Melissa.
—¡Buenas tardes! —me anuncio en la entrada, unas ganas de llorar apremiantes me invaden, todo es tan… grande, tan perfecto aquí.
No es un edificio, es una casona al estilo Cambridge enorme, su construcción es antigua, pero está en perfectas condiciones, más bien podría decir que tiene detalles de lujo y todo es blanco con muros de color ocre. Sus persianas van desde el suelo hasta el techo haciendo innecesario una iluminación eléctrica, aunque creo que de noche esto debe verse impresionante.
Todas las áreas de la planta están divididas por vidrios opacos, haciendo que el salón se vea amplio y espacioso. Lo único diferente es una especie de mesanina improvisada al final del salón, donde se refleja una oficina más estructurada de las demás.
¿Cuántas oficinas habría en este lugar? Yo veo demasiada gente, pero todo es muy organizado, demasiado.
—Señorita… ¡Señorita! —la insistente voz de un hombre de seguridad me despabila de inmediato.
—¡Oh, lo siento! —digo avergonzada—. Yo… me quedé observando…
—No se preocupe, la verdad es que si es muy bonito aquí —dice el hombre sonriendo—. Mi nombre es Ronald, soy el portero de seguridad de este lugar —me da la mano para presentarse.
Ronald tiene al menos unos cincuenta años, de tez morena, alto y bien cuidado.
—Un placer —extiendo mi mano con una sonrisa—. Vengo por una entrevista, es a las cuatro.
El hombre ve su reloj y asiente, entonces hace un ademán para que le siga conduciéndome hasta un muro de mármol que dice recepción.
—La señorita tiene una cita —anuncia hacia la chica morena que está perfecta detrás del muro.
Ella alza la vista, agradece a Ronald y este se despide muy amable de mí.
—Hola, Señorita River, yo fui quien la llamé, mi nombre es Elisa, un gusto.
¿Todos son amables aquí o qué?
—Muchas gracias, respondo un poco cohibida.
Yo no soy así, pero últimamente las cosas que me han pasado me han hecho desconfiar de las personas. Porque de hecho las personas duelen.
Ella me observa un poco confundida, pero aun así asoma una sonrisa y levanta su dedo para que le espere unos segundos.
—Señor, la señorita está aquí. Sí señor, está muy bien.
La mujer cuelga el auricular y vuelve con una sonrisa encantadora hacia mí.
—Señorita River, vaya hasta el final del salón y luego suba por las escaleras hasta llegar a la mesanina, allí está la oficina. El señor Williams la espera.
—Muchas gracias.
El señor Williams, ¿ese sería su nombre o su apellido?
Con una sonrisa en mis labios, camino hacia la dirección indicada hasta llegar a la oficina, la puerta se encuentra abierta así que no dudo en entrar.
—Toc, toc —no sé por qué dije eso, pero ya no puedo echarme para atrás.
El hombre que estaba de espaldas buscando un ejemplar en su biblioteca se gira hacia mí.
Es guapo y joven.
—Hola —dice con una sonrisa—. Soy Jeremy Williams, mucho gusto. Pase, siéntese allí.
Asiento haciendo caso a su orden, mientras los nervios se acrecientan dentro de mí. Quiero pasar esta entrevista, quiero trabajar en este lugar.
El hombre se sienta frente a mí, toma la carpeta que yo misma entregué en recepción hace dos semanas y la abre.
¡Dios mío bendito! ¿Por qué no dejo de temblar?
—Bien señorita River, aquí dice que tiene un año de graduada, sin embargo, trabajó un año en la revista Sutton —pregunta serio mirándome y esperando mi respuesta.
—S-sí, sí señor, así es.
Él asiente.
—Perdone que le pregunte, pero ¿por qué ya no trabaja en la revista más importante de Cambridge?
Ay no.
No, no, no.
Por un momento dudo por decir la verdad.
—Me despidieron, señor. Pasé por un problema personal, la revista necesitó de mi servicio y no pudieron contactarme el fin de semana. Cuando llegué a trabajar usted puede imaginar lo que pasó.
Un nudo se forma en mi garganta, pero a pesar de esto mi respuesta fue firme y sin ningún titubeo.
—Entiendo —dice el hombre llevando nuevamente sus ojos a la carpeta.
Varios segundos pasan mientras él ojea la carpeta nuevamente y al final la cierra.
