Mi estómago se revuelve y me paralizo porque nunca, desde mi segundo intento de suicidio, la volví a ver. Han sido años en los que de hecho pensé que si la veía de nuevo, quizá, no la recordaría. Nunca señalaría a Abby como la culpable de mis malas decisiones, pero siempre habrá en mi cabeza una parte recordándome que ella no hizo ni dijo nada, solo mantuvo silencio y observo como su hermano junto a otros me despedazaban.
Hay una parte aun dolida en mí que recuerda cómo obtuve el lado malo de la historia y cómo me quitó lo único que creí que valdría la pena para sobrevivir a todo eso: amor.
Pero soy mayor ahora, y aunque hay un adolescente dentro de mí encogido sufriendo de nuevo la decepción de saberse traicionado por la chica que creyó amar, afronto mi realidad de una manera muy diferente. Enderezo mi espalda y meto las manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón.
Alguien se aclara la garganta y entonces recuerdo que Joe sigue aquí. No me pierdo el hecho de que ella me observa de pies a cabezas como si no creyera que realmente sea yo. La entiendo, la última vez que me vio tenía sobrepeso, grandes ojeras y lucía como si la muerte me arrastrara para llevarme, que era exactamente lo que quería en ese momento.
—Sí, soy Paul Coleman—hablo finalmente—. Hola, Abby, cuánto tiempo.
De nuevo jadea y me parece que su mano tiembla mientras la lleva a su cabello. No bajo la mirada porque en la actualidad no me siento avergonzado y tuve un duro trabajo en aprender a amarme y aceptarme, ya no dejo que lo que otros vean en mí, dictamine lo que yo creo de mí.
—Bueno...Parece que se conocen. Iré por los que me faltan—anuncia Joe, dejándonos solos.
Veo alrededor del pequeño salón, todo adaptado para las fotos. No me sorprende que sea fotógrafa, la fotografía le gustaba si es que no mintió sobre eso también. Lo que me sorprende es encontrarla aquí, ahora. Es un poco abrumador porque no estaba preparado para chocar con el pasado, pero entonces supongo que nunca iba a estarlo.
— ¿Dónde necesitas que me ponga para las fotos?
—Eh... Por aquí—señala hacia mi izquierda, frente a ella. Asiento con mi cabeza y camino sin perder tiempo, porque mientras más rápido hagamos esto, más rápido vuelvo con Elisabeth y retomo lo que iba como una perfecta noche—. Mantén las manos dentro de tus bolsillos, resulta una buena pose. Gira un poco hacia tu izquierda...Siempre fue tu mejor perfil.
Aprieto mis puños dentro de los bolsillos, ella abre su boca notando lo que acaba de decir, como trae el pasado a colación.
Si yo era un adolescente que se odiaba, entonces también odiaba ver cualquier reflejo de mí, eso incluía ser fotografiado, pero hice muchas cosas por ella, él dejarla fotografiarme fue una de esas cosas del momento en el que pensé que nos hacíamos felices.
—Bueno, puede decirse que en la actualidad ambos perfiles funcionan bien para mí—logro decir y parece que sonríe.
—Puedo notarlo. Gira un poco más, no, no, menos...—se acerca y su mano toca mi codo. Veo sus dedos y luego a su rostro, me libera— Solo gírate un poco...Así está bien.
Vuelve por la cámara y yo tomo profundas respiraciones para relajarme. Las fotografías comienzan. En la actualidad puedo lidiar con fotos, no me molesta ser fotografiado así que solo lo dejo estar y que tome las fotos que necesita la editorial. El problema se encuentra cuando ella comienza a hablar.
Aprendí a aceptar mi pasado, vivir con él y rescatar lo bueno de ello, pero eso no quiere decir que me guste toparme con las personas que forman parte de él, que no me hace tener malos recuerdos relacionarme con personas que de alguna manera me lastimaron. Ver a Abby, la chica a la que le di mi corazón y que pensé me había dado el suyo, es algo que choca. Han sido nueve años y ahora estamos aquí, cuando la última vez que la vi su hermano me humillaba una vez más y ella solo observaba sin hablar como tantos más lo hicieron.
—Vi tus libros, leí varios. Eres un increíble escritor.
—Gracias.
—Intenta otra pose. La cámara parece amarte.
—Vale.
—No pensé que serías escritor...No pensé que te gustara.
—Hay muchas cosas que muchos, incluyéndome, no pensaron que haría, pero que igualmente hice—respondo y ella se estremece.
—Estás tan diferente.
—Los años pasan, pasé de ser un adolescente a un adulto.
—Sí, supongo, todos lo hicimos.
Salgo del pequeño salón con Elisabeth caminando a mi lado y dejándome tomar su mano.
— ¿Qué fue eso? —pregunta finalmente.
—El pasado.
Nos llevo a la pista de baile y sonrío porque es una canción lenta y todo lo que quiero es sostenerla. Me devuelve la sonrisa y me da un suave beso.
Presiona su mejilla de mi hombro mientras nos balanceamos.
Repentinamente se pone rígida.
— ¿Qué sucede, musa?
—Dijiste que era el pasado y la llamaste Abigail—levanta su rostro para observarme fijamente—. El diminutivo de Abigail es Abby ¿Es ella?
—Es ella.
—Paul, ella... ¿Cómo te sientes? ¿Puedo ir y golpearla?
—No, no puedes ir a golpearla porque la estamos pasando bien. Estoy bien, Elisabeth.
Me observa dudosa pero nos insto a seguir bailando aun cuando noto que se mantiene un tanto tensa. Es como si parte de la noche se hubiese arruinado.
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