No más palabras romance Capítulo 79

— ¿Debo prepararme para lo siguiente?

—Sí.

—Mierda—susurro.

—Un par de meses después, fui a una ferretería a comprar algo que mi tío necesitaba, me dejaba ayudarlo en la construcción para distraerme. Los medicamentos estaban acabando física y emocionalmente conmigo. Todo era normal dentro de la ferretería, entonces me detuve frente a la cuerda de mecate y estuve quince minutos observándola mientras pensaba en cómo me sentía.

»Vacío, odiado, inadaptado, inútil y mucho más. Seguí caminando y compré lo que mi tío necesitaba y salí de la tienda.

—Gracias a...

—Y entonces me di la vuelta y volví—me interrumpe—. Y pagué por ella. No sé, Elisabeth, todo era una especie de borrón. Como estar en la nada, ir a ayudar a mi tío y saber que tenía una cuerda en el auto de mamá. Cenar con mis padres y luego dormir sabiendo que la cuerda estaba ahí, justo debajo de mi cama.

»No fui a la escuela. Comí como cualquier otro día, me despedí de mis padres cuando se fueron a trabajar y luego vi mucho rato el techo de mi habitación. Busqué la silla más alta y mientras tomaba la cuerda, por un momento, pensé en qué pasaría si no funcionaba. Si fallaba una vez más.

Es demasiado crudo, sincero y explícito. Pero creo que contarlo de esa manera lo hace más fácil para él. Mis ojos se encuentran húmedos y hay un nudo muy espeso en mi garganta. Me duele mucho.

—Quizá era egoísta, yo no pensaba en mis padres, mi familia y amigos. Yo pensaba en que no quería sentirme nunca más así. Que no quería más. No quería sentir más dolor del que vivía cada día en el que me daba cuenta que despertaba y no dejaba de respirar. Me odiaba y los odiaba.

»Me enseñaron a llenarme de odio y desprecio. Me enseñaron a rechazar el quien era y que resintiera de las manos que solo intentaban ayudarme. Yo—yo no puedo decirte cómo se sentía Elisabeth. No puedo. Yo simplemente, yo—yo sentí que no podía...Que no había forma de querer despertar un día más.

No podía—su voz se quiebra y parpadeo con fuerza porque ¡Mierda! Esto me está destruyendo.

Mientras yo tenía una buena experiencia en una escuela donde era aceptada y amada, Paul vivía un infierno. Acaricio de nuevo detrás de su oreja, noto que traza la pequeña cicatriz por la que le pregunté en la casa de Dexter.

— ¿Es esa cicatriz, Paul?

Respira hondo antes de verme fijamente. Y sé que las palabras se aproximan.

—Fui internado, yo necesitaba ayuda. No quería ver a nadie, estaba tan enfadado por seguir respirando, me veía a mí mismo como un juguete dañado sin solución. Comencé a recibir ayuda de especialistas, fue muy difícil. Tuve que aprender a tolerarme para ser capaz de llegar a quererme y luego de ello amarme. Terminé la escuela internado y me negaba a ver a alguien más que mis padres.

»Necesitaba drenar todo, así que comencé a escribir. Hice de mí mismo un personaje. Conté mi historia a través de otro y uno de mis doctores dijo que estaba ayudándome. Me tomó un año entero terminar la historia y cuando lo hice le di una copia a mis padres, Ed, Alex y Nicole, esperando que ellos entendieran por qué lo hice. Por qué quería hacerlo.

—Fue un nuevo comienzo.

—Así es. Comencé a trabajar en mi sobrepeso, no para ser más agradable a la vista, lo hice porque me lo propuse como una de mis metas, para estar en paz conmigo y demostrarme que yo era capaz de superar lo que me propusiera. Y escribí, escribí mucho, hacerlo me ayudaba a no perderme, a mantenerme en la realidad y saber que podía obtener más de lo que me dijeron que merecía. Que podía tener una vida normal.

»Estaba listo para salir un año y cinco meses después. Mi cuerpo no era el mismo, mi mente estaba sana y me amaba, sin embargo estaba asustado sobre el mundo, sobre qué podría esperarme y de ser débil entre depredadores. No quería irme de mi burbuja. Ahí todo era conocido, afuera era aterrador.

—Oh, Paul...—es todo lo que puedo decir.

—Me tomó un mes y medio decidir salir, y cuando lo hice yo era diferente, el mundo era diferente. Todos se movían a mí alrededor con cautela. Mi familia no sabía cómo tratarme, pero poco a poco fueron descubriendo que era un chico sano dispuesto a vivir. Quería ir a la universidad y estudiar literatura. Quería ver a Ed y Alex, pero tenía miedo porque durante un año y medio no hablé con ellos, no los vi, no los dejé acercarse—respira contra mi cuello y luego se incorpora para verme—. Pero cuando mamá los hizo ir a la casa del abuelo, donde ahora vivíamos, todo lo que Eddy dijo fue  «Bueno, necesito ver cuántas de esas chicas van a llorar de arrepentimiento cuando te vean. Bienvenido» y Alex dijo simplemente «Lo  que escribiste ¡Vaya! Tienes que ser escritor», luego me abrazaron y no hablaron sobre lo sucedido, sobre mi rechazo. Me recibieron una vez más. Ellos entendieron leyendo la historia cómo me sentí.

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