—Necesitamos alguien nuevo en la editorial. Una persona que redacte cualquier contenido, por supuesto nosotros no somos cotillas —sonríe—. Esto es más académico y literario.
—Sí, lo sé —me atrevo a decir.
—Por lo tanto, queremos a alguien fresco, con ideas buenas y que tenga tiempo.
—Tengo todo el tiempo —interrumpo haciéndole sonreír nuevamente—. Claro, debo decirle que hay momentos en que uno debe descansar y pasar en familia ¿cómo sería el horario?
Jeremy extiende su sonrisa ante mi falta de tacto, él debería estar colocando la clausulas no yo.
—Aquí solo se trabaja de lunes a viernes Señorita River. En el caso que se necesite trabajo extra, se le enviará al correo, pero no debe presentarse aquí en días no laborables porque sencillamente no estará abierto.
Sus palabras me hacen sentir tranquila. Es un hombre agradable, muy profesional y sobre todo muy respetuoso.
—Excelente —digo.
—Quiero preguntarle algo… —dice un poco más serio de lo normal y yo me tensiono recordando que yo también debo hacer una pregunta—. ¿Está dispuesta a leer temas incluso, aburridos para usted, temas de investigación para la universidad, asistir a largas jornadas a estrenos de libros, por supuesto de demás autores y escribir incluso temas ya elaborados?
La pantalla de mi celular decía: Dafne.
Así que no la hice esperar.
—Hola, cariño…
—Luc… —su tono fue más bien de regaño mientras sonreí un poco.
—¿Qué tiene de malo? Ahora has pasado a ser mi mejor amiga —respondo mientras un nudo se me forma en la garganta.
A lo mejor ella se dio cuenta de mi tono forzado al decir dichas palabras.
—No tienes por qué decirme eso, sabes muy bien que las personas son irremplazables. Además…
—No sigas por ahí —le corto de inmediato, no caeré en ningún tema que tenga que ver con ella.
—Está bien, te llamaba porque fui a tu casa, parece que sales desde las tres de la mañana y regresas a las doce de la media noche ¿Qué pasa contigo? Ese no es el Luc que conozco.
Solté una risa suave pero cargada de ironía. Jamás quería ser el anterior Luc, no me apetecía ser tan idiota.
—Aroa me vuelve loco, Dafne, Bruno no habla mucho, pero sus miradas, ¡puf!, me joden la existencia. Además, esos reporteros de mierda hunden todo el maldito día…
—¡Oye! ¡Tranquilo! Por favor, serénate un poco, mira la hora, son la siete de la mañana, estas en el trabajo y ya tienes un genio de perros —dice ella un poco preocupada.
Así que suelto el aire comprimido, me siento en el sillón y acuesto mi cabeza cerrando los ojos.
—Lo siento, yo…
—Luc, no tienes que explicar nada. Escucha hoy tendré que hacer varias cosas, ya sabes, con lo de mi viaje.
Había olvidado por un momento eso, y de cierta forma me dolía. Mis sentimientos por Dafne siempre fueron sinceros, aunque no la amaba sabía que era una mujer extraordinaria y yo solo le había hecho daño. Ella decidió irse con sus padres a Italia y pasar una temporada con algunos parientes, se iría después de mi cumpleaños que sería exactamente en una semana, y que, aunque yo no lo deseaba, Aroa ya estaba preparando todo.
—Entonces… —dice sacándome de mis pensamientos—. ¿Qué tal si nos vemos mañana y comemos en unos de tus fabulosos restaurantes?
Deslizo una sonrisa un poco triste.
—Me parece muy bien. Así me contarás todos los planes con detalles.
—Perfecto… —la puerta de la oficina se abre sin llamar hasta que aparece Sara… muy bien arreglada, con una falda, que a mi parecer es demasiado corta, situación que me hace fruncir el ceño extrañado—. ¿Luc estás ahí?
Carraspeo varias veces mientras le asomo la mano a Sara para que me espere un momento.
—Sí, sigo aquí, luego te contaré —respondo de inmediato
—Está bien muchacho, solo no olvides que… bueno no diré nada ahora, solo piensa las cosas antes de actuar, por favor.
—Lo haré, cariño, un abrazo para ti y tus padres.
Cuelgo la llamada guardo el móvil, mientras observo como el semblante alegre de Sara cambia a uno algo enojado. ¿Por qué está vestida así?
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