No más palabras romance Capítulo 117

»No tienes idea de lo difícil que es desear algo que no van a darte, es un dolor que siente que te desgarra a pedazos. Es tu cuerpo pidiéndolo, ansiándolo, tu mente traicionándote y volviéndote loca para que consigas más. Todas las opciones parecen correctas, incluso las inmorales. No importa si debes vender tu cuerpo, humillarte o lastimar, solo importa tener la próxima probada. Yo soy un monstruo, Elisabeth, uno horrible que lastimará a todos a su paso.

—No, vas a estar bien, Elise. Ven, acuéstate un rato.

Sube y se acuesta, la sigo sentándome a su lado. Su mano está temblando, sé que su cuerpo comienza a ansiar droga, debe estar a poco de quedar dormida, le han estado suministrando relajantes. Acaricio su cabello y se sobresalta, pero luego se relaja y suspira.

—Las estrellas siguen en el techo.

—Lo sé, me encantan cuando paso los fines de semana aquí, me recuerdan a nuestra niñez.

—Supongo que podría haber aceptado ponerlas en tu casa, no me parecía infantil, solo tenía tanto rechazo hacia ti.

—Lo supuse, igual no lo hice.

—Deberías hacerlo si te gusta.

—Lo pensaré. Quizá cuando estés bien, puedas ayudarme.

—Quizá, pero igual no esperes por mí.

Mi celular vibra a un lado de la cama y leo el corto mensaje de Dexter diciéndole que él y Sabrina pasaron por mi casa a alimentar a mis peces, le agradezco y continúo en silencio acariciando el cabello de Elise. Finalmente ella se queda dormida.

Tengo sed, así que con cuidado salgo de la cama y de mi habitación, pero me detengo cuando paso frente a la habitación de papá. Él está sentado en su cama y llora de manera desconsolada. No lo pienso mucho cuando entro.

—Papá...

—He fallado tanto, Elisabeth. Mi hija está rota.

Me dejo caer frente a él y noto el sudor en su frente, sus mejillas están demasiado sonrojadas y mientras llora su respiración es una mierda. Llevo mis dedos a su muñeca en busca de su pulso y está alocado. Mierda.

—Papá, iré por agua. Por favor trata de calmarte—hablo lo más calmada que puedo porque hace mucho tiempo no tenía una de esas crisis y la última vez fue hace un par de años cuando terminó una noche en el hospital a pocos instantes de un infarto con una presión arterial demasiado alta.

Salgo corriendo de la habitación y camino hasta la cocina, me encuentro con Edgar leyendo algún comics.

— ¿Qué sucede?

—Ve al baño y toma el tensiómetro. Creo que papá está teniendo un problema de tensión.

Me sorprende la rapidez con la que se mueve. Saco un vaso de agua y busco la vainilla rápidamente, dejo caer unas cuantas gotas, no sé si son suficientes. Busco un diente de ajo y corro de nuevo hacia su habitación. Él se tomó sus medicamentos, eso lo recuerdo.

Cuando llego reúno todas las almohadas debajo de su cabeza y lo obligo a acostarse porque necesita mantener la cabeza alta y los pies bajos, puedo recordar eso.

—Toma esta agua, por favor.

Nadie puede decirle a otro en qué tiempo enamorarse, amar y entregarse a alguien. Los seres humanos no funcionamos iguales.

Mi celular vibra en mi mano y una parte de mí, absurda y esperanzada, honestamente espera que se trate de Paul, porque estoy tan asustada de la idea de perderlo que aún me aferro a que el tiempo que me pidió no será un para siempre o un final para nosotros.

Sin embargo, el que no sea Paul no hace que me interese menos por el mensaje de Edgar diciéndome que papá en pocas horas estará listo para ser dado de alta. Luego de que esta madrugada fuera ingresado de emergencia ante lo que pudo haber sido más que un susto si no hubiésemos actuado rápido.

Edgar está con papá, secretamente creo que no se siente con fuerzas para una vez más dejar a Elise aquí, por eso soy yo la que camina ahora hacia su habitación para despedirse. No la encuentro.

— ¿Elise?

La habitación no es amplia por lo que no hay lugar en esta habitación en donde pueda esconderse, me giro y una de los especialistas viene llegando y frunce el ceño.

— ¿Dónde está la interna?

—Ella estaba aquí...Yo salí apenas por unos minutos...

Paso por su lado y miro hacia los pasillos ¿Cómo pasó de mí? ¿Cómo nos hace esto? ¿Piensa escapar de nuevo cuando nos prometió intentarlo? Me acerco a las personas que veo, ya sean trabajadores o personas internadas, pregunto por mi hermana y solo uno asegura haberla visto.

Comienzo a sentir pánico, angustia y culpa por haberme descuidado solo unos segundos. Escucho una conmoción y personas corriendo hacia algún lugar, por instinto los sigo. Estoy detrás de todas esas personas hasta que estamos en la entrada de las instalaciones.

—Oh, Dios mío—la persona frente a mí se persigna con la vista arriba.

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