
Lamento todo el daño que te causé,
Abby Vanner."
Respiro hondo terminando de leer el correo por segunda vez. Es una sensación angustiante darme cuenta que el pasado apareció y se empeña en encontrarme. Ver a Abby fue como abrir las puertas de viejos demonios que aun cuando no son fuertes, son un eco leve que me eriza la piel y hace que mi cuerpo se estremezca.
Mi agente está hablando sobre nuestro itinerario para mañana cuando empiece la segunda firma de libros y conferencia pautada, no le presto atención mientras permanezco sentado en la cama de hotel de un pomposo hotel en New York.
Bloqueo mi celular aun sin responder el correo de Elisabeth, que fue la razón por la que estaba en mi correo y enciendo la televisión con servicio a cable, porque sé que con la diferencia horaria justo en este momento ella estará empezando su programa o si no es así, de tener suerte, estará en repetición.
De algún modo necesito verla. Necesito mantenerme en el presente y no viajar al pasado.
Sabrina y Ágatha se encuentran hablando, me concentro en escucharlas aun cuando no sé de quién hablan. Afortunadamente mi agente deja de hablar al notar que no estoy dándole la atención que quiere.
Pocos minutos después las cámaras enfocan a Elisabeth y por un momento parece que frunce el ceño antes de comenzar a hablar.
—Tal como lo anuncié al principio del programa, hoy nuestra sección será muy especial—sonríe y la cámara hace otra toma— y diferente, seguramente se preguntarán por qué. Hace un tiempo me aboqué totalmente a este proyecto por qué que ustedes quieren saber todo y soy así de eficiente—ríe—. Así que, disfruten del especial.
Sonrío porque rueda sus ojos antes de que la cámara deje de enfocarla y comience a reproducir un reportaje. En un principio las imágenes son rápidas por lo que me cuesta capturarlas y supongo que a toda la audiencia.
Tomo el maldito televisor y comienzo a tirar de él, seguramente pesa pero en este momento no puedo notarlo. Lo sostengo arrancando los cables del tomacorriente y luego lo dejo caer al suelo haciendo que se estrella con fuerza y que chispas salten. Tomo respiraciones que se sienten como jadeos.
Estoy perdiéndome. Reconozco los síntomas de cuando pierdo el control.
Hace muchos años no me sentía así, como si abrieran mi pecho y torturaran mi corazón hasta el cansancio. Como si burlas, disparos y torturas estuvieran en mi cabeza sin dejarme pensar.
Veo a mi alrededor sin ver realmente y luego bajo la vista al televisor que yo acabo de arrojar. Me agacho y comienzo a golpear la pantalla hasta comenzar a agrietarla, comienzo ver sangre en mis nudillos mientras hay gritos a mí alrededor. Quiero acabar con el televisor y hacer de cuenta que no acabo de verme en un reportaje.
— ¡Paul! Calma, Paul.
— ¡Déjame malditamente solo! Vete. Ahora.
—No...
—Solo vete, no es como si fuera a colgarme del puto techo una vez más— grito.
Rupert maldice, mi cuerpo se estremece mientras dejo de golpear la pantalla ahora rota. Cierro mis ojos con fuerzas ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué ha hecho esto?
Lucho contra las equivocadas palabras: quiero morirme. Hace muchos años eran palabras que pasaban mucho por mi cabeza y aprendí a no usarlas nunca más incluso si solo se trataba de una expresión ante situaciones que me sobrepasaban. No debo usarlas, no debo pensarlas.
No quiero morir. No quiero morir. No soy así, yo no pienso así.
Me doy cuenta que mi rostro está húmedo y cuando bajo la mirada mis manos, éstas son un desastre de sangre y piel desgarrada, no puedo mover una de ellas que luce de manera grave. Personas entran a mi habitación, alguien toma mis manos, pero no puedo verlos, estoy cegado y paralizado.
— ¡Llamen a un doctor! Está entrando en estado de shock y hay mucho daño en sus manos.
No puedo moverme sin embargo mi cuerpo tiembla. Creo que estoy hablando, no sé lo que digo, no puedo ver aun cuando mis ojos están abiertos, no puedo enfocarlos. Y no siento el dolor en mis manos arruinadas, siento un dolor más profundo dentro de mí.
» ¡Dense prisa! Espero y no arruinaras tus manos—es una voz femenina, se escucha a lo lejos—, porque son una de las herramientas más preciadas de todo escritor. Aguanta un poco, escritor.
Ni siquiera me importa.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: No más palabras