No más palabras romance Capítulo 54

—Podría darte sugerencias, pero mejor lo dejo a tu libre elección, Paul.

—Gracias por dejarme ejercer mi libertad.

— ¿Ahora, me liberas?

—Creo que me gusta mucho como estamos.

—Creo que llegamos a tu piso.

— ¿Por qué no puedo vivir en el último piso?

Río ante su pregunta mientras me libera y me deja salir primero. Camino hasta su apartamento y me volteo encontrándolo aun al final del pasillo, observándome mientras tiene su cabeza ladeada hacia un lado.

— ¿Paul? —ubico las manos en mis caderas.

— ¿Sabías que tienes unas bonitas rodillas?

—Ajá, estabas viéndome las rodillas.

—Unas muy apetecibles rodillas— se acerca y se encarga de abrir la puerta de su apartamento—. Una vez más, bienvenida a mi dulce hogar, musa.

Una vez más me deja entrar de primero, ahora no sé si es porque es un completo caballero o porque está viéndome "las rodillas", hay menos hojas regadas que la vez anterior, sin embargo, aún hay pequeñas hojas adhesivas con notas escritas en ellas pegadas a ciertos lugares. Sus manos van a mis hombros tomando mi suéter.

—Ponte cómoda.

— ¿Qué tan cómoda?

—Eso lo decides tú. Seguimos en la libre elección.

Asiento de manera distraída una vez más intentando nutrirme de todo el entorno para saber si de ese modo entenderé un poco más sobre este hombre. Comienza a caminar hasta la cocina y lo sigo dejando mi bolso en una silla.

— ¿Qué vamos a cenar? Debo admitir que tengo hambre.

—Pollo a la parmesana con papas al vapor.

Bueno, no suena como algo muy pesado ni que atente contra mi restricción de ciertos alimentos, de igual manera no es como si me hubiese importado romper la regla de la comida una vez más y luego sudar todo mi cuerpo en un gimnasio.

—Suena delicioso y como una prueba de que sabes cocinar.

—No te engañaré, creo que solo sé cocinar unos pocos platos.

— ¿Quieres probar un día mi comida? — pregunto viendo frente a mí a una posible víctima, si él puede atravesar mi comida, entonces grandes cosas estarán esperando por nosotros.

—Claro.

—Entonces, un día será.

—Luces encantada con esa posibilidad.

—Lo estoy ¿Quieres que te ayude con algo?

— ¿Quieres comer en la mesa?

— ¿Podemos comer aquí? Más informal.

—Como prefieras.

Lo veo servir nuestros platos, pregunta si quiero licor o simplemente una gaseosa, no quiero ni una gota de licor hoy, por lo que pido agua lo cual lo desconcierta, pero termina por sacar una botella de agua también para él.

Nos sentamos en las sillas altas frente al mesón y procedemos a comer.

Admito que para ser un hombre de saber cocinar pocos platos de comida, este está muy bueno, sacia totalmente mis expectativas.

—Esto está delicioso.

—Me alegra que te guste.

—Así que hablemos.

—Mi abuelo solía decir que el que hablaba mientras comía, la comida se le escapaba— sonríe—. Pero él era un viejo loco, divertido y genial, pero muy loco.

— ¿Fuiste a la universidad?

—Sí, estudié literatura ¿Y tú?

—No era como ahora.

— ¿Caliente y con una voz de muerte?

Eso lo hace sonreír, pasa la mano que no estoy acariciando, por su cabello antes de suspirar.

—Bueno, supongo que la voz medio la tenía. Pero no era como ahora. Fui un niño muy dulcero y de comer mucho, mamá creía que hacía un bien dándome tanta comida como quería, pero la realidad es que estaba contribuyendo a un niño gordito.

»Así que crecí como un adolescente obeso y debes saber cómo son algunos adolescentes cuando ven a alguien pasado de peso— se encoge de hombros—. No fue la mejor etapa de mi vida, en aquel entonces vi la escuela como un infierno. No importa cuántas veces Ed intervenía e iba con el director por golpear a quien me molestara o cuántas veces Alex intento ser diplomático y hacer ver que la violencia no era el camino. Seguía siendo ese chico gordito al que molestar.

—Que tontos y destructivos resultan algunos adolescentes. Yo también te hubiese defendido, tengo un carácter del demonio cuando veo que fastidian o molestan a personas indefensas.

—Tendría mi propia defensora ¿Eh?

—Así es.

Mueve sus dedos entrelazándolos con los míos. Ambos nos quedamos viendo nuestras manos unidas. Ya veo por qué se tensó apenas emití la pregunta.

»Igual seguramente seguías viéndote encantador. Después de todo obeso o no, tenías esa misma boca ¿Verdad?

—Supongo.

—Y esos mismos ojos fantásticos, y el mismo cabello.

Me pregunto dónde entra Nicole en toda esta historia, pero prefiero no traerla a colación ahora. Aprieto su mano y río.

— ¿Qué?

—Siempre me pregunté qué había de especial sobre que tu mano fuese sostenida por un chico. Luego tuve novios y era, no sé, un poco normal. Nada del otro mundo, de hecho pensaba en si ya podría soltar su mano.

— ¿Y ahora?

—No está tan mal— enarca una de sus cejas—. De acuerdo, no está nada mal.

— ¿Vas a irte?

— ¿Quieres que me vaya?

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: No más palabras